Aquel 7 de septiembre se escribió una de las crónicas negras en accidentes de tráfico. Castillejos era el escenario de una auténtica tragedia que salpicaba directamente a Ceuta. Los turistas afectados habían desembarcado en el Muelle España, participando en uno de los cruceros gestionados por la Autoridad Portuaria. Del Funchal partieron varios autocares de la empresa Abyla Tours en dirección a Tetuán. Era ésta una de las actividades contempladas en una jornada que tenía que haber acabado sin problemas, sin alteraciones... todo estaba previsto para que a las 13.30 horas los portugueses marcharan hacia Lisboa. Pero no fue así. Las noticias llegaron en seguida. Pasadas las nueve de la mañana se tenía conocimiento de la caída del autocar que abría el camino al vacío. ¿Resultado? Nueve turistas muertos y decenas de heridos. Entre ellos un ceutí, Juan Antonio Molina.
Comenzaba una de las peores historias para los Molina, vinculados desde hace años a las rutas turísticas en la ciudad. El cabeza de familia, herido, quedaba detenido como parte de una investigación policial abierta para esclarecer las causas del accidente. Así hasta ayer, cuando se produjo la liberación del patriarca.
Pero ese 7 de septiembre escribió una página negra para nueve familias portuguesas a cuyos familiares no volverían a volver a ver. Tras el accidente, comenzaba una frenética operación de rescate que se alargó durante varias horas y que, a pesar de las víctimas mortales que iban apareciendo, también daba algunas alegrías a los equipos de rescate, como en el caso de la pequeña Tania, la última de las pasajeras rescatada con vida.
El rescate de cuerpos y traslado urgente de heridos a los hospitales más cercanos, los más graves a Tetuán, daba paso a las hipótesis por las que se produjo el accidente. Testigos directos apuntaban a las primeras lluvias y la película de aceite vertido en la carretera como posibles causas de que el conductor perdiera el control del vehículo. Las vueltas de campaña que dio el autobús y la trayectoria que recorrió hasta quedar encajado entre las rocas que marcan un pequeño riachuelo dejaba bien a las claras la tragedia.
Aunque hubo quien apuntó a la excesiva velocidad, los turistas portugueses que viajaban en el segundo autocar desmintieron esta causa.
Quedaba por delante la penosa tarea de repatriar los cadáveres de los nueve fallecidos, que tendrían además que pasar toda la burocracia que conllevan los dos países implicados en la cuestión. La opción más viable se ponía sobre la mesa desde el principio: el traslado en avión desde Tánger. Marruecos no aceptaba el traslado de los cadáveres a Ceuta sin tener confirmado que los mismos serán enterrados en la ciudad, hecho imposible. Solución: vía aérea después de varios contactos a nivel de gobiernos entre España, Portugal y Marruecos.
Los esfuerzos de todas las partes también se dirigían a los heridos que aún quedaban en el país vecinos. Algunos ya habían sido trasladados a Portugal, otros, los más graves, aún permanecían en Marruecos a la espera del alta médica. En uno de ellos viajaba la pequeña Tania, de 10 años de edad que perdió a sus abuelos y a una prima de 22 años en el accidente, u otra de las víctimas que también había sufrido la desgracia de perder a su mujer.
La labor del cónsul de Portugal en Ceuta, José Ríos, fue fundamental para conseguir agilizar unos trámites y hacer así menos dolorosa la situación a los familiares y amigos de las víctimas. Intercambio y búsqueda de información, identificación de cadáveres (fueron necesarias dos ruedas de reconocimiento), el consulado se volcó plenamente para agilizar tan dolorosos trámites.
Muchas historias quedan detrás de este trágico episodio. Desde la de los familiares de Benigna Ramos Brito que, estando de vacaciones en el Algarve, conocieron la noticia y se trasladaron hasta Ceuta sin conocer que Benigna se encontraba entre las víctimas mortales. Conocieron la fatal noticia al llegar a nuestra ciudad. Sí sobrevivió su hijo, un hombre de 40 años, que quedará marcado por un viaje que no tenía que haber terminado así.
Domingos Custódio Neves Quaresma (de 68 años) y Laura Sacramento (de 63 años). María Fernanda Rebelo, María Virginia Pereira y María Pereira Fig, fueron otros de los que se dejaron la vida en el asfalto. Para los que sobrevivieron, tampoco olvidarán esta jornada, pero también podrán decir que ese trágico día volvieron a nacer.