El restaurante del complejo ‘Miguel de Luque’ quedó totalmente calcinado tras un aparatoso incendio cuyas causas se desconocen por el momento y en el que, por fortuna, solo se lamentaron daños materiales
Pasadas las nueve y media de la mañana la cara de Conchi Sepúlveda era fiel reflejo de su estado de ánimo. Aunque bastante más tranquila que durante la noche anterior, se la veía cansada. “¿Hasta qué hora estuvimos? No sé, a las cuatro de la madrugada seguíamos aquí aunque los bomberos ya se habían marchado pero no te sé decir porque yo no he dormido en toda la noche”, explicaba. A su lado Miguel Ángel, la última persona que estuvo dentro del restaurante ‘Las Cabañas’ que unas horas antes había quedado totalmente calcinado por las llamas. Es el camarero del establecimiento desde hace cuatro años y medio. A él la noticia le pilló “sentándome en el sofá de mi casa”. Es decir, que desde que él cerró la puerta y revisó que todas las ventanas estuvieran bien cerradas hasta que la madera comenzó a arder apenas debieron pasar cinco o diez minutos.
Estas eran las primeras impresiones de la propietaria del Complejo Rural ‘Miguel de Luque’ y de uno de sus empleados. El complicado incendio, que se produjo minutos antes de la madrugada de ayer, afectó únicamente al restaurante y no al resto de las instalaciones pero dejó el establecimiento totalmente inservible. La madera con la que estaba construido, igual que el resto del complejo rural abierto desde hace 12 años, hizo que el fuego se propagase con mucha rapidez de tal manera que cuando las dos dotaciones del Servicio de Extinción de Incendios y Salvamento del Cuerpo de Bomberos llegaron al lugar todo el establecimiento estaba en llamas. Diez fueron los efectivos desplazados hasta allí. “Montamos cuatro tendidos de manguera para rodear todo el incendio ya que como las inmediaciones están plagadas de arbolado una de las prioridades era que no se propagase el fuego”, informaron desde el Cuerpo.
Tras unos primeros minutos pendientes del viento y las llamas, el incendio quedó controlado en aproximadamente media hora si bien los trabajos se prolongaron durante cerca de tres, hasta las tres de la madrugada. Aproximadamente se utilizaron unos 22.000 litros de agua. Entre los datos más reseñables cabe destacar la explosión de una de las tres bombonas de butano convencionales que había en el restaurante. “Rápidamente procedimos a retirar a un lugar fuera del alcance del fuego las cuatro botellas de propano industriales de 30 litros y el resto de bombonas de butano”, aseguraron los bomberos que habían trabajado sobre el terreno esa noche.
En el lugar del suceso las evidencias dejaban en un segundo plano a las palabras. Botellas de cristal que Conchi escuchaba romperse una a una. Restos de sillas de plástico semifundidas por el calor en la zona de la terraza. Tenedores, cucharas y demás utensilios de cocina también deformados... Y, si se levantaba la vista, el único resto era la estructura totalmente quemada. Ni rastro del techo. Ni rastro de casi nada. “El local, rectangular y con una barra en forma de ‘L’ quedó totalmente calcinado, así como la cocina anexa”, informaron desde el Cuerpo de Bomberos, “lo único que se salvó es una habitación que servía como despensa que, al ser de mampostería, el ladrillo aguantó”.
Conchi no terminaba de dar crédito a lo que veían sus ojos, si bien daba gracias porque no hubiera habido daños personales cuando, cada pocos minutos, sus amigos y conocidos la telefoneaban tras enterarse del suceso. Como ella vive en el propio recinto rural, fue de las primeras personas en percatarse de lo sucedido. Además, calcula, en esos momentos entre 60 y 70 clientes se encontraban en el lugar. “Enseguida les proporcioné extintores porque como el viento soplaba hacia el lado donde están las cabañas temí lo peor, que el fuego se propagase hacia el resto de las viviendas”, explicaba la mujer. En ausencia de su difunto esposo ahora es ella quien, con la ayuda de sus hijos, maneja un negocio que desde el punto de vista sentimental es mucho más que eso. “Esto no es que sea como mi casa, sino que es mi casa”, resaltaba.
Otra de sus principales preocupaciones eran las bombonas de propano y butano, ante el temor de que explotaran, y el generador con gasolina situado a apenas dos o tres metros de distancia que afortunadamente no se vio alcanzado por las llamas. “Lo primero que les dije a los bomberos fue que tuvieran cuidado con el generador”, contaba Sepúlveda. También sintió como las ventanas explotaban y presenció cómo los bomberos tuvieron que forzar la verja que da acceso al recinto ya que, al estropearse el sistema eléctrico, era imposible abrirla de otra manera.
Sobre las causas que pudieron provocar las llamas poco se sabe. Desde el Cuerpo de Bomberos no se atreven a apuntar ninguna hipótesis ya que el fuego fue tan destructivo que ellos no encontraron ninguna evidencia. Además, era de noche. Conchi, por su parte, tampoco encuentra una explicación lógica. “Todo se quedó bien apagado y cerrado”, aseguraba Miguel Ángel, que fue quién echó el último vistazo al local. La propietaria no quiere ni pensar que pueda ser provocado, sino que más bien achaca la desgracia a cualquier otra circunstancia que, unida al material en que estaba construido el edificio, propició el fuerte incendio. En cualquier caso el Cuerpo Nacional de Policía ya investiga el suceso para determinar las causas que pudieron originar el fuego.
“Fueron momentos de mucha tensión”
Aunque afortunadamente no hubo que lamentar ningún tipo de daño personal, en el interior del complejo rural había varias decenas de personas. Clientes que habitualmente viven allí, en su mayoría trabajadores de la península. Algunos volvían a casa en ese momento cuando se toparon con el incendio y, al igual que varios vecinos residentes que se acecaron hasta el lugar, presenciaron la extinción desde fuera. Otros, sin embargo, lo vivieron desde dentro y fueron los primeros en tratar de sofocar las llamas con extintores pero el incendio era realmente peligroso y desistieron. “Fueron momentos de mucha tensión y mucho miedo porque el viento soplaba muy fuerte y temíamos todo el tiempo que las llamas se propagaran hacia el monte”, contaba uno de esos residentes habituales. Un mal trago, el de los propietarios y los inquilinos, que no se olvidará en mucho tiempo.