Trasciendo no sin dificultades, de la fácil relación deportiva Sudáfrica y balompié hasta en la sopa, huyendo del anglicismo. Me vienen imágenes, recuerdos de otros tiempos: la lucha antiapartheid segregacionista, los golosos diamantes de los que me apoderé en viaje mental y adolescente para regalar el ‘Cullinan’, la estrella de África a cierta moza, hoy esposa; la rebeldía de Steven Biko y las versiones musicadas de Peter Gabriel y Joan Baez; zulúes, bantúes, tribu xosa, Miriam Makeba... y Nelson, Nelson Mandela, negro universal más auténtico que Morgan Freeman, maravilloso actor en ‘Invictus’.
Este ser humano irrepetible merece nuestro permanente reconocimiento y consideración, larga vida a sus 92 años y que recupere sus tantos de cárcel, por ser y pensar como era y es, por su aportación al pensamiento por la dignidad y ruptura de cadenas, por situar a la explotación colonialista en su miseria y agonizante injusticia desarrollada. Y eso en las postrimerías del siglo XX cuestionando lo de que “somos los privilegiados seres superiores”, pero capaces de tanto oprobio y desafectación.
No, no me puedo abstraer por mucha roja y afición a la memoria acumulada y a los valores asumidos, presentes e intemporales, al privilegio de entenderlo así.
El hombre de Umtata nacido en 1918, perseguido, encarcelado, masacrado, recobró su libertad física viendo y respirando los aires del Kalahari, no perdiendo nunca jamás su libertad interior y pensamiento, siendo dueño y capitán de su alma, como escribió William Ernest Hansley, al que tantos momentos dedicó en sus tormentos para ser recitados y seguir con la esperanza de alcanzar su sueño realidad, una Sudáfrica arco iris de convivencia y paz.
Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir (...)
no importa cuán estrecho sea el túnel,
cuán cargada de castigos la sentencia
soy el amo de mi destino
soy el capitán de mi alma
El hijo del campesino, joven abogado, privilegiado gandhiano en sus inicios, ninguneado, encarcelado, que llegó a presidente de su nación, que fue reconocido con el Nobel de la Paz (1994), que no obvió lanzar sus proclamas de paz y concordia en los mismos foros estadounidenses sabiendo lo mucho por avanzar ante tanto puritano, sin temblarle ni un ápice la voz, dando ejemplo de su coherencia y ejemplaridad; si, así nos impactó y queremos tantos a Nelson y a su compañera Winnie, sin duda una gran mujer, pues no podía ser de otra manera.
Tenía claro el poder de la educación y su poder de transformación para combatir la injusticia y conseguir un mundo mejor, acompañada de la igualdad de oportunidades y no los derechos de cuna, y abogaba porque las naciones no fuesen juzgadas por como se tratasen a los pudientes sino a los que más lo necesitasen. Su pensamiento es fresco, vital, eterno, no teórico, ejemplar por los hechos, de ahí mi homenaje en vida, a su lucha y a su conseguido sueño.
Hay personas que marcan, pensamientos que atan y que te llevan a decir convencido desde mi melillismo:
Me siento orgulloso de ser un africano europeo y que algún día, en serio comencemos a devolver a África, tanto expolio y explotación. ¡Claro, éramos, somos los seres superiores!, que si el contexto y búsqueda de la falsa justificación, (¿?), acertadamente el tiempo pone a cada uno en su sitio, haciendo triunfe la racionalidad que no entiende de colores.
Este ser humano irrepetible merece nuestro permanente reconocimiento y consideración, larga vida a sus 92 años y que recupere sus tantos de cárcel, por ser y pensar como era y es, por su aportación al pensamiento por la dignidad y ruptura de cadenas, por situar a la explotación colonialista en su miseria y agonizante injusticia desarrollada. Y eso en las postrimerías del siglo XX cuestionando lo de que “somos los privilegiados seres superiores”, pero capaces de tanto oprobio y desafectación.
No, no me puedo abstraer por mucha roja y afición a la memoria acumulada y a los valores asumidos, presentes e intemporales, al privilegio de entenderlo así.
El hombre de Umtata nacido en 1918, perseguido, encarcelado, masacrado, recobró su libertad física viendo y respirando los aires del Kalahari, no perdiendo nunca jamás su libertad interior y pensamiento, siendo dueño y capitán de su alma, como escribió William Ernest Hansley, al que tantos momentos dedicó en sus tormentos para ser recitados y seguir con la esperanza de alcanzar su sueño realidad, una Sudáfrica arco iris de convivencia y paz.
Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir (...)
no importa cuán estrecho sea el túnel,
cuán cargada de castigos la sentencia
soy el amo de mi destino
soy el capitán de mi alma
El hijo del campesino, joven abogado, privilegiado gandhiano en sus inicios, ninguneado, encarcelado, que llegó a presidente de su nación, que fue reconocido con el Nobel de la Paz (1994), que no obvió lanzar sus proclamas de paz y concordia en los mismos foros estadounidenses sabiendo lo mucho por avanzar ante tanto puritano, sin temblarle ni un ápice la voz, dando ejemplo de su coherencia y ejemplaridad; si, así nos impactó y queremos tantos a Nelson y a su compañera Winnie, sin duda una gran mujer, pues no podía ser de otra manera.
Tenía claro el poder de la educación y su poder de transformación para combatir la injusticia y conseguir un mundo mejor, acompañada de la igualdad de oportunidades y no los derechos de cuna, y abogaba porque las naciones no fuesen juzgadas por como se tratasen a los pudientes sino a los que más lo necesitasen. Su pensamiento es fresco, vital, eterno, no teórico, ejemplar por los hechos, de ahí mi homenaje en vida, a su lucha y a su conseguido sueño.
Hay personas que marcan, pensamientos que atan y que te llevan a decir convencido desde mi melillismo:
Me siento orgulloso de ser un africano europeo y que algún día, en serio comencemos a devolver a África, tanto expolio y explotación. ¡Claro, éramos, somos los seres superiores!, que si el contexto y búsqueda de la falsa justificación, (¿?), acertadamente el tiempo pone a cada uno en su sitio, haciendo triunfe la racionalidad que no entiende de colores.