La belleza se encuentra en cualquier parte si bien es cierto que estamos rodeados de fealdad. De relaciones tóxicas que impregnan tanto nuestro espíritu como la mirada. Un Chernóbil en toda regla.
¿Quién no tiene en su entorno, más o menos cercano, edificios a medio construir o abandonados, suciedad y basura, zonas descuidadas, etc? Por lo general lo convertimos en algo cotidiano, lo normalizamos y dejamos de prestarle atención.
¿Cuántas relaciones de pareja son equivalentes a la anterior pregunta y reciben idéntica respuesta?
El desastre de Chernóbil provocó una nube tóxica que recorrió Europa cargada de Rutenio 106 entre otros elementos cancerígenos.
Los desastres sentimentales suelen estar impregnados de una lluvia ácida de rutina entre otras sustancias corrosivas para el amor. En estas ocasiones el cuidado de los hijos, el trabajo, la situación económica, y el desgaste emocional, entre otros, suelen dejar grietas por las que se cuelan patógenos letales que contaminan la relación y la terminan por extinguir.
Él o la traicionada será siempre, siempre, la última en enterarse.
La belleza y la fealdad son partes intrínsecas e inseparables de la vida. No hablaré del famoso “centauro ontológico” de Ortega y Gasset, sin embargo es cierto que realidad e irrealidad construyen la esfera que define al hombre.
Belleza y fealdad confluyen en todas las relaciones de pareja cuando estas se mantienen a través de los años. La belleza de la persona amada vestida de tul y perfumada de pura pasión suele ser la imagen del comienzo. Conforme pasa el tiempo y se mantiene la convivencia suele ir perdiéndose la fragancia anteriormente citada hasta que al final no queda nada de aroma y el vestido no solo ha pasado de moda sino que se ha convertido en un montón de harapos. Fealdad.
Intentar mantener la belleza, con matices evidentemente, es la principal labor de las dos personas, recalco: de las dos, que deciden construir un proyecto de vida en común. Y luchar contra la fealdad de la cotidianidad y el desgaste derivado de la misma es una obligación.
A pesar de lo dicho, hay quienes son unos, o unas, insatisfechos vitales y buscan continuamente huir de lo que pretendieron crear.
Su nivel de compromiso para con la relación es menos que cero, negativo, siendo infinito el compromiso para con ellos mismos.
Para mí belleza y armonía son inseparables y no estaría nada mal que vinieran acompañadas de la serenidad.
La gente tóxica es aquella que sigilosamente, sin aparentarlo, impregna el ambiente de emociones negativas apoyándose en su capacidad para manipular y aprovechándose de las situaciones de vulnerabilidad emocional por la que todos pasamos en algún momento. En demasiadas ocasiones es este tipo de persona es la que se introduce en la estabilidad de una pareja para minar la estructura vital de la misma y conseguir que se produzca el colapso.
Cuando esto ocurre la relación salta por los aires y curiosamente las víctimas, a corto plazo, no son quienes provocaron la detonación. Sin embargo, el destino ayudará a poner cada cosa en su sitio y “Lo que mal empieza mal acaba”.
En definitiva, en las relaciones fracasadas pasamos de unos inicios que podríamos asociar al síndrome de Stendhal a unos resultados finales afines al síndrome de Gervaise (reflejado con gran exactitud en la obra L’assommoir -La taberna- de Émile Zola).
Como en su día señalara Soul Etspes: “La belleza a veces provoca tal dolor que la única solución es renunciar a ella para poder sobrevivir”.