En el XIX de la Revolución y la Contrarrevolución, con la innovadora oleada de movimientos políticos y sociales que rompían la coyuntural y esclerotizada paz social, el Congreso de Viena certifica el papel menor de España en el concierto de las naciones. Si en Westphalia, en 1648, se había puesto fin a la hegemonía española, ahora, en Viena, donde, como tantas veces se ha destacado, ni siquiera se reconoció en forma debida la importante contribución española en la lucha contra Napoleón, despachando a D. Pedro Gómez Labrador, más tarde marqués de Labrador, con una antes que exigua, insultante recompensa, prácticamente nada en función de los objetivos perseguidos, la bajada de categoría española en el juego de poderes resultaba paladina. Y lo que posiblemente sea peor, respondía a la realidad de España, cuyo peso atómico internacional entraba en una imparable cuesta abajo, preludiando, ya al final de aquella agitada centuria, la crisis del 98, el año que se suicidaba en Riga, el cónsul Angel Ganivet, llamando al renacer del país en su Idearium Español.
La decadencia española cubría en su in crescendo aspectos menores pero representativos del mundo diplomático, como el atuendo, el ir a la moda, que también formaba parte del bagaje de la diplomacia, y asimismo reflejaba el descenso, la postergación, el ocaso hispánico: ¨En el XVII, la Cortes, los embajadores no españoles copian hasta los vestidos y las formas sociales de los embajadores españoles. Por ejemplo, la Corte de Viena sigue en todo las formas sociales del embajador español, Conde de Oñate. Lo mismo en el XVIII, los enviados copian las modas que prevalecen en la Francia que ha sucedido a la brillante corte de Luis XIV, y en el XIX, el modelo en el vestir, las costumbres, los juegos vienen de Londres y todavía a principios del XX los diplomáticos que se estiman se visten en Londres¨, describe Aniel-Quiroga.
Y aunque en el XIX contábamos con el duque de Osuna, épateur principal en la corte de los Zares durante su embajada en San Petersburgo, con sus fastuosos dispendios que terminaron arruinándole y de quien, como recuerda el conde de Altea, el poeta Manuel del Palacio, reclutado para la diplomacia por Juan Valera, escribía, ¨debe a Dios el nacimiento, debe a sus padres los bienes, de modo que es este duque, notable por lo que debe¨, pocos diplomáticos mencionables en aquel siglo pródigo en maestros de la política exterior, desde la trilogía clásica Metternich, Talleyrand y Castlereagh, limitándose las escasas referencias a casos particulares como el del I marqués del Zarco, destacado por Jules Cambon, en Le Diplomate, en su faceta de protocolo, de ntroductor de embajadores, como cita Altea, pero sin que conste, pero sin que conste que fuera un elegante. Sin embargo, sí parece que los agregados diplomáticos cuidaban los modales y según recoge Gómez de Valenzuela, el propio Valle Inclán pone en boca de la Reina Castiza, aunque en clave satírica, aquello de ¨pasemos a mi alcoba, para el humor reumático, corre un aire más fino que un joven diplomático¨.
Ni el marqués de Labrador, ni Angel Ganivet fueron elegantes. Tampoco lo es Felipe VI- simplemente viste bien, pero menos que hace años y guardamos con el afecto y el respeto que corresponden, las fotos que se hizo con nuestra hija Sonsoles en brazos, en 1991, en el consulado en Córdoba, en una visita que marcó un jalón en la ciudad más hispánica de Argentina- no siguiendo una línea de elegancia distinguida en la que Alfonso XIII era modelo, y en la que figuran por derecho propio Juan Carlos I o su hermana la infanta Elena, por citar y ponerme a los pies de las señoras.
Por encima de las incorrecciones de diversa índole que llenan todos nuestros libros y las referencias a ellos y que no volveremos a escribir, parece que podría suscribirse que en una corte más palaciega quizá por lo todavía comparativamente desacostumbrada como es la española, el medido protocolo adolece de alguna que otra laguna, y en mi artículo El protocolo de Estado en España, formulo modestamente algunas sugerencias, que aquí, que se habla de elegancia, no vienen al caso. Acaso procediera traer a colación por inocultable, que después, sólo hace días, en la Cumbre Iberoamericana de Cartagena de Indias, el Rey apareció, como el ministro que le acompañaba, con los puños de la camisa levantados, (luego se corrigió), junto al presidente de Perú, que iba con chaqueta, mientras que el anfitrión colombiano llevaba las mangas de la camisa abrochadas como corresponde, a la manera de la guayabera.
El consejero político de nuestra embajada en Rabat, Joaquín Ortega, que más tarde sería subsecretario de Exteriores, y que conocía al escritor Carlos Fuentes, el dandy de la diplomacia mexicana, me atribuía ¨un cierto dandismo¨ (es de suponer que cuando yo regresaba del Sáhara). En unos tiempos en que dos diplomáticos elegantes –que no habrá necesidad de precisar, supone categoría próxima pero distinta del dandismo- el alemán Claus von Amsberg y el francés Henri de Montpezat, contraían matrimonio con dos reinas, la de Holanda y la de Dinamarca, en la diplomacia española no había casi dandis y constituía un tópico el recordatorio a principios de siglo, de Gutiérrez de Agüera, traductor del citado Le Diplomate, que frecuentaba los salones con su sempiterno clavel en la solapa, como evoca Altea.
Quizá pudo serlo Edgar Neville, conde de Berlanga del Duero, literato y cineasta, de ¨bohemia dorada¨, pero su obesidad sobrevenida le sacó del elenco, aparte de que en cuanto tuvo ocasión, lo que fue pronto, se salió de la carrera para dedicarse a otros menesteres distantes de la burocracia: ¨Un dandy tras la cámara¨. Para colmo, dos prototipos del dandy pudieron entrar en la diplomacia, pero José Luis de Vilallonga, que siempre encarnó en la cinematografía, francesa y española, a aristócratasdistinguidos, es decir a sí mismo, no quiso seguir las indicaciones de su padre, y del conde de Villapadierna, ¨el último dandy, que disfrutó y dilapidó tres grandes herencias, que vivió al galope de sus pasiones, caballos, galgos y coches y fue un caballero de proverbial porte, con un toque internacional especial en la España de su tiempo¨, sólo sabemos que ¨cursó oposiciones a diplomático¨.
(Sobre lo que en un principio, desde finales del XIX, suponía la simple comodidad de guardarse el pañuelo una vez utilizado en el bolsillo más próximo al apéndice nasal, el superior de la chaqueta, con el resultado frecuente de que quedaba sobresaliendo de forma descuidada, elegantes y horteras introdujeron distintas variaciones. Éstos, entre los que en la moda figuraban el Caudillo y varios de sus ministros, exhibiendo en su cursilería el pañuelo de manera cuidadosamente horizontal, mostrándolo con una anchura matemática de un dedo, y aquellos, bien a modo de triángulo más o menos acentuado u otras modalidades de distinta afectación, entre los que se hacía notar Villapadierna, que lo llevaba de forma en verdad exagerada, casi como un tubo emergente, lo que no le impedía sobresalir como un destacado émulo de Petronio).
Tampoco la referencia a los titulares de Santa Cruz nos llevaría muy lejos, poco más que a Gregorio López-Bravo, sin que un defecto en una pierna, cierto que imperceptible, llegara a mermar un ápice su elegancia. José María de Areilza era persona particularmente distinguida, ¨¿alguien más refinado que él? ¨, hiperboliza García de Cortázar, pero innegable la distinción, su elegancia quebraba en el punto de los puños de las camisas, con gemelos, que sobresalían en exceso en más de una ocasión.
El mismo García de Cortázar define a Agustín de Foxá como ¨dandi irónico y exquisito¨. No, por favor. Escritor y poeta de nivel, el más conocido de los literatos diplomáticos españoles, el tantas veces citable y el más citado por mí, el brillante y ocurrente dialéctico, cincelador de frases lapidarias y celebradas, y siempre cantando a la Carrera, desde sus hombreras nevadas de caspa y con su corazón: ¨con la brújula loca pero fija la fe¨. Todo lo que usted quiera y más, pero dandi- aunque sea con i, como escribe el profesor y se escribe artificial, académicamente en español, yendo contra natura, rompiendo la estética inmutable que se proyecta desde la cuna-sede del dandismo, en los gentlemen´s clubs, en los clásicos, en el White´s, en el Boodle´s o en el Brooks´s- no.
Porque el dandy va unido al refinamiento y en consonancia al atuendo, es decir, a la elegancia; porque el dandismo ¨que es un ideal¨, en la valoración de Félix de Azúa, que parece excederse conceptualmente un tanto, ¨es ponerse prendas que puedan llamar la atención, dentro de un aire de elegancia¨, en el enfoque quizá amplio y desde luego coloquial pero elocuente de Luis Antonio de Villena. Por otra parte, algún viejo embajador me citaba a Pedro Cortina Mauri, cuidadoso en el vestir sin llegar a atildado; bueno, aquí queda. Y poco más que contar, por razón de espacio claro está, de los Beau Brummell de la diplomacia española….