La realidad es que nunca estamos solos en el camino de nuestra vida, pues cuando nos parece lo contrario se alza una voz, desde nuestra conciencia, que nos dice unas cuantas cosas, algunas que las tenemos bien vivas y otras que no querríamos oír lo más mínimo de ellas. Es que el hombre no es una figura de cera o de cartón, de esa que se derrite con el calor o de ese que se quema entre llamas festivas, sino que se mantiene vivo - aunque con algún que otro sofoco - en medio de acaloradas discusiones o de ardientes acusaciones en las que puede verse envuelto y hasta perseguido.
El hombre tiene vida, capacidad de pensar y de actuar, de imaginar grandes proyectos y de tratar de llevarlos a cabo, de ser fiel a unos principios morales o de echarlos por la borda.
El hombre, en definitiva, puede llegar a ser luz que ilumine el buen camino a seguir, para la victoria con honradez, o convertirse en un tizón - frío y sucio - que mancha todo aquello que llega a tocar.
Eso es de sobra conocido pero se olvida, o no se tiene en cuenta, en muy diversas ocasiones; en muchas más de las que cada uno debiera cuidar.
Con ello se causa daño uno a sí mismo y a lo que le rodea, a lo que debe hacer , a lo que debe atender, a lo que debe ser su preocupación formal y la propia de cada persona, la de tanta gente que espera una correcta actuación, en cualquier campo de actividad, bien sea una ingeniería o una labor social.
Tal vez la de un comedor para gente que no tiene con qué pagarse unos alimentos, o la de crear puestos de trabajo para que la gente pueda llenar su vida con la alegría de unas ilusiones a conseguir.
¿Por qué se olvidan esas obligaciones, esos compromisos de cada hombre consigo mismo? A veces se responde que no se tuvo, en su momento, el consejo adecuado o que le fueron presentadas unas posibilidades de actuación que parecían ser las mejores.
¿Quién te acompañó en ese o esos trayectos de tu camino en la vida?. Siempre es bueno hacerse esa pregunta y obrar en consecuencia; pero es muy necesario saber que hay que mantener viva esa necesidad en todos los pasos de la vida, en todo quehacer, por pequeño que pueda ser o parecer.
La miel es muy atractiva y alrededor de ella revolotean los que han podido percibir su aroma No pararán hasta conseguir hacerse con algo de ella, privando de buen sabor y hasta de presencia lo que estaba preparado para una determinada misión, bien distinta, por supuesto, de la rapiña de moscones.
Hay que proteger esa miel, ese buen sabor de la obra bien hecha, apartando de ella todo cuanto pretenda otro fin. Hay que saber quienes acompañan en ese camino y eliminar los que tienen otra idea. La miel es muy golosa, sea la del poder o la de cualquier otra cosa que a su sombra se pueda lograr.
El hombre - todo ser humano - debe ser formado para la verdadera misión de su vida; la de actuar siempre al servicio de la verdad y, con ello, ser verdaderamente útil a todos los demás.
Hombres así son los que se necesitan en el camino de cualquiera. Conviene hacerse, siempre, esa pregunta: ¿Quién te acompaña en el camino?