Un año más hemos celebrado el Día de la Constitución y son ya 38 años que nuestra Carta Magna ha velado y vela por garantizar a todos los españoles los derechos y libertades que se recogen en el documento. Un día festivo, pero que también invita a la reflexión. Para muchos es un día que permite, si cuadra, hacer puente, pero ello no debe restarle importancia a su celebración, pues en muchos puntos de España verdaderamente se siente la Constitución y la españolidad, como en Ceuta. Tras estos 38 años, la vida de nuestra Carta Magna no ha estado exenta de críticas e intenciones de reforma. Pero hay que ser prudentes en este aspecto, porque la Constitución que ha venido a cohesionarnos en las últimas casi cuatro décadas no puede servir ahora para atender intereses personalistas o territorialistas. La Constitución debe seguir siendo, aún con reforma o no, el punto de unión de los españoles que merece como mínimo un respeto y un consenso. El mismo consenso y diálogo que primó durante su elaboración hace 38 años. La prudencia es una virtud y debería ser ejercida por aquellos que ver en una posible puerta abierta a la reforma constitucional, la oportunidad de meter con calzador unas aspiraciones que no encajan con el sentimiento y espíritu de un texto constitucional. Ciertamente, nuestra Carta Magna ya requiere de una mejora, una adaptación a los tiempos modernos. España ha cambiado en los últimos años, pero no como para abordar con frivolidad un cambio de organización estatal y otra Constitución que venga a separar a los españoles en vez de unirlos.