En los albores de la Humanidad, se cazaba de día y en grupo. Una mañana, al amanecer, salió de la gran cueva, el reducido conjunto de miembros de la tribu que constituían la élite de los cazadores.
Acosando a un gran felino, llegaron a un acantilado, donde el más joven de ellos, perdió pie y se precipitó al río.
Sus compañeros descendieron por un paso menos peligroso y lo encontraron malherido y con un gran golpe sangrante en la parte trasera del cráneo, pero aún vivo.
Lo trasladaron a la cueva y tras curarlo como mejor supieron, el herido se mantuvo “dormido” durante una semana.
A la semana, una vez recuperado, hicieron una fiesta en su honor, alrededor de una gran fogata.
El afortunado cazador, al despertarse la siguiente noche para ir a hacer sus necesidades en el exterior de la cueva, observó que su agudeza visual se había incrementado inexplicablemente. Ahora poseía la vista de un búho en la oscuridad y era capaz de ver los más mínimos detalles a cientos de metros de distancia.
Por la mañana, reunió a sus compañeros de caza y les contó esa poderosa sensación de haberse convertido en un explorador nocturno.
El jefe del grupo, sometió al cazador a pruebas durante las siguientes noches, verificando la autenticidad del descubrimiento.
Desde entonces, el joven cazador lidera las salidas nocturnas de caza y las piezas cobradas se han duplicado, debido a la habilidad con la que sorprenden a los animales en su periodo de descanso nocturno.
La supervivencia de la tribu depende ahora de un miembro que, según el hechicero de la misma, ha sido tocado por la mano del Dios de la Noche.
P.D. Sólo hasta época muy reciente, nadie podía imaginar que un golpe extremo en el lóbulo occipital, puede causar desde la ceguera hasta una visión doble, cuando no un aumento exponencial de la visión (como fue el caso).