Abdelhanin tenía 44 años. Su vida terminó a unos metros de la orilla. Hasta la pandemia cruzaba la frontera a diario para trabajar, nunca le faltaban casas que pintar o colaboraciones que hacer en la construcción.
La reapertura del paso llegó con la imposición de un visado que ha terminado por destrozar a familias, sin excepción, sin reglas, sin miramientos.
Son ya varios los trabajadores transfronterizos que han muerto ahogados. Son aquellos hombres a los que saludábamos en las calles, los ‘chapuzas’ que sabían hacer de todo y que formaban parte de nuestra sociedad. No buscaban más que ganar algo de dinero con el que mantener a sus familias.
La desesperación es tal que da pie a una auténtica sangría que llena de dolor muchos hogares.
Morir a unos metros de la orilla supone una bofetada a la más dura realidad. Aquel que antes de la pandemia se entremezclaba en nuestras vidas ahora se entrega al riesgo absoluto de poder perderlo todo. Han pasado de ser necesarios a invisibles, han pasado de visitar nuestros hogares al más puro olvido.
Al otro lado quedaron muchos como Abdelhanin, pero también cientos de mujeres que cada día hacían la ruta para trabajar en casas y que ahora no pueden siquiera optar a un contrato.
La situación es tan extrema que lleva a riesgos como el vivido por este hombre, que con 44 años quiso cruzar solo para trabajar, con sus chanclas en la mano, con la esperanza de mantener a su familia y hoy termina llorándole un pueblo entregado al extremo más absoluto, desamparado y sin posibilidades.
De de donde venian apenas habia trabajo y si lo encuentran se les explota con un salario muy bajo y sin ninguna garantia de seguridad, no es que no haya inspectores de la SS, los hay, pero .....mejor dejarlo.