Para describir la actual situación anímica de los españoles no se me ocurre una expresión más acertada que la de “cabreo nacional”. Sí, ya sé que utilizo un término vulgar y poco académico, pero resulta que es el más apropiado al caso. Si digo “disgusto”, o “mal humor”, o “enfado”, parece que me quedo corto. Lo de “cabreo” suena más rotundo. Aquí, desde los parados hasta los funcionarios y los pensionistas, pasando por los empresarios que han tenido que cerrar o que ven negro su futuro, las madres potenciales y los dependientes, sumamos, contando a sus familias, unos cuarenta millones de cabreados. Los que quedan fuera pertenecerán a la casta de los forofos de ZP y sus paniaguados, aunque también deben estar, cuando menos, inquietos, si piensan en el porvenir.
Y todo porque un gobierno se negó a admitir la realidad de la crisis que se nos venía encima, y optó por llevar a cabo una política de gastos desmedidos, que se han revelado inasumibles y que han llevado a España a contraer una deuda disparatada, capaz no sólo de conducirnos a la quiebra, sino también de colocar en grave peligro la fortaleza y hasta la propia subsistencia del euro. De ahí la humillación de que nos hayan puesto firmes -al mismo tiempo que los deberes- en la Unión Europea, hasta vernos en la dolorosa tesitura de estar vigilados y prácticamente intervenidos por ella. Porque las impopulares medidas recientemente adoptadas –y otras que vendrán o tendrían que venir- las ha acordado el gobierno forzado por la situación caótica que él mismo creó, una situación considerada inadmisible por nuestros socios europeos, e incluso -¡hay que ver!- por el propio Obama.
Sin adoptar ni una sola medida tendente a atacar las raíces de la crisis, como hicieron en su momento otros gobiernos, han gastado a mansalva, sin ton ni son y sin tener en cuenta el nivel de los ingresos del Estado y encima han perdonado las deudas de otros países con una absurda liberalidad… aunque ahora nadie querrá perdonarnos las nuestras. “El déficit –decían- no es malo de por sí”. Malo no, perverso, como se está demostrando. En una palabra, han incurrido en prodigalidad, porque ha sido muy fácil gastar y gastar no sólo el dinero, sino, para mayor inri, el crédito de los demás. Ahora toca pagar las consecuencias, y nos toca a todos, a las generaciones que ahora vivimos y a las que nos sucederán.
Se anuncia, como una especie de panacea, la posible creación de un impuesto a “los ricos”, un concepto utilizado con evidentes visos de demagogia pero que carece de definición en las leyes tributarias. ¿Quiénes son “los ricos”? Hay un estereotipo: unos orondos señorones explotadores que fuman puros carísimos y beben exquisitos licores cómodamente apoltronados en mullidos sillones. De esos deben quedar muy pocos. Habrá que esperar, en estado de alerta, para ver dónde situarán la línea de separación entre “los ricos” y la sufrida clase media, entre “las grandes fortunas” -“los que más ganan”, dicen- y los ciudadanos de a pie. Pero si sale el supuesto tributo, una de sus principales consecuencias será, por desgracia, la de desalentar aún más a los potenciales inversores.
Por mi parte, me sitúo entre la masa de afectados por el cabreo nacional, como pensionista que soy. Y aprovecho la ocasión para dejar bien claro que, habiendo tenido el honor de ser primero Diputado y después Senador por Ceuta a lo largo de tres legislaturas, la cantidad que percibo –que dista de llegar al máximo legal- es exactamente la que me corresponde tras cuarenta años de cotizaciones al régimen general de la Seguridad Social, sin que reciba un solo céntimo de esas tan cacareadas pensiones que, según dicen, se abonan a todos cuantos hemos sido Parlamentarios nacionales durante un mínimo de dos legislaturas. Esas las cobran solamente unos pocos, los que carecen de otros medios y no cotizaron o lo hicieron bien por salarios bajos o bien durante escaso tiempo. Por ejemplo, los que volvieron del exilio.
Total, que de aquella alegre y desenfada película que se tituló “La escopeta nacional”, hemos pasado ahora a estar inmersos en un estado generalizado de ”cabreo nacional”.Y sus causantes, pidiendo insistentemente que se “arrime el hombro”. ¿Cómo se iba a arrimar el hombro a una política que nos ha conducido a este desastre, convirtiéndose así en corresponsables de ella?
¿Cómo se va a arrimar el hombro a otra política –la de ahora- lamentable consecuencia de la anterior y que carga el peso sobre los inocentes ciudadanos, mientras no se suprimen Ministerios superfluos y subvenciones “a gogó”, ni tampoco se llevan a cabo reformas imprescindibles para combatir el desbocado paro, para adelgazar la Administración y para recuperar la confianza perdida?
Un poco de sensatez y seriedad, por favor. Y que no se llegue a una huelga general, pues eso sólo serviría para profundizar aún más en la herida.