Abrieron sus puertas el pasado mes de julio, pero no fue hasta ayer cuando los hermanos franciscanos de la Cruz Blanca pudieron dar por inauguradas, de forma oficial, las nuevas instalaciones de la Residencia Nuestra Señora de los Ángeles. Y como testimonio del reconocimiento social que Ceuta brinda a quienes acumulan ya a sus espaldas más de tres décadas de trabajo en beneficio de los más necesitados, al acto –con bendición del vicario incluida– no quisieron faltar representantes de ninguno de los estamentos de la ciudad: políticos (del Gobierno, de la oposición, de Delegación del Gobierno y del Imserso), religiosos, militares, policiales, ONG...
La ocasión lo merecía. Como reconocía Miguel Nacarino, superior general de los Hermanos de la Cruz Blanca, las dependencias que ahora ocupan son la culminación “de un proyecto soñado”, fruto de la colaboración de las Administraciones pero también de la “contribución impagable que es la fraternidad de trabajadores, voluntarios y residentes”. También, por ejemplo, de los hermanos Aurelio, Juan o Luis Miguel, empeñados en que cristalizase un proyecto diseñado durante años. El resultado, a su juicio, es una “obra modélica” en su estructura pero que también ayuda a combatir el que consideró “el mal más profundo de nuestra época: la indiferencia”. Frente a esa tentación, llamó a “dejar de mirar hacia otro lado para mirar a los últimos”, porque de otra forma “no habrá cultura, democracia, libertad ni proclamación de los Derechos Humanos”.
La “gran familia” que sustenta la labor silenciosa y diaria de Cruz Blanca también se apoya en los trabajadores, “con su ternura y profesionalidad”, y en los residentes, que los hermanos franciscanos elevaron ayer a la condición de “tesoro de la casa” y cuyo esfuerzo de superación “hace confiar en una nueva humanidad”. También hubo un recuerdo especial para el germen de aquella aventura solidaria, la casa de la barriada Príncipe Alfonso, donde hoy continúa fraguándose la misión humanitaria que un día ideó el hermano Isidoro Lezcano, de cuya vocación nacería “una casa y también una familia”.
El delegado del Gobierno, Francisco Antonio González, tomó prestado el título de una de las obras capitales de Calderón de la Barca, La vida es sueño, para alterarle el orden y concluir que las instalaciones inauguradas ayer confirmaban que “el sueño es vida”. Todo ello, fruto de un “trabajo excepcional” y “nunca bien pagado” que permite “dar visibilidad a los que durante mucho tiempo han sido invisibles”, gracias en parte también a la aportación de la Administración, “la actual y la anterior, de un color político y del otro”. En nombre del Imserso, su subdirector general adjunto, Fernando Gascó Alverich, reconoció su satisfacción por la inauguración de un centro en el que su departamento ha jugado un papel fundamental al canalizar las aportaciones con cargo a la asignación del IRPF. “Es un orgullo para nosotros porque nos hemos dedicado durante mucho tiempo a informar sobre expedientes y ahora vemos que se convierte en realidad”, señaló.
La consejera Yolanda Bel, en representación de la Ciudad por el viaje de Juan Vivas a Madrid, fue explícita al enfatizar con un “bendita cesión de terrenos” la aportación que la Administración local realiza a Cruz Blanca durante medio siglo. “Está totalmente justificado y esperemos que sea por otros 50 años más”. Como respuesta a las palabras de Nacarino, insistió en que “la Ciudad no se merece el agradecimiento porque cumple con su obligación. Las gracias os las merecéis vosotros”, algo que hizo extensivo a residentes, trabajadores y voluntarios del centro. Tras disculpar al presidente, de quien aseguró que “siente mucho no haber podido estar presente”, recordó que el Ejecutivo local destina más de 6,5 millones de euros anuales a políticas sociales, “la mejor inversión que puede realizarse”. También acudió la consejera de Asuntos Sociales, Rabea Mohamed.
La bendición de las instalaciones a cargo del vicario general y la entrega de distinciones –a Ceutí de Mantenimiento, Cruz Roja y la ULOG-23, que suministra a diario entre 800 y mil piezas de pan– puso el broche al acto. Aún quedaba el momento más especial: el galardón que los hermanos reservaban a los trabajadores y que lucirá ahora en su “salita noble”.