Desde hace 17 años llaman a su puerta quienes no oyen respuestas después de aporrear las de ayuntamientos, diputaciones, Junta de Andalucía, sindicatos, patronal, partidos políticos...
“Están siempre abiertas”, asegura. Sacerdote y licenciado por tres universidades, José Chamizo de la Rubia (Los Barrios, 1949) fue elegido Defensor del Pueblo Andaluz en 1996 con el encargo de tomar el pulso a las inquietudes, quejas y denuncias ciudadanas para, posteriormente, traducirlas en sugerencias y, en la mayoría de los casos, tirones de orejas a la Administración. Acaba de plasmar parte de ese bagaje en ¿Quién ha dicho que vivir sea fácil? (Espasa).
–¿Tiene la sensación de que, ahora más que nunca, es el altavoz al que se aferran los más desfavorecidos?
–La sociedad en estos momentos tiene muchos portavoces. Está toda la gente que se ha unido, por ejemplo, para intentar detener los desahucios de personas que pueden perder su vivienda, también quienes defienden la dación en pago... Tampoco hay que olvidar la labor diaria que hacen organizaciones como Cáritas, como Cruz Roja... Defensores de los más desfavorecidos, por lo tanto, hay. Yo, por mi parte, represento sólo una de esas voces porque a mí, por mi función, me llegan las historias y la vida diaria de toda Andalucía, los problemas de esa gente. También me llegan peticiones y quejas de ciudadanos de Ceuta y Melilla que tienen domicilio en Andalucía. Soy tan sólo una voz, la de quienes llegan a mi despacho para denunciar todo aquello que no funciona. Pero intentamos no quedarnos sólo ahí, sino plantear también alternativas.
–Es una especie de válvula de escape para quien percibe que no es atendido como merecería a través de los cauces ordinarios...
–Sí. En muchos casos acuden a la Oficina del Defensor Andaluz porque no se les atiende como se debería. Las Administraciones Públicas, por desgracia, no responden hoy a las peticiones de la gente. Les dan vueltas, los envían de un lado para otro o les dicen, cuando entregan sus papeles, aquello de “venga usted mañana”. Y la gente no quiere eso, exigen y reclaman un trato directo. Yo no puedo recibir a todo el mundo por razones obvias, pero lo intento. El año pasado atendí a unas cien mil personas. La gente sólo pide una relación directa, y sobre todo que le digan la verdad. Incluso cuando uno no hace nada porque no puede, si explicas bien las cosas la gente no sale contenta, porque no les has solucionado en el fondo su problema, pero al menos se van agradecidos.
–¿Le duele que desde algunos sectores se le acuse con frecuencia de ser excesivamente crítico en sus diagnósticos y sus recomendaciones?
–Ah, no. Un Defensor del Pueblo tiene que ser crítico, está entre sus funciones. No por nada, sino porque evidentemente estamos siempre en lugar intermedio entre la ciudadanía y la Administración, pero siempre en un punto más cercano a la gente. Y la situación actual es muy crítica. Diría que preocupantemente crítica. No sólo por la crisis económica, sino porque los ciudadanos no encuentran repuesta de parte de sus representantes políticos.
–Tras los demoledores datos que ha arrojado esta semana la última Encuesta de Población Activa (EPA) y los pesimistas augurios sobre la evolución de la economía, ¿no hay un serio riesgo de que se abra una brecha de desigualdad casi insalvable?
–Yo confío en que no, pero también tengo que reconocer que percibo, desde hace mucho tiempo, cómo cada día la clase media está sufriendo en este país los graves envites de la situación. Es esa clase media quien está sufriendo más con diferencia y en muchos casos, lamentablemente, está descendiendo a gran velocidad los peldaños que le llevan hasta la exclusión social. Esto es sin duda lo más duro. Veo llegar a familias que consideramos normales, matrimonios con sus dos hijos que están estudiando en la universidad, que ella trabaja en casa y él trabaja fuera, por ejemplo en una fábrica. Pero entonces, de pronto, esa fábrica cierra y es entonces cuando se abre el drama. Es el gran drama de la clase media de este país. Porque además, esa clase media, por desgracia, en su gran mayoría no tiene habilidades para moverse en ese peligroso mundo de la marginación. No tienen habilidades sociales para buscar ayudas, para salir de la situación, y entonces sufren. Lo pasan muy mal.
–¿Esa clase media corre riesgo de ver socavados derechos fundamentales que, creíamos, estaban más que consolidados?
–Se corre ese riesgo. Lo que hacemos desde aquí, desde la Oficina del Defensor Andaluz, es intentar precisamente que esos derechos no se vean tocados. Podemos comprender que haya la necesidad, por la situación económica, de realizar algún recorte, pero no puede acometerse un recorte absoluto, porque entonces iremos hacia una sociedad que se dividirá entre ricos y pobres, una sociedad con la que no puedo identificarme para nada en absoluto. Y no hay que olvidar algo fundamental: la desigualdad social es todavía mucho peor que la pobreza.
–Con recortes en sanidad, educación, pensiones, prestaciones por desempleo, sueldos de empleados públicos... ¿seremos capaces de recomponer algún día el Estado del Bienestar?
–Pues esperemos que seamos capaces. Pero sobre todo que seamos capaces de plantar cara a Europa, a las políticas que están impulsando, y de decirles que éste desde luego no es el camino. Porque de la aplicación de esas políticas lo que está surgiendo es más paro, más desempleo, y como consecuencia de ello, más niveles de pobreza. Habrá entonces que buscar otras alternativas, porque éstas, como se está comprobando, no nos conducen a una solución adecuada. No olvidemos que el ejemplo lo tenemos en un país vecino, un país tan cercano como es Portugal.
–El círculo vicioso es perverso: la austeridad fomenta el desempleo, esos parados no consumen, las empresas entonces no venden y despiden personal...
–No, no, claro. Se está confirmando que la austeridad no funciona. Esa política de recortes, en unos temas fundamentales y en otros secundarios... Está claro que por ese camino vamos directos al caos...
–Suscita incluso estupor que una Administración, en este caso la Junta de Andalucía, tenga incluso que legislar en la supuesta sociedad de la opulencia para garantizar que los niños en edad escolar tengan aseguradas tres comidas al día...
–Sí. En este caso la Junta de Andalucía ha atendido una propuesta que hicimos en ese sentido, ya que constatamos que los diferentes informes de Unicef alertaban de que quienes más sufren la pobreza son, sin duda, los niños. Nuestra preocupación es que los niños, a partir de la crisis económica, no estén bien alimentados. Atención, no estamos diciendo que no coman, porque en este tema se ha llegado a malinterpretar el objeto de la iniciativa. Pero son comidas muchas veces no saludables, porque los padres con problemas económicos no tienen medios suficientes para garantizárselos. Lo que pedíamos es, sin más, que haya mejor alimentación para estos chiquillos.
–¿Está satisfecho con las últimas iniciativas en materia de vivienda impulsadas por la Junta de Andalucía? Usted iba incluso más allá en las recomendaciones que elevó al Parlamento autonómico...
–Sí, pedíamos ir más allá, pero el decreto de vivienda que acaba de aprobar la Junta creo que va en la dirección adecuada. Otra cosa es, en el orden práctico, sobre el terreno, cómo se va a acabar resolviendo el tema. Pero a mí me parece que, en líneas generales, va en dirección adecuada y que la Consejería de Vivienda ha actuado bien.
–Pero ahora queda lidiar con el toro más bravo, los bancos...
–(Risas). Bueno, confío en que acepten las propuestas y que sea así por el bien de todo el mundo. Porque, además, ¿para qué quieren los bancos tantas viviendas vacías a su cargo?
–Con lo que no está tan de acuerdo es con las medidas de presión a los políticos que se han adoptado en la calle para lograr el respaldo a medidas como la dación en pago, los ya famosos escraches...
–No me convencen porque afectan claramente al derecho a la intimidad. Dicho eso, a continuación digo que hay que oír los gritos de la gente. Y me parece llamativo que no se haya llegado a un acuerdo sobre la dación en pago, algo que me parece un auténtico error. Si ahora mismo se convocase un referéndum sobre la dación el resultado sería su aprobación con un 60 por ciento de apoyo favorable. Los gobiernos, vuelvo a decir, tienen que escuchar a sus ciudadanos, sus problemas, y ése es hoy en día uno de ellos, sin duda.
–En un tema tan sensible para Ceuta como la inmigración ilegal, y al margen de si las políticas son o no eficaces, ¿cree que nos estamos insensibilizando ante miles de historias que esconden dramas personales?
–Sí, nos vamos insensibilizando... La inmigración forma el otro gran grupo de personas que lo están pasando mal en estos momentos. Aquí mismo ya hay mucha gente que está empezando a irse a otras zonas de España, o a otros países europeos. Respecto a los que llegan, nos insensibilizamos por imágenes o por historias que muchas veces ni son verdad: que si tienen muchos privilegios, que si nos quitan cosas que son nuestras. Todo eso es falso.
–¿Teme un rebrote de la xenofobia, ahora que en el reparto de recursos públicos tocamos a menos?
–Si ya no ha sucedido, no lo creo. Pero siempre existe el miedo en la gente de que eso pueda llegar a suceder.
–¿Hay alguna otra política aplicable en materia de inmigración que vaya más allá de las alambradas y los centros de estancias temporales?
–A mí las alambradas no me gustan. Los centros entiendo que existan, siempre que la estancia sea por un tiempo... En el caso de los flujos migratorios hay que seguir trabajando constantemente, sin parar, pero el problema quizás sea que la política europea sigue orientada simplemente a que nadie entre. Ahora somos nosotros los que nos hemos convertido en un país de emigración. Me lo comentaban hace unas semanas unos jóvenes que han tenido que salir de España para trabajar: “Tenía usted razón, el derecho a emigrar no se contempla como tal. Nos tratan allí tan mal como tratamos nosotros a los inmigrantes que llegan a España”.
–¿Cuál es entonces la solución que plantea?
–Pues en el caso de los inmigrantes que llegan a Ceuta, alcanzar acuerdos con Marruecos, porque hay muchos subsaharianos esperando pasar y van a hacerlo. ¿Qué futuro les espera aquí?
–¿Podría Marruecos hacer mucho más de lo que hace?
–Yo creo que sí, y de hecho cuando quiere lo hace.
–En los últimos años Ceuta se enfrenta también a otro problema, el de los menores en situación de desamparo que llegan desde el otro lado de la frontera. La legislación española y la internacional obligan a darles acogida, pero la ciudad se declara desbordada...
–Ceuta necesita, en el tema de los menores tutelados, ayuda del resto de España. Es una cuestión que, más o menos, en algunos casos se ha resuelto de mejor o peor manera, siempre respetando el derecho de los menores a ser atendidos. Pero no tienen por qué estar todos juntos en Ceuta. Entiendo que hay que llegar a acuerdos con Andalucía, por ejemplo, o con otras comunidades autónomas del resto del Estado... De hecho me consta que hay niños que han sido derivados a otras autonomías. Pero claro, el problema es quién paga eso.
–También se han multiplicado las denuncias y acusaciones por supuestos casos de violencia y delincuencia protagonizados por estos menores.
–Muchas veces no es culpa de ellos. Cuando lo sea, pues tendrán que pagar, pero a veces ya la imaginación popular le echa siempre la culpa a los mismos. En ese sentido, insisto, es vital no colapsar ni masificar Ceuta, donde no se dan las condiciones adecuadas para la tutela de estos menores.
–En 2007 pronunció una conferencia en Ceuta en la que, entre otras cuestiones, abordaba sin tapujos lo que consideraba fracaso de la interculturalidad pese a la supuesta convivencia. ¿Ha cambiado su visión desde entonces?
–Lo que quise decir entonces, y sigo creyendo en ello, es que lo que existe es multiculturalidad. Es algo evidente, porque eso se produce cuando simplemente conviven muchas culturas diferentes sobre un mismo espacio concreto. Ocurre en Ceuta, como también en otros muchos puntos ya del resto de España. Pero pese a ello, no existe interculturalidad, porque la interculturalidad es siempre fruto del diálogo entre culturas, y eso por desgracia no funciona. No hay diálogo. En Ceuta conviven desde hace muchos siglos muchas culturas, hay una evidente tolerancia entre ellas, una cierta convivencia, pero no diálogo. Ni en Ceuta, ni en Melilla, ni en Gibraltar. Hay una buena convivencia de vecinos, eso sí, muy positiva, pero no podemos hablar de interculturalidad, porque eso es otra cosa bien distinta. Hay contacto, respeto, convivencia, pero diálogo hay muy poquito.
–¿Y eso es fruto de que quien llega no quiere integrarse o de que quien recibe al inmigrante se niega a aceptarlo como a un semejante?
–Pues es culpa de las dos partes. Primero de los que llegan y no se integran, y después de nosotros, de los que ya estábamos aquí. Hay una especie de desconfianza hacia el diálogo, hacia hablar de la vida y de la muerte, que al fin y al cabo es lo que suelen hacer las diferentes culturas.
–Nacido en Los Barrios, sacerdote en el Campo de Gibraltar... Por proximidad, ¿cuál es su imagen de Ceuta?
–Muy buena. Siempre he sido un enamorado de Ceuta y tengo muchos amigos allí. La imagen es positiva. Es una sociedad muy particular, pero en su misma originalidad está su belleza y su grandeza. Me gusta destacar siempre una vertiente, que es la solidaria. Siempre. Iba por mis estudios a Magisterio, he dado conferencias... Tengo muy buena imagen de la ciudad, que por otra parte tiene los mismos problemas que cualquier otra, tampoco hay que mitificar... pero me siento una persona cercana a Ceuta.
–¿Qué le depara el futuro? Su mandato está prorrogado desde hace un año, pero le he escuchado decir que “en plena crisis no es momento de irse”
–Yo entiendo que no, pero algunos lo han interpretado como que estoy aferrado al sillón. Para nada. No es momento de irse, pero cuando lo decidan lo haré.
–Estoy convencido. Mi carácter, aunque parezca muy tranquilo, es el de alguien bastante acelerado. La ley dice que el defensor actuará sin recibir orden de nadie, así que, como siempre en mi vida, me dejo llevar por mi conciencia y por el respeto a los demás.
–Más aún si se es sacerdote...
–Es uno de los elementos clave, no le demos más vueltas. El hecho de que no hable constantemente de religión es por respeto al resto de confesiones, pero evidentemente soy cura y seguidor de Jesús de Nazaret.
–¿Tiene la sensación de que hay una Iglesia muy comprometida en lo social y otra más reaccionaria, obsesionada con la ortodoxia y la jerarquía?
–Me parece que sí, y eso el ciudadano lo percibe. Hay un cristianismo en las parroquias y otro que está más pendiente de otras cosas. Hay un respeto mutuo, pero también una división preocupante. Esperemos que este nuevo Papa marque un camino por el que todo el mundo pueda ir de la mano.