Liberada de estereotipos manidos y de etiquetas jurásicas, sobre la cultura gitana planea una evidencia milenaria: cuando se agrupa un puñado de sus herederos y decide romper el silencio fluye el gen del arte que transportaron en el equipaje el día que la historia les nominó para convertirse en pueblo nómada.
“Si eres gitano y no saboreas el cante o el baile igual es que ese nombre no es tuyo, te lo han prestado y encima te lo has creído”, se escuchó no hace mucho desde uno de los escenarios de la Bienal de Flamenco de Sevilla.
El Auditorio del Revellín se dejó agasajar anoche por ese embrujo calé. Sobre el escenario, uno tras otro hasta la explosión final, los integrantes del cartel invitado a la cuarta edición del Festival del Cante Flamenco organizado por la Asociación Integración Jóvenes Gitanos de Ceuta. Las tablas esperaban por ejemplo a ‘Toma Castaña’, esencia pura de ese Cádiz capaz de colocar juntos, uno junto al otro, a un enorme ramillete de artistas separados por varias generaciones. El resultado, un cóctel de savia nueva y experiencia veterana, de pasión y quejío, de palmas y sentimiento hecho canto desgarrado. Música desde el corazón que es ésa que puede o no gustar, pero ante la que es intento inútil permanecer impasible cuando asoma desde detrás de un micrófono.
Y también los granadinos –granaínos en calé, permítase aunque sea por una noche desterrar el artificio payo de la d– de ‘Albaicín’, esa cima andaluza por la que serpentea la herencia andalusí con la que los entendidos encuentran tantas arterias comunes con el flamenco. Derroche de arte sobre el imaginario tablao del Revellín a sus espaldas, como el que destiló también el ceutí ‘Esencia flamenca,’ fieles exponentes de esa habilidad que se reserva el flamenco para dejar traslucir el sentimiento a cada arranque de garganta.
En el debe del espectáculo, una escasa entrada. Mal hueco en el calendario: craso error colocar un espectáculo un sábado noche de un fin de semana que se prolonga hacia un lunes absorbido por puente festivo. Contra el desierto urbano en el que se transforma esta ciudad cuando más caja hacen las navieras no podrían batallar ni los Rolling. Quienes poblaron las primeras filas de butacas del Auditorio sí que se dejaron sumergir en el embrujo calé de la noche.