Quizás estemos viviendo un tiempo de catástrofes sin precedentes, de circunstancias políticas jamás pensadas y de una situación económica con un incierto futuro. Sabernos protagonista de una época desafortunada y ser conciente de nuestro compromiso con la humanidad es una asignatura pendiente para la gran mayoría, pues sólo nos refugiamos en nuestro bienestar personal, dejando de lado todas aquellas circunstancias negativas.
La distancia con la que nos tomamos los problemas ajenos supone un reflejo de la actual pasividad social, abstrayéndose de tal forma de las dificultades que estamos llegando a los niveles más altos de una cruel deshumanización.
En los últimos días estamos siendo testigos de una de los más graves desastres de la historia de la humanidad, por un lado el terrible seísmo acaecido en Japón y por otro lado sus escalofriantes consecuencias en forma de emergencia nuclear grave. Asistimos desde la lejanía a una tragedia como si fuéramos espectadores de una película que en forma de capítulos se sucede en los informativos, creando una cierta adicción a la información pero siempre viviéndolo de forma distante. Podríamos calificarlo de una actitud de rechazo al dolor, pero a la vez estamos rehuyendo y retirándonos de la infame realidad de nuestros iguales.
Determinar las pautas de comportamiento en hechos fatales y de tan gran magnitud nos transmite datos palpables, sirviéndonos para hacernos una idea de los valores de un pueblo y el nivel de percepción moral ante acontecimientos donde se exige el máximo de compresión y entrega (además de la lección de civismo que está dando la población, obediente a las pautas de comportamiento ante la adversidad y mostrando una cautela única en un caso tan extremo).
Sírvame de ejemplo el apoyo incondicional que ha mostrado Estados Unidos (principal socio económico por otra parte), pues desde las primeras horas del terremoto se ofreció a aportar todo aquello que demandara el gobierno japonés y se puso a disposición como pueblo amigo. Interesante hecho cuando en la Segunda Guerra Mundial eran feroces enemigos, protagonizando episodios bélicos espeluznantes que tuvieron como máximos exponentes la Batalla de Pearl Harbor (1941) o las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki (1945). Enfrentamientos directos entre dos naciones que supieron cicatrizar con los años, adaptándose a los nuevos tiempos y buscando lo mejor para la prosperidad de sus ciudadanos, dejando al margen una rivalidad absurda donde los intereses expansionistas e imperialistas eran distintos a los actuales.
Interesante dato para tomar nota nosotros que no nos distinguimos precisamente por olvidar viejas rencillas y mantenemos siempre en nuestras mentes los dos colores de nuestro país. Incluso en la adversidad de una desgracia como el 11-M tuvieron la osadía de anteponer el color político a la entrega y a la unidad.
Detectar nuestra responsabilidad como seres humanos y la necesidad de volcarse ante acontecimientos desgraciados es una obligación en un mundo que avanza sin sentimientos, amarrado a la mezquindad y cerrando los ojos ante la miseria, la soledad y la falta de compasión generalizada. Describir nuestra deslealtad en situaciones cotidianas es una simple muestra para saber las limitaciones y los condicionamientos en situaciones más comprometidas.