No le conocen, pero si se leen su historia sabrán algo de él. De este subsahariano de 18 años, que a los 16 salió de su tierra, Senegal, para emprender una vida nueva. Dos años de periplo clandestino, de trabajos, de escapadas, de pasar mucha hambre y de ocultarse en vehículos ocupados por ¡hasta 40 personas! o de colarse en trenes de mercancía enganchándose en los vagones. Dos años de lucha por vivir, de lucha por querer ser feliz y empezar de nuevo. La historia de Matar Dabo es de película. Contándome su vida perdí la cuenta de las veces que había sido detenido y expulsado a Uxda, la frontera entre Marruecos y Argelia, para volver a hacer el camino e intentarlo. Por la valla, por el mar; por el mar, por la valla: detenciones, expulsiones, malos tratos, escapadas, más detenciones, más expulsiones, más golpes -esta vez más fuertes- y nuevas escapadas. Esta ha sido la vida de este joven durante los últimos meses hasta conseguir la meta: Ceuta. Y esta es la vida que tenemos que conocer para hablar adecuadamente de la inmigración, para saber lo que tenemos, para intentar entender a esas personas con las que nos cruzamos a diario, que forman parte de la sociedad ceutí pero que mantenemos aislada como un ‘algo’ que no tiene que ver con nosotros, que se encuentra allá en el CETI y poco más.
Es bueno conocer cuánto han sufrido jóvenes como Matar, cuyo cuerpo, repleto de cortes, refleja lo que le ha costado entrar en una Ceuta que ni conocía, que ni había entrado en sus ‘planes de futuro’ pero que ahora supone todo lo que tiene. Ceuta y el CETI y una esperanza por delante, la de poder tener un futuro que se le negó desde pequeño.
De estas historias podemos aprender, porque son algo más que reseñas periodísticas, porque son una manera de entender la lucha y la supervivencia, porque, sencillamente, son una forma de conocer esa parte de la inmigración que nada tiene que ver con motines, cartonazos, delincuencia o retos policiales.