Los días de nubes, lluvia y frío invitan a meditar sobre la vida. Es evidente que las personas vamos teniendo distintos modos de medir el tiempo, pues lo que para un menor resulta algo así como un periodo casi interminable el transcurrido entre la pasada festividad de los Reyes Magos y la que ya se acerca, para una persona mayor dicho periodo resulta cada vez más corto. No es raro oír a quienes, como yo, andamos rondando las expectativas de esperanza de vida, frases tales como “¡pero si hace nada estaba en la calle la Cabalgata, y ya están poniendo otra vez las luces de Navidad!”.
Para los viejos -pues eso somos- los días transcurren despacio, pero los meses y los años pasan demasiado de prisa. Vemos cómo se acerca el final de la vida, y miramos al Árbitro divino con la esperanza de que no nos pite aún el final del partido, sino que lo prolongue unos cuantos minutos más (en este caso, años).
Y es que vuelvo la vista atrás y me parece increíble recordar todo cuánto he vivido. La Guerra civil, con sus llantos y sus lutos, sus bombardeos sobre Ceuta, sus noches en refugios improvisados, sus manifestaciones patrióticas y su proliferación de camisas azules y brazos en alto; la postguerra, con sus cartillas de racionamiento, sus colas para obtener alimentos, sus comedores de Auxilio Social y su mezcla de alegrías y tristezas; la marcha de los voluntarios ceutíes alistados en la División Azul, con el hasta ese momento Alcalde, Jacinto Ochoa, al frente; los colegios a que acudí (el Lope de Vega, edificio antiguo, y el de la Sagrada Familia, frente a la Iglesia de los Remedios, mi parroquia; en la que recibí el bautismo, la Primera Comunión y la Confirmación); el vetusto Instituto situado detrás del Casino Militar…
Recuerdo también mi pandilla, cinco buenos amigos, de los que, por desgracia, solo quedo yo, compañeros de curso en el largo bachillerato de entonces (un examen de ingreso, siete años y una reválida de las de verdad) que nos proporcionaba una educación y una cultura que ni por asomo podríamos encontrar en los actuales modelos de enseñanza.
He sido testigo también de episodios de la II Guerra Mundial: los bombardeos sobre Gibraltar, con sus reflectores y, en alguna ocasión, la caída de aviones sobre suelo ceutí, así como el paso de impresionantes convoyes por el Estrecho. Después, la carrera (cuatro cursos en Sevilla y el último en Madrid, donde, en 1957, obtuve mi título de Licenciado en Derecho; y a trabajar en el despacho de mi padre, con el que aprendí a ser Abogado, algo que no se enseña en la Facultad. Entonces conocí a Ana María, la mujer que iba a ser mi esposa y mi compañera para todo lo vivido desde aquel momento hasta hoy. y pido a Dios que para siempre.
Más tarde, fui Secretario General de la Cámara de Comercio ceutí durante treinta años, abogado de importantes empresas y de mi querida Mutua de Ceuta (tiene ahora un nombre más largo, pero para mí siempre se llamará así), todo ello mezclado con una intensa vida política: Concejal y Teniente de Alcalde con veintiséis años; Diputado por Ceuta en la I Legislatura; de nuevo Concejal y Teniente de Alcalde en los años 80; Senador en las VI y VII Legislaturas, asesor del Presidente Vivas durante dos años y, por último, Diputado en la Asamblea de la Ciudad de Ceuta. No voy a rememorar ahora mis limitados éxitos y mis mayores decepciones durante la época en que fui parlamentario en Madrid, ni referirme a la importancia de las personalidades que entonces conocí. Baste por el momento recordar que viví en directo, desde mi escaño, el triste episodio de la entrada de Tejero en el Congreso, algo que me sirvió, entre otras cosas, como inolvidable experiencia sobre las diversas conductas humanas
Y ahora, la vejez, la pérdida de facultades -la vista, el oído, la movilidad, los fallos de memoria, la dificultad para escribir cuando tiembla la mano, el dolor… Pero todo se soporta, porque seguir viviendo merece la pena.
Resulta una tarea imposible reseñar todo lo acaecido a lo largo de casi ochenta y tres años en un simple folio y medio. De cualquier modo, valga lo referido para comprender la intensidad de una vida y la cantidad de vivencias pasadas, así como también para reflexionar sobre ese sentido elástico que, sobre el transcurso del tiempo, se experimenta según los años que se hayan vivido.