35 años cotizados

Si la información que periódicamente envía la Seguridad Social es correcta, ya he cotizado 35 años. Esto demuestra dos cosas. Primera, que ya no soy tan joven como creía. Segunda, que desde los 18 años estoy trabajando y cotizando al sistema público de la Seguridad Social (salvo una pequeña interrupción por peritonitis y un corto periodo cobrando la prestación de desempleo). ¿Por qué cuento esto?. Porque la siguiente reforma que nos tiene preparada el gobierno de la nación es la de las pensiones.
Nuestro sistema público de Seguridad Social es un sistema denominado de “reparto”. Esto significa que los pensionistas de hoy cobran sus pensiones con los ingresos que se producen por las cotizaciones de los que trabajan. Es uno de los modelos que se contemplan en la ciencia actuarial del seguro. Pero también hay otros. Está el de capitalización. Nuestras cotizaciones se depositan en una cuenta, privada o pública, a la que se retribuye con una rentabilidad determinada. Al finalizar el periodo de cotización (cuando te jubilas o te quedas inválido), el capital acumulado, junto a sus intereses, se te devuelve en forma de pensión mensual (o de otra forma).
Para que nos entendamos bien. En el caso del sistema público de pensiones español, con 35 años de cotización se obtiene un 100% de la base de cotización, que si está en el máximo, alcanzaría también el máximo de pensión legalmente establecida (actualmente está situada en 2.522,89 euros mensuales). Por tanto, hasta ahora mis cotizaciones han servido, además de para pagar las pensiones de otros trabajadores, para formar una especie de cuenta “virtual” en la que se ha acumulado una cantidad de ingresos (en valor actual) capaz de compensar la cantidad de pagos que, previsiblemente, el sistema me hará a mí a partir de mi jubilación. Macroeconómicamente hablando, el valor actual de la cantidad prevista de ingresos de todo el sistema de seguridad social ha de compensar el valor actual de la cantidad prevista de pagos. A través de esta ecuación de equilibrio se sabe el porcentaje de cotización, la pensión mínima y la pensión máxima. Y si no se manipulan los resultados (por ejemplo, cargando pensiones mínimas a las cuentas de la Seguridad Social en lugar de al sistema público de impuestos), salvo que falle alguna de las variables de la ecuación, el sistema no entra en crisis. Es lo que vuelven a decir que ocurre ahora.
En mi caso, a partir de este momento todo lo que cotice no me servirá para acumular más pensión, como ocurriría en un sistema de capitalización. Por tanto, este plus de cotización durante unos quince años más sólo servirá para dar solidez al sistema público de pensiones. Yo lo prefiero. Es nuestro Estado del Bienestar. Nuestra forma de repartir la riqueza entre todos. Pero comprendo que otros prefieran el sistema de capitalización, y que entiendan su cotización a la Seguridad Social como estar ahorrando dinero en una cuenta a plazo fijo. Estas personas no aceptan que deba de haber una pensión máxima. Ni tampoco que su cotización a partir de los 35 años no les repercuta en incrementar su pensión. No creen en la solidaridad, ni en el apoyo mutuo como forma de gestionar la vida en sociedad.
Pero la anunciada crisis actual no es nueva. Comienza a producirse en la década de los 70, concretamente en 1973, pues es justo en ese año, coincidiendo con la denominada “crisis del petróleo”, cuando se acaba la época de mayor crecimiento económico desde la posguerra, en los países de la OCDE. Es aquí donde finaliza el modelo de pleno empleo de la época anterior. También es a partir de aquí cuando comienza la denominada “globalización” de la economía y se comienza a creer que los Estados avanzados no pueden competir con los Estados en desarrollo que carecen de Estado del Bienestar, o lo tienen poco desarrollado. A partir de aquí comenzó un giro económico hacia posiciones del denominado neoliberalismo, que culminó con la victoria electoral de la señora Thatcher en Gran Bretaña, en 1979, y Reagan en EEUU, en 1980. Los factores de la crisis que ejercían influencia en las reformas de entonces eran, como ahora, el envejecimiento de la población, el creciente interés por las privatizaciones, la globalización de los mercados y el crecimiento del sector informal. ¿Les suena?. Justo lo que ya empieza a oírse una vez más.
Ya entonces hubo muchísimos expertos que rebatían estos argumentos con datos sólidos. Uno de ellos (Ignacio Zubiri: 1997) nos decía con una clarividencia proverbial, que la insolvencia del sistema público de pensiones “depende de una serie de supuestos acerca de, primero, la evolución futura de la economía, segundo, el comportamiento del sector público y, tercero, la estructura del sistema de pensiones”. Por tanto más que la tasa de natalidad, o el número de activos por pensionista, lo relevante será la creación futura de empleos. Todo ello sin perjuicio de eventuales ajustes en la edad de jubilación.
Por entonces se hablaba mucho de sustituir nuestro sistema público de Seguridad Social por otro privado, tal y como se hizo en Chile. Lo que habría que pensar es qué estaría ocurriendo en la actualidad si esto se hubiera producido en Europa. Ya no sólo tendríamos seis millones de parados. También tendríamos otros seis millones de pensionistas que seguramente habrían perdido parte de sus pensiones como consecuencia de la inversión en fondos tóxicos de sus planes acumulados. Hasta escalofríos me dan con sólo pensarlo.