Siguen los balcones, terrazas y ventanas engalanadas con banderas rojigualdas, celebrando el éxito de la selección nacional de futbol en el Campeonato mundial de Sudáfrica. Siguen, también, bastantes forofos luciendo atuendos deportivos rojillos, unos corriendo y otros marchando a paso gimnástico, orgullosos de las proezas de los peloteros nacionales. Y siguen, todavía, los portavoces y líderes de algunos partidos políticos, queriendo sacar beneficios no sólo del gran mérito conseguido por el futbol español, sino también por el DEPORTE nacional en su conjunto, que, según dicen, se encuentra en un momento excepcional. Y no dejan de tener “su” razón, pues los triunfos de Nadal en Wimbledon, el obtenido por el ciclista Contador ganando el Tour francés o los conseguidos día tras día por la pléyade de jóvenes motoristas que tienen revolucionados los circuitos mundiales, así lo demuestran.
Cabe preguntarse, sin embargo, si tanto éxito es atribuible a la gestión de los organismos deportivos españoles dependientes del Estado, o más bien a la de los clubes y deportistas –bien con carácter colectivo o individual- que participan con tanto éxito en las competiciones internacionales. A mí me resulta difícil entender que pueda considerarse un éxito español el obtenido por Contador, ganador por tercera vez de la Vuelta a Francia corriendo para un equipo “kasajo” llamado Astaná; como que también lo sea el que Nadal arrase en las pistas de tenis en las que compite, pues su preparación y sus intervenciones están sufragadas y propiciadas estrictamente por él. Creo que otro tanto ocurre con los corredores de motos y automóviles, que sin apoyo de federaciones o entidades oficiales se juegan la vida con arrojo y valentía para triunfar en sus actividades deportivas.
Otro tanto ocurre en los deportes colectivos en los que son los clubes profesionales que gastan cantidades ingentes de dinero en la formación de jóvenes valores y contratación de otros ya cuajados, los que se sienten obligados a cederlos transitoriamente para que conformen un equipo nacional – en estas ocasiones gestionados por las federaciones respectivas- que “si hay suerte” y se encuentran entrenadores capaces, “pueden” conseguir éxitos, como los logrados por las selecciones de fútbol y basket, últimamente.
Escribo este comentario hoy, Sábado, día 31 de Julio a las 20,00 horas, mientras en la pantalla de la TV se pasan imágenes del Campeonato de Europa de Atletismo que se celebra en Barcelona, y en el que no parece que los atletas españoles sujetos a la disciplina y ayuda de las federaciones oficiales, tengan nada que ver con el papel que algunos aprovechados están queriendo sacar de los recientes éxitos deportivos a que me refiero más arriba. Quedaron atrás los logros de las Olimpiadas de Barcelona donde se consiguieron 13 medallas de oro, 7 de plata y 2 de bronce (22 en total) y un sexto puesto en la clasificación general, prueba de que España puede conseguir un desarrollo deportivo brillante, si se lo propone. En aquella fecha, los españolitos interesados en el deporte seguían, conocían y apoyaban a los atletas que habrían de mostrar sus habilidades en las pistas de atletismo. Hoy apenas los conocen. Son algunos ilustres veteranos supervivientes, dignos de admiración, y unos pocos jóvenes esforzados, quienes luchan, en muchos casos faltos de ayuda y sujetos a su propio esfuerzo, (así lo explicó en TV Angel David González el día de la clausura de los juegos) para poder participar en los acontecimientos deportivos en los que cada nación trata de mostrar su excelencia ante el deporte y la cultura, piedras fundamentales de su devenir.
No parece justo que politicastros y advenedizos se apunten los éxitos de quienes los consiguen, de ahí el aforismo con que se encabeza este comentario: Al César, lo que es del César.