54 agentes componen la plantilla de una Policía Portuaria mermada en plazas y en medios. Solo disponen de dos coches patrulla (hasta hace poco tenían solo uno) lo que les obliga a usar sus vehículos particulares. De ellos nadie habla, sus servicios no se publicitan cuales sombras en acción.
Diez de la noche. Empieza el trabajo para uno de los cinco turnos en los que se dividen los 54 agentes que integran la plantilla de la Policía Portuaria. Por delante, ocho horas para controlar un espacio cada vez más amplio con solo dos vehículos patrulla (hasta hace unos días solo disponían de uno). Una merma que obliga a que los agentes tengan que usar su propio coche particular. Y así se dibuja la imagen esperpéntica de un policía en su puesto, junto a su vehículo con sillita de bebé incorporada y solo ante una hilera de escolleras tras las que se esconde un mundo desconocido al que nadie se atreve a poner etiquetas.
¿Cuántas personas duermen entre las rocas esperando el momento idóneo para colarse en los barcos y huir a la península?, ¿qué cantidad de armas blancas ocultan para defenderse?, ¿con qué frecuencia se organizan reyertas después de noches a base de pegamento y alcohol?
El Puerto de Ceuta no se enfrenta a los mismos problemas que pueden afectar a los del resto del país. Su ubicación geográfica, en una ciudad frontera con un Marruecos cada vez más pobre, preñado de familias que añoran el logro de que sus hijos crucen el Tarajal para hacer sus vidas a este lado, añade presiones a las que tiene que enfrentarse una plantilla escasa. Faltan agentes para cubrir los 60 que había antes; muchos más si se quiere alcanzar la cifra idílica de 120. Otra merma que asoma frente a un escenario portuario cada vez mayor, porque cada vez son más los espacios que deben ser controlados por la decena de hombres que se reparten en cinco turnos distintos.
El jefe de servicio de la Policía Portuaria, Carlos Santos, acompaña a ‘El Faro TV’ junto a los agentes que integran su turno, cuya labor finalizará a las 6.00 horas. Esta noche Santos tiene gente para patrullar; otras, la falta de efectivos imposibilita que puedan cubrirse los servicios en todos los muelles. La oferta de puestos de trabajo que depende de Puertos del Estado ha pasado por alto a Ceuta, en donde no se ha incrementado una plantilla deficitaria que, además, viene marcada por la ausencia de un protocolo de actuación que sí existe en otros puertos. Un protocolo que serviría para amparar la labor de los agentes, toda vez que quedara bien definido su trabajo al objeto de frenar las constantes asperezas en cuanto a competencias entre Cuerpos.
Con la llegada del Passió per Formentera se cierra la estación marítima y empiezan a correr las agujas del reloj para policías e inmigrantes. Por delante asoma una franja horaria que es la más elegida por adultos pero, sobre todo, por menores para colarse en el ferry de Balearia antes de que parta a las seis de la madrugada.
“Cuando llega el barco es cuando empieza la presión. Los inmigrantes intentan llegar a los techos, sobre todo menores. Es complicado interceptarlos porque se cuelan entre los tubos a pesar de los espacios tan estrechos. Si no lo logran, saltan, les da igual las concertinas... También suben por el cuarto atraque... es muy difícil que un solo agente pueda controlar a todos, por eso el marinero del barco a veces nos avisa y gracias a eso podemos actuar mejor”, expone Santos.
Cada vez es mayor el número de menores que pernocta por la zona portuaria. Si son detectados se avisa a la Policía Nacional o a la Guardia Civil, competentes para su traslado al centro de La Esperanza, en donde no permanecerán más que horas. Se trata de niños que no quieren estar en el centro de Hadú. No todos son fugados, los hay también que ni siquiera han acudido. Optan por exponerse a los peligros de una noche en la que pueden ser explotados por los adultos y a los de una travesía en barco no siempre tranquila. Dicen que prefieren la calle, a pesar de no tener comida ni ropa. En el centro, denuncian, hay grupos más mayores que les roban, les presionan... Prefieren los abusos que puedan toparse en su deambular por el puerto antes que éstos.
“Nosotros no podemos hacer nada más que, cuando los localizamos, avisar a las fuerzas de seguridad. Hemos visto a menores muy pequeños”, puntualiza Santos. Menores que podrían ser sus propios hijos; menores dormidos en coches, en callejones, en las propias escolleras... evadidos en el consumo, cada vez mayor, de pegamento.
La Policía Portuaria carece de medios de protección como son los chalecos antibalas o anti-corte. Han sido reclamados, al igual que recibir armas de protección sobre todo tras elevarse el nivel de alerta antiterrorista y estar trabajando en zona portuaria. De hecho esta queja es común a todos los agentes que prestan servicio en los distintos puertos del país. El no ha sido la respuesta recibida hasta la fecha. Situados en la primera línea de trabajo, patrullando unas escolleras en las que se han producido incidentes que han tenido incluso repercusión mediática (reyertas que se saldaron con la muerte de magrebíes apuñalados, entre otros) siguen trabajando con lo puesto. Con trajes nuevos, sí; con los que no pasan frío, también; ¿pero seguros?
“Nos hemos encontrado con inmigrantes que portaban armas blancas... sin tener protección alguna... ante esto... hacemos lo que podemos, actuamos por instinto, intentando siempre ir acompañados. Tenemos guantes anti-cortes y la defensa. Eso es lo único que tenemos. Ante alguien que te quiera atacar con una navaja... no tenemos nada”, concreta Santos. La Autoridad Portuaria sí que ha dotado a los policías de unos walkies con GPS para estar controlados. De producirse algún incidente, se daría una emisión de alerta.
Los policías portuarios evitan entrar en ese ‘otro mundo’ que conforman las escolleras. Allí, entre sus piedras existe otro poder. Es un escenario imposible que ha sido objeto de batidas llevadas a cabo por grupos antidisturbios. “Ahí no podemos entrar, solo vamos de apoyo si se nos requiere, de la Guardia Civil o de la Policía. No tenemos medios para atajar altercados que, ahora, se están produciendo también en el Muelle Alfau. Nosotros nos podemos meter en medio a separar, si hay reyertas, pero, claro, no sabes si esa persona porta un arma blanca... Si ves una pelea, no te puedes quedar mirando tampoco”.
Las características propias de la ciudad hacen que la Policía Portuaria de Ceuta tenga que hacer actuaciones impensables en otros puertos. Los agentes de patrulla cuentan con un apoyo que resulta clave: el que presta el particular Gran Hermano. Una suerte de 110 visores asentados en la última planta de la torre de control que los agentes comparten con los controladores de prácticos.
Cuatro miembros de la Policía están especializados en el manejo de estas cámaras, recibiendo una visión negada a los compañeros de patrulla y que resulta básica pero no infalible. ¿Por qué? Porque en este punto solo está destinado un funcionario. Un solo agente tiene que controlar los 110 visores, atender teléfonos, comprobar las horas de entrada de los barcos, las salidas, el tráfico de mercancías... y eso sin contar con temporales, entonces la centralita queda saturada a llamadas lo que hace imposible mantener un control como se debiera. Como mínimo esta labor tendría que ser desarrollada por dos personas.
El presidente de la Autoridad, José Torrado, es consciente de la merma. Faltan plazas para lograr una mínima garantía. Ver a un solo agente ante un panel multicolor tan amplio escenifica la lucha de un pequeño David ante un Goliat mareante. Hay además zonas con menos vigilancia que serán subsanadas con la implantación, prevista, de más cámaras. “Para nosotros las cámaras son fundamentales, ellas son nuestros ojos, los que ven dónde están los inmigrantes, en qué techos...”, expone Santos.
Esta noche le ha tocado guardia a Antonio José Rivero. “Atendemos todo lo que se menea en el puerto: desde el apunte de los barcos por bocana, entrada y salida, autorización de mercancías, atender los tres teléfonos que tenemos, el fax... y las más de cien cámaras y mucho trabajo administrativo. Aburrir no nos aburrimos aquí”, señala. “En el momento en que veo algo, activo la cámara (tenemos móviles y fijas). Hago un seguimiento y digo a los compañeros lo que ha sucedido. El jefe de servicio coordina a los demás. También tenemos contacto con el 112 que nos avisa si ocurre algo en zona portuaria”, expresa.
La existencia de cámaras hace pensar que todo el puerto debe estar controlado. Una visita al trabajo de esta sala escupe una imagen bien distinta: es imposible atender todo, resulta inhumano que una sola persona tenga la capacidad de afrontar toda ese grueso de información. El puerto cada vez es mayor, hay muchas zonas comerciales, más inmigración, una entrada muy grande de barcos y un solo hombre en la gestión de estos visores. Se puede captar el interior de la estación marítima, el escáner o llegar hasta el CAS gracias al zoom de unas cámaras que permiten mantener las grabaciones durante un mes.
Junto a Rivero hoy le toca trabajo a Vicente Cobelo, controlador, que comparte sala junto a la Policía Portuaria, aportando una labor distinta pero que, también, sirve de complemento. “Nosotros nos comunicamos en inglés con los buques y recogemos información de si vienen cargados, su calado... coordinamos el orden de atraque y de tráfico, manteniendo las prioridades, comunicándonos por radio con los barcos para que el tráfico sea seguro”.
Son ya las dos de la mañana. Las horas avanzan. Hace frío. Mucho. Hasta una decena de menores son localizados deambulando por el puerto. Sin duda la nota más dramática la aportan tres niños que son localizados en el interior de una furgoneta abandonada en el parking de la estación marítima. Tres menores tapados con mantas que se refugian de un frío y una lluvia en un escenario que nunca debiera ser concebido para un menor. Nunca. Los agentes portuarios intentan hablar con ellos, interesa saber sus historias. Es la connotación psicológica que complementa su trabajo. Agentes de la Guardia Civil se hacen cargo de ellos, al igual que antes lo hizo una patrulla del CNP.
Patrullar un puerto cada vez más amplio resulta complicado. Pero si de verdad hay que localizar los puntos más negros de este trabajo hay que desplazarse al Muelle de la Puntilla y al de Alfau. En el primero, la dirección del Puerto ubicó un puesto de control hace unos meses al objeto de evitar el tránsito de indocumentados. Asoma fantasmagórico en un muelle vacío. Un solo agente controla las escolleras desde la torre, frente a unos inmigrantes que ‘inauguraron’ su instalación a pedradas. ¿Qué haría este policía de producirse algún altercado? Huir en su coche particular, que asoma aparcado en la base de su control. Su labor resulta ineficaz, de hecho, desde su instalación no se ha impedido el pase de inmigrantes de uno a otro lado. Con el sol, deben colocarse cartones y periódicos para, a modo de pantalla, evitar que la torre se transforme en un horno. Eso sí, ha sido dotado con un váter con vistas al Estrecho. El único lujo.
De este muelle, a otro, al de Alfau, en donde en los últimos meses se han producido reyertas nunca antes vistas entre inmigrantes que llevaron a actuar a las fuerzas de seguridad. Otro agente, solo y con su coche particular, vigila este muelle. De producirse algún episodio de tensión debe llamar a sus compañeros que tardarían varios minutos en auxiliarlo.
Esta noche ha sido tranquila. No como otras en las que el consumo de alcohol y pegamento altera los comportamientos de unos ‘invisibles’ que emplean el tiempo en intentar las escapadas.
De regreso al puesto de control, hay que pasar por las oficinas ubicadas en la comisaría del Puerto para hacer los partes de todos los servicios practicados. Las instalaciones, que disponen de un gimnasio, son antiguas. Los agentes llevan tiempo pidiendo cambios. De momento estos no llegan. Y pasan las jornadas reclamando lo que, puede, algún día consigan.
Una de las reclamaciones: tener las instalaciones fuera de la zona Schengen
Una de las reclamaciones que tienen los policías portuarios es que las instalaciones estén fuera de la zona Schengen. En la actualidad prestan servicio atrapados en un auténtico laberinto. Si hay una urgencia, ésta se responde de forma ralentizada porque tienen que pasar por controles ubicados en la zona de control de la Guardia Civil. Reclaman mayor operatividad a la hora de entrar y salir. Lo primero que hacen es toparse con la barrera de control establecida por la Benemérita, que tendrá que leer la matrícula del coche policial antes de que éste pase. Cuando no hay tráfico se hace más rápido, pero se convierte en una tortura en fechas como la OPE. Para salir de su zona tienen que pasar además por Poniente, en donde están todos los camiones y bateas. Pareciera como si el puerto se hubiera convertido en una particular tela de araña en la que resulta complicado buscar la vía idónea para evitar que te atrape. El puesto de acceso al puerto es además muy reducido.
Es la ‘marca’ de la casa, un problema al que no se enfrentan otros puertos del Estado
Cada vez se ven más menores por la zona portuaria y, entre ellos, muchos que no alcanzan ni los diez años. Algunos no han pasado siquiera antes por el centro de La Esperanza. Otros sí. Dicen que no quieren estar ahí porque hay otros grupos que abusan de ellos, obligándoles a robar o quitándoles lo que tienen, por eso prefieren estar en la calle, expuestos a otro tipo de abusos, los que pueden tomar como escenario un puerto frecuentado por adultos y unos barcos a los que intentan llegar y en donde soportarían travesías muy complicadas.
Los puestos de control más abandonados, en donde la vigilancia resulta una broma macabra
La vigilancia en los puestos de control situados en Alfau y Poniente resulta complicada e incluso ineficaz. Un agente en cada uno de los puestos se encarga de un control que nace mermado porque carecen de medios y de infraestructuras. Entre ambos se encuentra el puerto pesquero en donde, en breve, se ubicará la Guardia Civil del Mar. Hasta allí acude la Policía Portuaria para controlar la descarga del pescado en un lugar en el que también repuntan los incidentes por la presencia de indocumentados que habitan algunos de los cuartillos en los que, antaño, los pescadores guardaban los utensilios de una pesca que cada vez escasea más.¡