Forma parte del patrimonio cultural de los conjuntos de personas denominados sociedades que en cada fiesta de guardar que se precie, se elaboren y consuman dulces típicos tradicionales. Quizá con el añadido de este motivo asociado a la semana festiva en la que nos encontramos, a más de uno podría venírsele a la cabeza si utilizo la palabra “MacGuffin” que estoy hablando de algo parecido a una magdalena con pepitas de chocolate, o incluso a un menú de comida rápida. Pero el concepto en realidad es un vocablo que está sacado directamente desde terminología cinefílica, y, acuñado por Alfred Hitchcock, quiere decir “elemento de suspense que hace que los personajes avancen en la trama, pero que puede tener o no mayor relevancia en el argumento en sí”. De hecho, generalmente no posee relevancia alguna más que despertar con ingenio el interés desde lo que el espectador desconoce. Su valor o importancia se percibe más por los personajes de la historia que por el público, ahí reside la clave de este recurso narrativo. Una de las razones por las que el MacGuffin es una herramienta importante en la narración de historias es que actúa como un catalizador para que se tomen decisiones, y es una herramienta efectiva para crear tensión y mantener la expectación mientras la trama se desarrolla.
Sirva pues la palabreja precisamente como hilo conductor y excusa para recomendarles algunas estupendas propuestas de cine vacacional para una tarde tonta sin mucho más que hacer, quien tenga la suerte de disponer de algo tan valioso.
Uno de los “MacGuffins” más célebres del cine, posiblemente el más claro ejemplo, se encuentra como elemento principal de la codicia de los protagonistas, y también como título de la película El halcón maltés (John Huston, 1941). En ella observamos a un joven Humphrey Bogart se ve envuelto en la que muchos llaman la primera película noir del cine en la búsqueda incesante de la valiosa estatuilla de un halcón que en realidad no significa nada en sí misma.
Al comienzo de Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941), el protagonista en su lecho de muerte pronuncia una misteriosa palabra, Rosebud. Nadie sabe a qué se refiere, y a partir de ese misterio se recrea su vida completa. Acabaremos descubrimos que Rosebud era el nombre de su trineo cuando era niño, lo cual no tiene una relevancia mayor en la trama, pero sirve del mencionado hilo conductor para la misma.
¿Qué transportan en ese famoso maletero en contrapicado Vincent y Jules? En realidad, sólo ellos lo saben y a nadie más acabará importando, pero Quentin Tarantino lo utilizó en 1994 en Pulp Fiction como declaración de amor y homenaje al cine en estado puro.
En No Country for Old Men (No es país para viejos, 2007), los hermanos Cohen sitúan en el centro de la trama a un hombre corriente que emprende una huida desesperada cuando en sus manos cae un maletín lleno de dinero. El asesino que lo persigue no está interesado en el contenido, ni tampoco el sheriff que intenta resolver el caso.
Finalmente, no podemos acabar el tema sin mencionar precisamente al primero que utilizó la palabra. Alfred Hitchcock utilizó en su cine este elemento recurrentemente porque encajaba como anillo al dedo en su particular estilo. Así, lo encontramos no sólo en forma de maletín por primera vez en Los 39 escalones (1935), sino también en otras películas de su gran repertorio como Psicosis (1960), donde hay un robo que sólo sirve para colocar a los personajes en el momento y el lugar adecuados. Pero mi MacGuffin favorito, también de Hitchcock, es el alter ego de Cary Grant en Con la muerte en los talones (1959), al que los azares del caprichoso destino (y un guión trazado al milímetro) lo convirtieron en el misterioso señor Kaplan; y ¿quién era Kaplan? Es lo de menos. Con todos estos títulos tienen ustedes material de sobra y de primera calidad para el entretenimiento doméstico. ¡De nada!
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