Se cumplen ya diez años del estreno de, probablemente, la película más exitosa del cine español, entendiendo como exitosa la aceptación popular recaudación en las salas de cine, posteriores pases cíclicos en televisión (también es una de las películas más vistas en plataforma doméstica de la historia en nuestro país), y fenómeno social en toda regla también.
El hecho de que la propuesta de Emilio Martínez-Lázaro (Los peores años de nuestra vida, Carreteras secundarias, Las 13 rosas, El otro lado de la cama) arrasara allá por 2014 la taquilla española y sacudiera los cimientos del pesimismo del cine patrio como no lo había hecho un producto de manufactura propia sin que Santiago Segura lo firmase desde el gamberrismo, sin duda requiere un reconocimiento. Coincidió para que se alinearan los astros con esta película, en primer lugar, que el espectador español, cada día menos propenso al prejuicio, buscaba ver algo que le divirtiese, con lo que conectar y alejarse sin dramas del mundanal ruido. Por otro lado, el hecho de que desde dentro de nuestras fronteras se cree algo que se ría sanamente del tópico en un lugar tan cainita y diverso como es España se antoja más que saludable y nos coloca a la altura de países históricamente más civilizados que también se autoparodian en el cine sin que ocurra absolutamente nada. Porque la risa (aunque en este caso sean facilotas) y el buen humor, además de aligerar el rictus, que bien nos viene a todos (no señalo a nadie…), son una enorme muestra de inteligencia. Así que no queda otra que afirmar que cuando esta cinta se estrenó bien iba siendo hora de que se nos relatara en el cine una historia como la de este sevillano muy sevillano (con el chorro de tópicos que acarrea y que no necesitan enumerarse) que se enamora de una chica vasca muy vasca (con el chorro de tópicos que acarrea y que tampoco resulta necesario mencionar); el susodicho la sigue desde Andalucía hasta el mismísimo fin del mundo (el centro abertzale del País Vasco) y se hace pasar por lugareño para lograr sus objetivos. Casi nada. Aúpa ahí.
Para los papeles principales la película se contó con tino con los trabajos cargados de naturalidad de unos brillantes Dani Rovira, humorista que debutaba en pantalla grande, y Clara Lago, ambos destilando una innegable química (a los acontecimientos posteriores me remito) y una meritoria veracidad si tenemos en cuenta que Rovira es malagueño (no confundir nunca a un sevillano con un malagueño) y Lago es de Madrid (sin comentarios). Completando el reparto tenemos como padre de la chica a Karra Elejalde, magnífico en el papel de su vida (y tiene muchos), y lo mejor de la cinta, así como a Carmen Machi en la piel de “aliada” del quijotesco chico.
Queda añadir que la fórmula es la de trillada comedia romántica con “txorrada” de argumento inconcebible ni desde la lógica más absurda y que, con momentazos realmente divertidos y diálogos que funcionan muy bien, la propuesta tiene también sus altibajos de interés, pero, eso sí, la fórmula no por explotada es menos efectiva, y el rato divertidísimo de evasión en la butaca del cine, de autobús, avión, o sillón de casa, está garantizado. Dicen que reír es salud, y si es de uno mismo y de su lugar de nacimiento, también de madurez. Tan fácil como eso, tan valiente como eso y tan complicado de lograr a la vez para que haya quedado en la memoria, la perspectiva le otorga un especial valor, después de una década, tanto como para seguir funcionando como el primer día. O más.
La ficha
Dirección: Emilio Martínez-Lázaro.
País: España.
Año: 2014.
Duración: 98 min.
Género: Comedia.
Interpretación: Clara Lago (Amaia), Dani Rovira (Rafa), Carmen Machi (Merche), Karra Elejalde (Koldo).
Guion: Borja Cobeaga y Diego San José.
Producción: Ghislain Barrois, Álvaro Augustin y Gonzalo Salazar-Simpson.
Música: Fernando Velázquez.
Fotografía: Kalo Berridi.
Montaje: Ángel Hernández Zoido.
Dirección artística: Juan Botella.
Vestuario: Lala Huete.
Estreno en España: 14 marzo 2014.