El pasado 21 de agosto se conmemoraba la conquista de Ceuta por portugueses. El devenir del hecho histórico, que sin lugar a dudas tuvo que ser cruento, propició la actual condición ceutí, su españolidad, su europeísmo, su cosmopolitismo, su mestizaje y la absoluta predominancia de valores como la libertad, la justicia, la democracia y un estado de derecho. Lamentar, ignorar, ocultar o minusvalorar el hecho, pone de relieve la fobia a determinado perfil de ceutíes, la vivencia injustamente acomplejada de otros, el falaz victimismo de no pocos, y el miedo atroz de otros a considerarse en público como un ilegítimo invasor seis siglos después.
La ignorancia de los acontecimientos históricos previos y posteriores, el enquistamiento en posturas radicales que solo reflejan la negativa a una convivencia en paz, la persistencia de un mensaje diferenciador atendiendo a la religión, claramente identificada en un segmento político actual, la arrogancia de juzgar acontecimientos históricos de hace seiscientos años con criterios de hoy día, y la manifiesta incapacidad de asumir los hechos con altura de miras; son causas que han impedido una celebración digna que debería enorgullecer a cualquier ciudadano de estos lares.
Todos los que tenemos la suerte de habitar esta ciudad disfrutamos de un bienestar social similar al de otros muchos rincones de la UE, paradigma de la libertad. Los que defienden lo contrario deberían preguntarse por qué los refugiados sirios intentan llegar a la UE y no a los Emiratos Árabes, Túnez o Argelia que son los herederos de la parte derrotada aquel 21 de agosto de 1415.
Tras siete siglos de ocupación, los portugueses nos devolvieron al occidente cristiano, que pese a lo que algunos difunden desde su imaginario del parnaso, ya por aquel entonces disfrutaban de valores, tecnologías y dignidades humanas más avanzadas que las que concurrían en la Ceuta de aquel entonces.
Ha sido la suma de todos los ceutíes, los de antes, los de durante, los de después y los de hoy, los que hemos construido una Ceuta plural, solidaria, acogedora, que no habla de invasores e invadidos, sino de ciudadanos de pleno derecho en el seno de la UE.
Lo otro, el rememorar el hecho histórico como una usurpación medieval, es apelar al rencor, al odio, a no sentirse identificado con la españolidad, con el sentido plenamente europeo; es mostrar públicamente el resentimiento ante un hecho que constituyó el primer y decisivo paso a la Ceuta de hoy. En definitiva, es mirar con ojos de distinción por su origen, a quien realmente es igual: xenofobia. Quizá los que no han deseado la solemnidad del hecho histórico han declarado su verdadero rostro de rencor y odio ante lo diferente, que pese a haberles propiciado un clima de libertad en el que han podido mostrar su desacuerdo, hubiesen preferido nacer unos kilómetro al otro lado para enarbolar otra bandera que no les recordase tanto a Portugal.