No penséis que cuando titulo este artículo como «Realillo», es un canto a la memoria del cuarto de la Peseta, más conocido recientemente por veinticinco céntimos. ¡¡No!!. Este escrito es un homenaje a Manuel, conocidos por todos como «Realillo», posiblemente el mejor patrón de pesca que ha conocido Ceuta en cuanto a tecnología y conocimientos del litoral ceutí. Manuel, vivía en la entrañable Ribera y como buen lobo marino, gustaba del vino y creía firmemente en las supersticiones. En cierta ocasión, mi padre me hablaba de los patrones de pesca de aquella época. Donde la incultura reinaba por doquier y de la que no eran ajenos estos profesionales. Sin embargo, dentro de sus limitaciones culturales, poseían la inteligencia tan poco común, de llevar grabado en sus cerebros tanto los pesqueros* como las piedras que podían poner en peligro la integridad de los artes de pesca.
Al mismo tiempo, estudiaban sobre el lugar las tendencias de las mareas, punto importante al momento de calar, donde el hacerlo bien o mal, tiene como resultado una buena o mala pesca. Hoy con tantos aparatos electrónicos es sencilla esa labor, pero hace setenta años, el patrón era quien tenía que suplir esas carencias con experiencia e inteligencia, no al alcance de todos. Desde muy pequeño, mi padre supo transmitirme el gran concepto que él tuvo de los patrones de pesca. Y entre ellos sin géneros de dudas, el más pintoresco y notablemente famoso, fue «Realillo». Una tarde, tendido el arte en Plaza de África, estaban remendando mi abuelo, Joaquín “El Chaparreta” y Pepe Rayo, y apareció por allí nuestro don Bernabé Perpén, que trató de convencer a mi abuelo, para que alguna vez apareciera por la iglesia. Mi abuelo, con la gracia que le caracterizaba, le decía a nuestro párroco: -Don Bernabé, «Dios hizo la iglesia para las mujeres y para los hombres las tabernas». Don Bernabé insistía y mi abuelo le dijo: - Mire, la última vez que entré en la iglesia, lo hice soltero y salí casao y ya no me atrevo a entrar otra vez no me vaya a ocurrir otra desgracia. El sacerdote, que estaba sentado sobre un faldo de red, no tuvo más remedio que reírse. Y siguió riendo cuando se encaminaba a su templo....
En ese preciso momento, apareció por allí «Realillo» que venía de la Ribera y de inmediato le dijo a mi abuelo: - El valor que tiene usted José, ¿Cómo permite que se siente en el faldo de la red un cura? ¡Esta red hay que lavarla antes de calá** con ella si queremos coger un pescao! En ese preciso momento, y dado que en aquella acera se ubicaba una parada de autobús, de uno de ellos se apeó Santiago –un practicante que ejercía su trabajo en la clínica de urgencias, que era cojo y que varios años después vivió en el Patio, cuando los Vallejo de trasladaron a Zaragoza- y el buen hombre, no se le ocurrió otra cosa que andar pisando la red. Manuel montó en cólera y gritaba así: -¡Menuo mal fario le están metiendo al arte; primero un cura y ahora un cojo. «Este arte ya no coge na, ni lisas... Ni aunque que me maten salgo hoy pa la má, ya estoy andando pa mi casa..!
Al cabo de un buen rato, mi abuelo bajo a la Ribera, al objeto de convencer a Manuel para que fuera a pescá. Al llegar a su casa, la señora le dijo que no estaba, y alguien le indicó que se había ido por el Agujero. - Realillo se ha ido a Casa Macario o al Resbalón*** -comentó mi abuelo. Allí fuimos y allí lo encontramos. Negándose totalmente a salir a pescar, amparándose en el cenizo que habían metido Don Bernabé y Santiago, aunque de verdad, las condiciones de «Realillo» no eran las más idóneas para ir al mando de un barco, porque hemos de decir que los chatos de vino tinto peleón, ¡bendita bendición que entregó Dios a los hombres para su disfrute y consuelo de penas más o menos llevaderas!, iban y venían sobre el mármol del añejo mostrador, sin saberse, a ciencia cierta, cuando daría fin su término...