Durante estos días finales de años, en los que sentimos la impresión de que este mundo avanza a un ritmo vertiginoso y en los que los desafíos se multiplican y las incertidumbres se asoman en cada esquina, es fácil que perdamos de vista los asuntos que realmente nos importan.
Pienso, en medio de esta vorágine, deberíamos encontrar los momentos propicios para detenernos a reflexionar y, sobre todo, a agradecer. El final de una etapa nos brinda la oportunidad de hacer una pausa para pensar en lo que hemos vivido, en lo que hemos aprendido y, sobre todo, en lo que hemos de agradecer a las personas que nos han acompañado.
Agradecer lo que hemos experimentado y, sobre todo, lo que hemos recibido, tanto lo positivo como lo negativo, nos permite seguir creciendo.
Cada desafío enfrentado, cada obstáculo superado, cada acierto y cada error, nos han dejado lecciones valiosas, y, por eso, la gratitud se convierte en un poderoso motor de resiliencia. Al mirar hacia atrás, podemos identificar momentos de alegría, de amor y de conexión, y, también, situaciones difíciles que nos han enseñado a ser más fuertes, más empáticos y, quizás, más generosos.
En algunas de las catástrofes que durante este año hemos sufrido hemos experimentado cómo el apoyo mutuo se ha convertido en un faro de esperanza. Por eso, en medio del dolor, han brotado palabras de sincero agradecimiento a quienes nos rodean, a nuestros amigos, familiares y vecinos, y se han fortalecido los lazos de solidaridad y se ha afianzado la convicción de no que no estamos solos en nuestras luchas.
También hemos recibido saludables lecciones de espera y de esperanza. La espera puede ser un proceso incómodo, lleno de incertidumbre, pero es en este espacio donde se cultiva la esperanza.
Esperar no significa ser pasivos sino realizar un acto de fe y de confianza en que las cosas pueden mejorar. Es confiar en que, a pesar de las dificultades, hay –puede haber- un futuro abierto a nuevas posibilidades.
La espera nos invita a ser pacientes y a mantener una actitud positiva. En un mundo donde todo parece suceder de inmediato, aprender a esperar puede ser un desafío.
En estos momentos de espera surgen –pueden surgir- las mejores oportunidades porque es ahí donde la creatividad florece, las ideas se desarrollan y las relaciones se estrechan.