Cuando escribes, vas esparciendo en el lenguaje algo de ti: estados de ánimo, emociones, proyectos; compartes tu mundo con personas que no conocerás nunca, pero que habrá llegado a sus manos el cuaderno de bitácora de anotas para no perderte en los mares del sur.
Contamos cosas para desahogarnos de la extraña existencia en la que habitamos cada día, y no sabemos solos en la soledad. Las palabras se convierten en cenizas que el viento esparcirá mutándolas en gotas de lluvia mojada. Esto es escribir, lanzar mensajes en una botella. Alguien leerá su contenido y la devolverá al oleaje para otro nuevo destino.
Entre Ceuta y Valladolid hay un Mediterráneo y 800 kilómetros de distancia. Septem Nostra y Pucela abren sus brazos y se hermanan desde el Estrecho al Pisuerga. Así supe por Blanca, mi compañera y amiga, que su padre leía mis artículos: un ceutí y un vallisoletano dialogando, sabiendo el uno del otro, pensando qué opinará el padre de Blanca sobre esto o aquello de lo que hablé en la prensa.
Sentí el impulso de conocer al leyente de cañonazos y caleidoscopios, sentarme con él y agradecerle el tiempo que pasaba conmigo leyendo mis relatos de papel.
Blanca fue descubriéndome a su padre con pinceladas para un retrato pintado al óleo utilizando el impresionismo, realismo y otros estilos que fueran idóneos para retratar estados de ánimos, recuerdos o imágenes abstractas e indefinidas de su personalidad.
El cine de los hermanos Coen es una de sus carta de presentación: películas que critican la sociedad y la política, abordando temas como la corrupción, la injusticia y la hipocresía. El fatalismo, la desesperanza musicadas con blues y contry.
Mi padre, me cuenta Blanca, callejea por el pasaje Gutiérrez. Fue uno de los primeros pasajes comerciales de España y se convirtió en un lugar de encuentro para la sociedad vallisoletana: tiendas, cafeterías, restaurantes.
Allí se celebran eventos culturales y exposiciones. Santiago Medina suele aventurarse en la librería Maxtor entre las secciones de historia, literatura, novedades o cualquier libro que salga a su encuentro.
De cuando en cuando anda la Gran Vía madrileña, a la que sigue apegado por los años en los que trabajó en la capital. Aprovecha para ver pasar la cantidad de madriles que viven en la ciudad: arte, exposiciones, Museo del Prado, comercios que han sobrevivido a los tiempos y que aparecen orgullosos de la pátina del tiempo.
Apasionado por la historia, acude a la universidad; ya no es esclavo de las prisas ni de las urgencias y el tiempo de la jubilación te permite saborear lo que te apasiona pero dejaste pendiente por falta de tiempo.
Me veo a mí y a mi padre, me dice Blanca, hipnotizados por las carteleras de los cines Broadway que sustituyeron a los del Barrio España. Santiago es un hombre tranquilo, sencillo, prudente, reservado, aunque con una vida interior que solo conoce su familia. Ana y Blanca heredan los valores, la constancia, el no retirarse ante los problemas y afrontarlos con valentía.
Pienso que el destino puede hacer que nos crucemos en cualquier sitio y, aunque no sepamos el uno del otro, hay otras formas mágicas que superan el tiempo y el espacio para poder conocernos.