Opinión

70º Aniversario de la OTAN, una suma que nos hizo integrarnos en la construcción europea

Equidistante a una embarazosa crisis existencial y con el desdén gradual de la intimidación rusa, la alianza político militar más duradera y poderosa de la Historia como es la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), recientemente ha conmemorado el 70ª Aniversario desde su instauración. Inexcusablemente hay que remitirse a aquella firma del día 4 de abril de 1949, con la que doce estados de ambos lados del Atlántico rubricaron el Tratado de Washington, empeñándose mutuamente a defenderse ante cualquier agresión amada.
En la actualidad, en una aldea globalmente inconstante y convulsa este acuerdo se encuentra en un estado de transición, porque la correlación transatlántica que es la raíz principal, está en momentos críticos y con diferencias supurantes entre sus partes.
En aquel tiempo, se venía concretando la estructura que haría el orden político internacional de Occidente y del norte tras la Segunda Guerra Mundial. Transcurría una situación en que la necesidad de colaboración se atribuía sobre las armas y la advertencia se encarnaba en un estado definido, Rusia. Por lo que una fórmula multilateral de defensa se previno como el medio más racional donde concentrar ambos sentimientos.
Así, sin precipitarse la OTAN se impuso por el criterio en seguridad hasta alcanzar el momento presente, acentuado por la descomposición del orden político internacional, las nuevas amenazas y el avance de un mundo bipolar a multipolar.
Aquellos socios fundadores como Bélgica, Reino Unido, Dinamarca, Islandia, Italia, Canadá, Luxemburgo, Países Bajos, Noruega, Portugal, Estados Unidos y Francia, tenían claro que llegarían situaciones puntuales en los que habría que dosificar eficientemente los riesgos y amenazas, pero, también, las responsabilidades y beneficios de la defensa fusionada. Una tesis que, en el corazón de la propia alianza tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, era más que evidente.
El fondo principal de este Tratado perseguía establecer un entendimiento recíproco, que, en cierta manera, neutralizara la inseguridad que la Unión Soviética de por sí, estaba dispuesta a desplegar con su dominio sobre Europa del Este a otras porciones del hemisferio. Del mismo modo, estos países estaban obligados a no contraer ningún encargo internacional que le reubicara a un conflicto con el mismo pacto, ligándolos a empeños de la Carta de las Naciones Unidas.
Desde el tiempo de efectividad de la OTAN, esta se ha expandido en siete ocasiones hasta los límites fronterizos rusos, debiéndose hacer constar, que la Federación de Rusia reprocha este ensanchamiento, así como el incremento de sus operaciones militares en las zonas colindantes.
Pero, el espíritu de esta Organización basados en los valores comunes de la defensa de la democracia, los derechos humanos y el imperio de la ley, ha sabido acomodarse impertérritamente al cambiante contexto estratégico de Europa y del área euro-atlántica, hasta alcanzar nuestros días con la mirada alojada en Moscú.
A pesar de ello, la protección de la libertad, el impulso de la estabilidad y bienestar en la zona euroatlántica, la defensa general y la conservación de la paz y seguridad, continúan siendo hoy por hoy, las prioridades de sus miembros. Habiendo pasado de doce a veintinueve miembros y entre los que se citan por orden alfabético: Albania, Alemania, Bulgaria, República Checa, Croacia, Estonia, Eslovaquia, Eslovenia, España, Grecia, Hungría, Letonia, Lituania, Montenegro, Polonia, Rumanía y Turquía.
Esta alianza de conformidad con el Artículo 5 del Tratado, ante cualquier ataque, continúa desempeñando el cometido primordial en relación a la defensa colectiva de los territorios y de las poblaciones de los aliados.
Simultáneamente, la OTAN ha contraído nuevas misiones y competencias para fraguar la ponderación lejos de la franja geográfica que tradicionalmente había delimitado. Buena prueba de ello lo corroboran las operaciones materializadas en los Balcanes (KFOR); Afganistán (FIAS); en el Mediterráneo (Operación Active Endeavour); en el Indico (Operación contra la piratería Ocean Shield); el apoyo a la Unión Africana (Darfur) o el encargo de adiestramiento en Irak.
Conjuntamente, para franquear eficazmente las secuelas y dicotomías de la Guerra Fría y reponer la confianza bilateral, ha desplegado una política activa de partenariados como el Euroatlántico (Consejo Partenariado Euro-Atlántico); con Rusia (Consejo OTAN-Rusia); las Comisiones con Ucrania y Georgia; el Diálogo Mediterráneo y, por último, la Iniciativa de Cooperación de Estambul.
Pero, cabría interpelarse, sin lugar a dudas ¿qué papel juega la OTAN, si ya no se confronta la Guerra Fría, el Pacto de Varsovia o el Telón de Acero? Es irrefutable, que el tablero mundial y las piezas que lo conforman, sustancialmente han variado en sus formas de proceder.
Cabiendo afirmar, que esta alianza ha ayudado a defender los intereses estadounidenses en el viejo continente, impidiendo pugnas intraeuropeas y haciendo frente a la URSS en la fase de la Guerra Fría.
Del mismo modo, ha sido el único foro en el espacio occidental en el que se han podido deliberar acuerdos y desacuerdos de los socios, instaurándose un marco común de clarividencia y optimizándose una alianza transnacional que ha sido indispensable para sostener la estabilidad dentro del continente.
De manera, que se han dado respuestas proporcionadas a las nuevas amenazas emergentes que nos golpean, como la propagación balística, el peligro de ataques químicos, las amenazas híbridas o los envites de las nuevas tecnologías, como la inteligencia artificial o la ciberseguridad.
De ahí, que la OTAN haya adquirido un pasado con futuro, habiendo recobrado muchísima más fuerza que en instantes determinados, en los que parecía que su voluntad no era efectiva.
En cierta manera, esta organización es la causa de una segmentación que en el presente es bien perceptible, ya que existen socios que lo que pretenden es un trazado clásico de defensa complementaria, válida como mecanismo ante las desavenencias intra europeas, frente a las amenazas rusas; mientras que otros, la proyectan para que sea una herramienta de seguridad a nivel global y no de defensa adicional.
Echando un vistazo a épocas retrospectivas, como se sabe, en 1989 cayó el muro de Berlín y análogamente se finiquitó el Pacto de Varsovia, con lo cual, una gran parte del acta fundacional de la OTAN parece como si hubiese quedado fuera de tono. Posteriormente, con la marcha de los acontecimientos, únicamente se han producido dos participaciones reales ya mencionadas, los Balcanes y Afganistán, cuando en aquel momento Estados Unidos requirió la colaboración de la alianza.
Indudablemente, el escenario global es bien distinto al de hace setenta años, porque ahora se superpone una nueva política aislacionista por parte de EEUU, mientras que irrumpe el renacimiento de una Europa cargada de populismos identitarios que no le interesa mirar más allá y que ambiciona ajustarse a su territorio.
Aunque, todavía concurren algunos de los componentes próximos al ayer, como las tiranteces nucleares habidas entre Washington y Moscú que han dado por fracturado el Tratado de control de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, que tanto esfuerzo supuso suscribir entre Reagan y Gorbachov.
Obviamente, ni tanto Rusia es la URSS, como tampoco, Estados Unidos es la de aquel momento, pero, de igual forma, confluyen otros actores de vital importancia, como China, contemplada como la superpotencia eventual o probable, a los que habría que sumarle los países europeos que conciernen al sector occidental, centro y este.
Consecuentemente, el reto cardinal que asume la OTAN actualmente, pasa por fortalecer y apuntalarse en este entorno complejo.
Si bien, en el camino transitado por esta aparecen luces y sombras, en ocasiones no se valora en su justa medida, el hecho de que exista una alianza como organización internacional colectiva, donde diversos estados se reúnen para dialogar e intercambiar ideas u opiniones de cuestiones de especial calado, como la defensa o los intereses comunes.
Este tratado estratégico de larga vida, pone el punto común en el trabajo incesante que a veces no se distingue, pero, que, aunque existan opiniones contrarias a su efectividad, cuestión que es respetable, la OTAN ha obtenido resultados satisfactorios.
Es innegable que ha conseguido que Europa no haya padecido conflictos bélicos, aunque, existen excepciones puntuales entre sus sombras, como la de la Antigua Yugoslavia, pero, desde luego, para la Europa occidental ha sido una garantía de seguridad irrebatible, incluso por encima de cualquier otra deferencia.
Ello no quita que numerosos analistas tengan un mismo sentir, cuando esta Alianza en 2001 se introdujo en una misión imposible como la de Afganistán, cuando Estados Unidos solicitó el refuerzo de sus aliados y socios y todos se adentraron en un complicado laberinto, que finalmente no garantizó la estabilidad de este estado.
Un entorno que estaba afuera del plano habitual de responsabilidad de la OTAN, no lográndose el resultado esperado, porque era una labor que se escapaba de las capacidades propias de esta organización militar.
O, mismamente, la interposición llevada a cabo en Libia en el año 2011, que no ayudó a poner paz en este país tras la caída de Muamar el Gadafi, donde han crecido considerablemente los grupos terroristas y no aparece un gobierno estable.
También, un movimiento copiosamente reprochado por la comunidad internacional, ha sido la recalada al poder de Vladimir Putin hace veinte años, conjeturando una hipotética aproximación entre Rusia y la OTAN, pero, que con el paso del tiempo las relaciones se han ido dañando ampliamente, sobre todo, con la anexión en 2014 de la península de Crimea, que Ucrania demanda como suya. Así, como el conflicto armado de 2008 con Georgia, cuando Moscú dio por buena la declaración de independencia autoproclamada de dos regiones separatistas, como Abjasia y Osetia del Sur.
Tampoco ha querido ser menos, la mediación unilateral en Siria en ayuda de Bashar al-Ásad; el respaldo a los regímenes de Corea del Norte; Irán y, por si fuera poco, la última presencia de militares rusos en Venezuela.
Éstas, han sido y continúan siendo las causas desestabilizadoras que han ido estirando más y más el hilo diplomático entre Rusia y Occidente, porque, las insinuaciones se extienden y continúan agrandándose sobre como consolidar la estructura de defensa común, cuando Rusia no da su brazo a torcer y vuelve a cernirse sobre Europa, para poner en reprobación el verdadero carácter de este pacto.
Ya en los últimos años, el contenido de fondo principal que ha dominado la agenda de la OTAN, tiene relación con el gasto habido en defensa que cada aliado consigna al organismo, pero esta no es la única controversia actual entre los socios. Porque, Estados Unidos, como el principal patrocinador del orden multilateral durante la segunda mitad del siglo pasado, ya no está dispuesto a aceptar este rol.
Es más, los estadounidenses se han empotrado en el guion de las discrepancias presupuestarias entre los veintinueve países miembros que establecen esta alianza. Ya es un hecho, que Washington no quiere ser el garante de la seguridad internacional.
Ahora bien, tan sólo dieciséis países miembros de la OTAN observan el objetivo de designar el 2% del Producto Interior Bruto (PIB) a defensa en 2024, entre los que no se encuentran España, Alemania e Italia, toda vez, que Francia sólo lo realizará en 2025.
Coyuntura que resquebraja serias discusiones a cuenta de las cantidades que cada miembro debe tributar. Una disconformidad que acaba en profundo descontento por parte de la principal potencia, a pesar que hace cinco años las naciones integrantes se comprometieron a elevar los costes en defensa, algo que por el momento tan solo llevan a la realidad Reino Unido, Grecia, Estonia y Letonia.
En el caso concreto de España, según redacta el último Informe Anual de la OTAN publicado en marzo, finalizó el año 2018 entre los aliados que menos emplearon en defensa, quedando igualada con Bélgica y antes que Luxemburgo.
Perfilando estas referencias, el consumo militar obtuvo el 0,93% del PIB español, quedando muy lejanamente del 2% convenido para 2024. Esta inversión adquirió en 2018 los 11.276 millones de euros, lo que presumió un 6% más que en el año 2017, mientras que EEUU designó 1.323.000.
Con estos detalles, nuestro país es la séptima fuerza aliada con un total de 121.000 efectivos.
Sin embargo, el argumento del presupuesto y la finalidad del 2%, tan solo significa una porción de los desafíos a los que debe enfrentarse la OTAN. Las controversias son más que absolutas en materias que se hacen de inexcusable importancia en la geopolítica de ahora y, que, sitúan la relación trasatlántica bajo mayor apremio. El espectro como se puede observar es bien abundante, abarcando desde el contexto de Venezuela a la influencia de China, pasando como no, por el protagonismo de Rusia, las pretensiones con Irán, la paz de Oriente Medio o el maniobrar del Dáesh. Asimismo, intervienen otros puntos de rigidez sobre esta organización y que están interrelacionados con los pronunciamientos del siglo XXI.
Indiscutiblemente me refiero a las redes 5G como la generación futura de comunicación, pero, también, los ataques cibernéticos, la nueva carrera galáctica o la Cuarta Revolución Industrial. Al mismo tiempo, que asuntos como la progresiva inequidad económica, las intrusiones en las elecciones de terceros países, el cambio climático, los populismos o el Brexit, que lleva camino de salir descontrolado de la Unión Europea (UE).
Pero, resulta más crucial, si cabe, porque emergen las nuevas reglas que dirigen la economía mundial y se produce el desmembramiento del orden económico multilateral liberal.
Por lo tanto, en este mundo inconsistente, los nuevos envites y las discordancias que están al orden del día entre los aliados de la OTAN, no debe enturbiar y perder de vista la relación transatlántica que hoy es tan decisiva, como, también, lo fue en épocas pasadas, cuando, por entonces, se instauró esta alianza como una fuente de desviación del nacionalismo, el autoritarismo y el unilateralismo.
Pese a estar aferrado entre el enfoque de una sociedad democrática y ante un agotamiento liberal que ha tocado fondo y que busca disyuntivas totalitarias, setenta años más tarde, no se puede tachar la encomienda de la OTAN como guardián del orden internacional occidental, porque siempre ha perseverado y está presta a permanecer en su razón de ser.
La Alianza Atlántica representa la salvaguardia de las democracias occidentales y de los valores liberales del Estado de Derecho, por cierto, objetados por regímenes autocráticos como los de Putin, capaz de enflaquecer y fragmentar a la UE, o el terrorismo islámico, cuyo ideal es el restablecimiento del califato.
Producto de estas políticas de contención de la URSS, la OTAN como algunos pretenden disfrazarla, no es un recuerdo caprichoso de la Guerra Fría, sino que es el pilar elemental de la seguridad y defensa de Europa.

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