Categorías: Opinión

59 años del Buque “Guadalete”

El próximo 25 de marzo se cumplirán 59 años de la desaparición del dragaminas Guadalete en aguas próximas al Estrecho, con la desafortunada pérdida de 34 vidas humanas, en su mayoría jóvenes marineros con el corazón henchido de ilusiones que no pudieron sobreponerse al naufragio de su barco. El Guadalete, buque de la Armada con base en Ceuta, zarpó del muelle España a las diez de la noche del día 24 con intención de patrullar la costa norte de África hasta Melilla, donde debía apoyar el aprovisionamiento de los peñones y proceder a continuación a la isla de Alborán, antes de regresar a su base.
Desde primera hora de la mañana se había entablado un molesto viento de levante, algo a lo que antes o después termina por acostumbrarse cualquier barco que se desenvuelva en las irascibles aguas del estrecho de Gibraltar, aunque una vez superado el cabo de Punta Almina pudo verse que esa noche el temporal era más fuerte de lo habitual. El comandante ordenó un rumbo sur-sureste para barajar la costa africana en busca de su objetivo, pero no tardó en comprobar que tal rumbo no podía mantenerse, pues el barco recibía de costado los violentos embates de las olas que amenazaban con darle la vuelta. Prudentemente, el comandante enmendó el rumbo para coger la mar por la amura y dirigirse al fondeadero de Alhucemas, situado a unas 70 millas, con idea de pasar el temporal a resguardo del durísimo viento, pero a las cuatro de la madrugada el jefe de máquinas se presentó en el puente quejándose de que no podía limpiar los ceniceros de las calderas debido a que el agua entraba por las frisas de las puertas exteriores. Las siguientes horas las pasaron zigzagueando en busca de rumbos cómodos que permitieran la imprescindible limpieza de ceniza, hasta que a las siete de la mañana el jefe informó de que era imposible mantener presión en las calderas por culpa de la mala calidad del carbón. En ese momento el comandante decidió regresar a Ceuta, pero sin revoluciones suficientes en los ejes de propulsión resultaba imposible dar la vuelta al barco. A las nueve, empeñando en la faena toda la madera que pudo encontrarse, el Guadalete consiguió virar al fin, pero entonces se vio que la fuerza del mar a popa era superior a la potencia que daban las agotadas calderas, por lo que el barco se volvió ingobernable.
Hacia el mediodía, mientras la mar comenzaba a inundar compartimentos, desde el puente comenzaron a enviarse agónicas señales de radio, un S.O.S. al que los 78 hombres que componían la dotación del Guadalete confiaban sus débiles esperanzas de salir vivos de aquel infierno de viento y espuma. El contacto radio con el Guadalhorce insufló un soplo de ilusión en sus atribulados corazones, sin embargo a las tres y media, con el barco irremisiblemente lastrado por toneladas de agua y después de que unos violentos golpes de mar se llevaran a algunos marineros, las máquinas se pararon, el Guadalete se atravesó al temporal y poco a poco se fue recostando sobre el costado de estribor dando por perdida la batalla.
Tras la pertinente orden de abandono de buque, los supervivientes se vieron en al agua agrupados alrededor de la única balsa que había sobrevivido al azote del temporal, alternando emocionados gritos de ánimo con las más sentidas plegarias a la Virgen de los Mares. En estas condiciones los encontró una hora después el buque mercante italiano Podestá.
La maniobra de recogida de náufragos resultó harto engorrosa. Tras 19 horas luchando contra un mar furioso, los supervivientes apenas conservaban fuerzas y caían de la escala que les habían tendido desde la altísima cubierta del Podestá. Finalmente, con 44 supervivientes a bordo, el capitán del mercante puso rumbo a la bahía de Algeciras, donde transbordó a los supervivientes a un buque español.
Cincuenta y nueve años después, en el paseo marítimo de esta misma ciudad andaluza, sentados cómodamente frente al mismo mar que se tragó al barco en que le había tocado hacer la mili, don José Vega Bea describe las últimas del Guadalete y de algunos de sus compañeros con lágrimas en los ojos. Incapaz de contener la emoción me muestra una serie de fotografías en las que aparece retratado con un grupo de compañeros en distintas partes del barco. Ante mí van tomando forma las figuras de sus amigos, héroes todos en aquellos momentos tan duros: el cabo Carlos Morales, Manolo Vázquez Torres, “el cartero”, Martín Vivancos, el cabo Jurado, Pepe Corona, Manolo García Moreno… Don José no necesita hacerme partícipe de la suerte de cada uno, sus inflexiones y las lágrimas que asoman a sus ojos delatan el horroroso final de algunos de sus viejos camaradas.
Próximo a cumplir 80 años, don José me confía su más íntimo anhelo mientras me muestra orgulloso la Cruz del Mérito Naval con distintivo rojo que recibieron todos los supervivientes: Don Luis, aquellos tiempos eran muy difíciles y a los pocos días de naufragar nos llevaron a terminar la mili a bordo de otro dragaminas. Con excepción de una placa en el cementerio de la Marina en San Fernando y cuatro cosas en el museo de la misma ciudad, nadie se ha acordado de nosotros. Los supervivientes procuramos mantener el contacto, pero cada día somos menos y nos queda menos vida por delante, ¿sería muy difícil reunirnos con ocasión del 60 aniversario para que nos diéramos el último abrazo? Yo no dejo de pedírselo ningún día a la Virgen del Carmen...
Terminada la entrevista, don José regresa a casa cansado y triste, mientras que al volante de mi coche pienso que tal vez no sería tan difícil hacer posible el deseo de unos hombres a los que un aciago temporal  de levante les cambió la vida para siempre. Pienso también que el mejor sitio para reunirlos sería ese muelle España en Ceuta, de donde hace 59 años zarpó su barco para nunca volver.

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