Ya se ha iniciado el llamado “Puente de la Inmaculada Constitución”, que este año reviste características monumentales. Sábado, domingo, martes, jueves, sábado y domingo. Habrá quienes lo hayan iniciado en la tarde del viernes día 2 y no vuelvan hasta la mañana del lunes 10. El auténtico “Golden Gate” de los ansiados puentes hispánicos, el “Puente Dorado”.
La Dirección General de Tráfico prevé un desplazamiento de once millones y medio de vehículos. A un promedio ponderado de tres personas por coche, salen cerca de treinta y cinco millones de españoles, y eso aparte de los demás medios de transporte. En realidad, no serán tantos, porque, por desgracia, quedan aún muchas familias sin posibilidades, pero dará la sensación de que la mitad de los que habitan en España andan por ahí en busca, unos, de su casa en el pueblo; otros, de nieve o de sol –que habrá poco- y el resto, de casas rústicas, de viajar por ver algo nuevo, de reunirse con familiares o, simplemente, para huir del trabajo, aunque solo sea por unos días.
Así, las ciudades parecerán medio vacías, para comodidad de quienes no salen, y todo dará en ellas la sensación de andar a ralentí, e incluso de no andar. Ya se que eso, referido en concreto a Ceuta, no le agrada nada a Carmen, nuestra directora, pero hay que reconocer que esta práctica se ha generalizado en toda España. Habrá entidades y empresas que hayan establecido dos turnos de puente para sus empleados, pero, en definitiva, lo que gusta –y con delirio- a los trabajadores, supondrá una paralización parcial de actividades industriales, administrativas y de otro género, que no es precisamente lo que nos conviene.
El pasado viernes, en rl programa matinal de la cadena Cope que dirige Carlos Herrera, se dijo que la duración de este inmenso puente es superior al periodo completo de vacaciones de que goza la mayoría de los japoneses, Claro es que aquellos son japoneses y nosotros somos españoles, lo que viene a aclarar la diferencia. Y. mientras tanto, España está luchando todavía para salir del todo de la crisis y para adaptar sus déficits presupuestarios a las normas que rigen en la Unión Europea y en el Eurogrupo.
Por cierto; lo antes expuesto es algo que parece no acaba de entrar en la mollera de algunos políticos, como se demostró el pasado martes en la sesión de control al Gobierno celebrada en el Congreso de los Diputados, en la que Pablo Iglesias aludió a la soberanía de España, achacando al Presidente Rajoy –al “señor Mariano Rajoy”, como textualmente lo llama- de que “se preocupa más de lo que piensa la señora Merkel” que de dicha soberanía, representada en el Parlamento.
Como inciso, y una vez más, aludo al hecho de que España. al ingresar en estas entidades multinacionales, cedió una parte de su soberanía. El artículo 93 de la vigente Constitución exige que los tratados en los cuales se cedan competencias propias serán aprobados por Ley Orgánica, que fue precisamente lo que se hizo al incorporarse el Reino de España a la entonces denominada Comunidad Económica Europea, hoy UE, incorporación que fue autorizada por las Cortes mediante Ley Orgánica 10/1985. Hay cuestiones en las que nuestra nación, al haber cedido competencias, renunció a un trocito de su soberana. Sin ir más lejos, hemos de someter nuestros Presupuestos Generales del Estado a los órganos competentes de la UE, y también debemos adaptarnos a su política económica, nos guste o no. O no lo saben, o no lo quieren saber desde la oposición. No son caprichos del Gobierno ni las restricciones en el gasto ni la subida de algunos impuestos
En fin, tras la anterior digresión y volviendo al tema inicial del puente, recuerdo que en mis tiempos de universitario, allá en Sevilla, esto de los puentes no se llevaba, pues los años 50 del pasado siglo arrastraban todavía las secuelas de una guerra civil y otra mundial. Muy pocos disfrutaban entonces de esta práctica actual, si bien algunos compañeros del Colegio Mayor marchaban a sus cercanos pueblos, pero he de confesar que, en un par de ocasiones, osé tomar el vuelo de Iberia Sevilla-Tetuán (un bimotor de hélices) para pasar unos días de asueto en mi casa. El billete costaba 150 pesetas, y mi asignación mensual, en aquel entonces, ascendía sólo a 300, pero lo pagaba con gusto para estar esos días de asueto en mi tierra. Claro está que la vuelta iba a cargo de mi padre.
Ceuta siempre ha tirado de mí.