Empujados por los deseos, aunque no siempre sepamos expresar sus verdaderas razones, durante la vida vamos cambiando las ansias que nos ayudan a seguir creciendo o a permanecer frustrados. No estoy de acuerdo con quienes afirman que, con el tiempo, disminuyen o desaparecen todos los deseos, porque, en mi opinión, seguimos anhelando mejorar hasta el final, aunque sólo sea manteniendo la tranquilidad y permaneciendo en silencio o en soledad. A veces alimentamos algunos deseos incumplidos en la niñez o en la adolescencia, pero –con menor vehemencia-, los apetitos siguen siendo motores durante todas nuestras vidas. Las experiencias nos confirman que los deseos son fuerzas impulsoras y orientadoras, cuyas carencias despojan de contenidos nuestros tiempos, nuestros espacios y nuestras actividades.
En esta obra, tras proporcionarnos una amplia información sobre los análisis de importantes filósofos, antropólogos, psicólogos y neurocientíficos, Frédéric Lenoir, filósofo y sociólogo, nos hace tomar conciencia de la fuerza con la que siempre y de manera peculiar en la actualidad, además de los deseos propios, nos contagiamos de las aspiraciones ajenas y las mezclamos con sentimientos de tristeza o de “envidia”. Explica, por ejemplo, cómo a través de la incitación al consumismo, con la eficaz palanca de la publicidad, se excitan los deseos de mejorar nuestro estatus social mediante la adopción de unos signos externos tan superficiales como, por ejemplo, los relojes, los zapatos, los coches o los teléfonos de determinadas marcas comerciales.
Nos advierte que el descubrimiento de la permanente insatisfacción estimula la creación de productos cada vez más efectivos y llamativos para lograr el aumento del consumismo, y nos recuerda cómo el sociólogo francés Jean Baudrillard (1929 – 2007) ya en 1970, en su obra La sociedad de consumo, explicó cómo nuestra dimensión simbólica, mítica y mágica opera en las sociedades consumistas. Una de las consecuencias de esta realidad es la pérdida “progresiva” del espíritu crítico y el empobrecimiento “creciente” del deseo. Por eso, con el fin de evitar o de frenar que seamos manipulados por la excitación de los deseos, nos proporciona una amplia batería de pautas estratégicas con las que podamos fortalecer nuestros juicios críticos, nuestra capacidad de análisis y nuestras habilidades de discernimiento.
Como afirma el autor, “ante la preponderancia que la tecnología ha asumido en nuestras vidas, pensar bien se ha vuelto vital y […] si los ciudadanos sólo reciben información complaciente con sus deseos y afín a sus creencias y ya no son capaces de escuchar los argumentos de los demás, ninguna democracia puede funcionar”.
En mi opinión, esta obra, además de oportuna, debido a las herramientas que proporciona para orientar y para fortalecer el sentido crítico de los alumnos de filosofía y de comentarios de textos, es una ayuda imprescindible para los profesores de las diferentes Ciencias Humanas que pretendan estimular los juicios sobre los comportamientos personales y colectivos. No sólo proporciona un abundante arsenal de principios teóricos sino también una amplia y diversa batería de herramientas prácticas para aplicarlas a las diferentes y cambiantes situaciones de la vida y para, como él declara, “vivirlas en plenitud”.