A veces uno tiene la impresión de que esta sociedad no tiene una conciencia clara de que está siendo manipulada. Asimismo, debido a una clara ausencia de espíritu crítico de las masas, el ciudadano no se da cuenta –visto lo visto– de que no hay la menor grandeza ni sentido del deber ni pudor alguno en esta clase dirigente. Lo dice Antonio Tabucchi en su libro “El tiempo envejece deprisa”: “Educar al pueblo es perder el tiempo”. Parece como si el ciudadano se negara a darse cuenta de lo que sucede a su alrededor. La pereza intelectual de la sociedad civil española es proverbial y se limita, eso sí, al exabrupto tabernario. A pesar de ello, cada vez más se abre paso la idea brumosa de que los políticos conforman una casta privilegiada que goza de prerrogativas que no tiene el resto de la población. Aquí habría que hacer la salvedad con los dirigentes sindicalistas, que son cooperadores necesarios para que este estado de cosas, propiciado por los políticos socialistas que nos malgobiernan, nos haya destrozado la vida y la hacienda para los años venideros. No hay, por tanto, manera de absolver a esta impresentable camada socialista y sindicalista. Zapatero y sus secuaces del Gobierno se han entretenido en malgastar nuestros dineros en mariconerías gays en África, pasando por las marimbas ecuatorianas y alegrías haitianas (346 millones), hasta acabar con los dichosos y sugestivos mapas “clitorídeos” de la impresentable e indocumentada ministra Bibiana.
UGT y CCOO han sido cómplices de un iluminado, que ha adoptado la postura adolescente de negar la realidad que se venía abajo a su alrededor. Unos sindicatos a los que la libertad de expresión ajena no les hace demasiada gracia, porque reciben con ‘inmenso enojo las informaciones o los juicios incómodos y por eso exigen de inmediato que se rectifique’, amenazando con la cantinela de poner a trabajar sus servicios jurídicos, (¿verdad que sí UGT?). Sin embargo, cuando en el año 2001 conminaron a esconder a los ilegales y a desobedecer la Ley de Extranjería, ¡una ley votada en un Parlamento democrático!, ambos sindicatos, UGT y CCOO, no apremiaron a sus respectivos servicios jurídicos a empapelar a sus propios dirigentes que exhortaron a llevar a cabo tal despropósito. No hay duda, están desprestigiados hasta la médula.
Ya no son creíbles. Se trata, ahora, de demoler las estructuras obsoletas y rancias y decimonónicas de estos sindicatos a modo de catarsis para construir un sindicalismo nuevo, acorde con los tiempos, alejado del clientelismo y servilismo del poder político establecido, cualquiera que sea, desparasitado de ambiciones individuales y huyendo de convertirse en “protectores de vagos” y “refugio de parásitos”. Ni que sirvan a un gobierno, como éste, que “los soborna y los tiene paniguados”.
Ahora UGT y CCOO sienten cómo el suelo se les abre bajo sus pies y que deben sacar las masas a la calle para demostrar a la sociedad civil que no son colaboracionistas con el gobierno socialista. Hasta estos momentos su actividad se ha limitado a servir y defender sus intereses personales, entrar a saco en los convenios y presentar a los empresarios como una especie de ogros cuyo único objetivo es esclavizar con sueldos de hambre y condiciones de trabajo a las 'ingenuas' masas obreras. Para estos sindicalistas, el empresario es un tipo sospechoso, receloso y explotador cuya imagen parece sacada de una novela de Dickens. Olvidan, sin embargo, que quienes crean riqueza a través de los puestos de trabajo son ellos, los empresarios. En modo alguno, los sindicatos crean riqueza ni puestos de trabajo. Por el contrario, en este régimen español, UGT y CCOO han sido llamados, por Antonio Burgos, máquinas de trincar subvenciones y que funcionan como Sindicato Único.
Para colmo, tanto uno como otro se apuntaron a la verbena de defender al juez Garzón. Méndez y Toxo han sido calificados como “un par de haraganes que apoyan el golpismo”. A los sindicalistas ya se les ha tomado la medida. Con esta actitud, tanto UGT como CCOO se han entregado sin contemplaciones a actividades políticas muy alejadas, eso sí, de las actividades que les son propias.
Es tal el clamor que hasta los lectores envían cartas al director escandalizados ante la actitud de los sindicatos, tal como escribe a ABC uno de ellos: “Con la connivencia de unos sindicatos de clase domesticados hasta tal punto de olvidar sus labores de lucha por los trabajadores para dedicarse simplemente a corear las consignas políticas que les suministra el poder”. De lo que se trataría, en efecto, es de ir a la huelga general, pero contra las sedes de UGT y CCOO. No debemos dejar que se vayan de rositas, ni en modo alguno debemos ponernos detrás de esos sindicalistas que han sido cooperadores necesarios en nuestra ruina y en nuestro empobrecimiento. No lo haga, amable lector. Que desfilen ellos solos con su propia indignidad.