Limpieza de sangre

Cuando en el ámbito de la política, o de las religiones, se esgrime el argumento de la pureza, lo que se está haciendo en realidad es encubrir una despiadada guerra por el poder.

La historia no es nueva. El Siglo XIV aún se desangraba por los gregorianos calendarios de la época con un insoportable hedor a muerte y a Yersinia Pestis; la mitad de la población europea había sucumbido ante la imparable avalancha de hambre, de supersticiones, de bubones, de oscurantismo y de inexistente sanidad.

A pesar de las infinitas oraciones, las representantes de la Iglesia no lograban interceder ante el Todopoderoso para que parase la masacre terrenal.

Pero ante la nula respuesta de un Dios que parecía no entender de piedad, se optó por buscar a las culpables de todos los males: ¿y quién mejor que las responsables de la muerte de Cristo? Las judías fueron acusadas de envenenar pozos, y de mil cosas más.

Muchas miles de ellas fueron asesinadas. Con la epidemia ya terminada, otra pandemia amenazaba a la humanidad de la época: la intolerancia

Tampoco debe resultarle nuevo. Importado de una Centroeuropa diezmada por la miseria, el 6 de junio de 1391 se organizó un pogromo contra la población judía de Sevilla. Los saqueos, incendios, matanzas y conversiones forzadas se sucedieron. Evidentemente, se prohibió la forma de pensar judía, sus bienes se confiscaron y sus creencias se desterraron.

Lo de siempre. Como una plaga de miseria, los linchamientos se propagaron a otras ciudades. Era solo el inicio. En 1449 llegó el principio del fin en España. El 5 de junio de ese año, el alcalde mayor de Toledo, Pedro Sarmiento, inicia una revuelta contra las conversas.

La supuesta causa de aquella brutalidad fue el pago de un impuesto a la corona para financiar la guerra con Aragón, cuyo recaudador era el converso Alfonso Cota. La guerra por el poder siempre deja muchísimas bajas colaterales en las cunetas.

Durante aquella revuelta asesina se promulgó el primer Estatuto de Limpieza de Sangre por el que se expulsaba de cualquier cargo representativo a las conversas. Dicho de otra forma: había que demostrar que el linaje estaba formado por “cristianas viejas” y no por recién llegadas a la religión. Tampoco debería resultarle demasiado pasado de moda este argumento.

Toledo fue la primera de muchas ciudades en las que estas asesinas llevaron a cabo linchamientos, empujadas por los dogmas y lo peor de la condición humana. Quedó generalizada la promulgación de la limpieza de sangre

A partir de 1492, con del Decreto de expulsión de judíos y moriscos, el Santo Oficio se encargaría del resto. A cambio de un apoyo político incondicional, los Reyes Católicos le dieron a la Iglesia un poder cuasi infinito. Seguro que ya le va sonando más.

En España, la limpieza de sangre se llevó hasta límites insospechados en una época en la que las denuncias anónimas no sólo eran una práctica habitual, sino que se alentaban desde la Iglesia de la época y el poder vigente.

Se delataba a la vecina, a la ex amiga, a la familia, a la extraña… Todo era válido para purificar la raza y, de paso, poder hacer caja. Cualquier sospechosa de seguir practicando el judaísmo era directamente llevada ante el tribunal de la Santa Inquisición por hereje y, tras atroces torturas, confesaba lo inconfesable.

Después, como perfectamente ha descrito la serie “La peste” de Movistar +, las acusadas eran grotescamente vestidas, sometidas al escarnio público y quemadas en el fuego purificador. Las que tenían mucha suerte solo eran apartadas de cualquier cargo público. Y en esas estamos.

En la civilizadísima Unión Europea, varios estados miembros parecen estar queriendo reivindicar de nuevo la limpieza de sangre. Y nosotras, una vez más, como las vacas que ven pasar el tren sin ni tan siquiera atisbar las negras tormentas que agitan los aires. Un clásico.

Al margen de las reivindicaciones identitarias y nacionalistas cada vez más fuertes y más fascisantes, de los rechazos a las migrantes o de los recortes al librepensamiento cada más generalizados, las populistas italianas se han descolgado con otra exclusión lamentable.

El movimiento supuestamente de izquierda alternativa “cinco estrellas” y la derecha extrema de la “Liga Norte” han llegado a un inconstitucional acuerdo por el cual las francmasonas estarían excluidas de los puestos de gobierno. Además de ser un lamentable retorno a las directrices de Mussolini o a las de Pétain en la Francia de Vichy, esta determinación nos muestra la dirección del viento de la intolerancia que estamos dejando soplar por nuestras tierras europeas.

Sin embargo, podría pensarse también que estas situaciones son cosas de lituanas, húngaras o italianas, y que para nada eso nos puede afectar

De hecho, nos repetimos hasta la saciedad frente al espejo de la vergüenza que nosotras estamos vacunadas contra las limpiezas de sangre, las hogueras, las inquisiciones santas y las segregaciones.

Podemos reiterarnos hasta la saciedad que, en la íbera piel de toro, estamos todas por encima de denominaciones totalitarias como las de “adictas al régimen”, “personas formales” (Sabina dixit) o “complotistas judeomasónicas”. Si fuese por el discurso de algunas, aquí poco menos que ya habríamos hecho nuestro el lema de la República Francesa “Libertad, Igualdad, Fraternidad”.

Legión será quien se lo crea. Penoso. A la mayoría, evidentemente, le resulta impensable que en nuestro país las estudiantes sean amontonadas en las aulas de los institutos según su barrio de procedencia; que es del todo imposible que quien más medios tenga, mejores posiciones de salida obtenga a la hora de formarse, y viceversa.

Esas situaciones, definitivamente, siempre son cosa de otras. Aquí, la segregación jamás se aplicaría en las zonas desfavorecidas donde la nueva pobreza campa a sus anchas. Nunca se beneficiarían las zonas donde viven las poderosillas, dejando atrás a las de siempre.

Eso es, simplemente, mentira. Italia es una anécdota, los nacionalismos de raza son un mal sueño y las pobres no molestan nunca. La limpieza de sangre no existe.

Y sin embargo, en esas estamos. Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero ya conoce eso de la vecina y de sus barbas. A fuerza de ir marginando a las que menos tienen, estamos permitiendo que se vaya consolidando un sistema en el que cada vez es más brutal la fractura entre las que viven y las que sobreviven.

Aunque falte poco, aún no hemos llegado al punto de no retorno. Pero, de seguir así, volverán los tiempos en los que las negras se deban sentar al final del autobús y tengan que utilizar aseos diferentes a las blancas. Si consentimos que continúen apretando el yugo, retornaremos a la época en que el pensamiento único era el único pensamiento y opinar contra el poder era sinónimo de herejía y de hoguera.

Algunas aún se atreven a levantar la voz contra un sofisticado apartheid de aparente nuevo cuño. Son esas mismas que usted suele tachar de imbéciles y trasnochadas librepensadoras bajo el descerebrado argumento de que “las cosas feas” sólo pasan allende nuestras fronteras.

El día que le pinten una “X” roja sobre su “saco bendito”, le coloquen un capirote y la lleven hacia el cadalso a lomos de un asno como escarmiento en mitad de una turba enloquecida y manipulada, ese día no pregunte qué es la limpieza de sangre. La estará viviendo.

Y ni siquiera habrá visto cómo se ha transformado en un peón de la guerra por el poder. La ceguera social es lo que tiene. Nada más que añadir. Señoría.