25 de noviembre. Nada que celebrar. La lacra sigue latente

Según el estudio “Nos queremos vivas; comparativa internacional en políticas de masculinidad es” llevado a cabo por Ministerio de Igualdad y Fundación Cepaim, el 57,3% de mujeres de 16 años o más han sufrido violencia a lo largo de sus vidas, el 14 2% han sufrido violencia física y/o sexual, el 40,4 % han sufrido acoso sexual en algún momento de sus vidas y un 2,2% de mujeres de más de 16 años han sido violadas. Estos datos solo en España. Y estos son sólo algunos de los datos alarmantes, escalofriantes y deleznables que nos hacen sentir el camino que aún queda por recorrer

El 25 de noviembre no es un día de celebración. Es un día de lucha contra la injusticia más pandémica que existe. La de la violencia que se ejerce sobre la mujer por el simple hecho de serlo.

Es un día que jamás debería estar señalada en el calendario y que, hoy más que nunca, debemos sentir y sobre el que tenemos que posicionarnos. Sobre todo, sin ejercer de protagonistas, los hombres, desde la responsabilidad que nos corresponde como causantes de dicha violencia.

Hoy más que nunca, porque desde que el feminismo está más presente, más exigente y más reivindicativo, la violencia patriarcal, machista, sexista, sintiéndose acorralada, ha volcado todas sus vísceras sobre el empoderamiento que están sintiendo las mujeres del mundo.

Ese despertar de las mujeres ha supuesto que el patriarcado saque todo su arsenal mediático, político, sexual y emocional como nunca antes se había visto. Las manadas, las acusaciones en el Congreso a la Ministra de Igualdad, las acusaciones del malestar social al feminismo, los voceros del fascismo arraigándose en la cultura tradicional, acusaciones y denigraciones públicas a mujeres empoderadas, jueces que ese niegan a castigar como debieran a los verdugos y todo ello desde los miedos de la pérdida de poder y de control sobre las mujeres, hacen que los avances en la lacra endémica no evolucione como debiera.

Es más más, éstos miedos al avance feministas, hace que de forma ridícula pero totalmente orquestada desde las esferas de poder (de hombres) se acepte el relato de los discursos de que “ellas también son violentas, de que se benefician de la ley en las separaciones de pareja, que si las exigencias en oposiciones les benefician, etc., eclipsando y negando desde la absurdez las evidencias históricas.

El terrorismo machista sigue asesinando a cientos de miles de mujeres y niñas en el mundo, sigue explotando sus cuerpos, practicando la ablación, reprimiendo sus personalidades anulándolas como personas, prohibiéndoles el acceso a la educación, limitando sus accesos a los puestos de poder, discriminándolas y humillándolas desde la soberbia y tiranía de la masculinidad hegemónica y tóxica.

En los más jóvenes, algo paradójico con los avances que se supone, estábamos consiguiendo, se están dando otras formas de poder y de control que antes no se conocían, más embrutecido, más descarado, ejemplo de ello los cánticos del Colegio Mayor hace poco, a través de la tecnología y las redes sociales, junto con los modelos de hombres fuertes, sin miedos ni emociones, cultura del reguetón, del amor romántico, de la atracción de perfiles de mujeres sexualizadas, que hacen que la reproducción de la violencia siga latente y se siga reproduciendo.

Nos encontramos ante un momento histórico-global de un colapso del sistema que se retroalimenta del colonialismo, capitalismo y patriarcado y que evidencia la necesidad de la presencia de mujeres al mando ante la ineficacia de la gestión de los hombres y que éstos, se niegan a aceptar a pesar de las consecuencias irreversibles en la que nos encontramos, incrementando aún más la violencia desde el odio hacia las mujeres (empoderadas).

Tenemos que ser conscientes del daño irreparable que llevamos haciendo a tantísimas mujeres y niñ@s desde hace siglos y del daño que eso supone para una sociedad, en la que nos encontramos, enfermiza, de la necesidad que tenemos de concienciarnos para seguir trabajando nuestra reproducción machista y nuestro interior y erradicar todas y cada una de las formas de violencia si queremos empezar a sanar y dejarles una herencia a nuestras nuevas generaciones de respeto, empatía, reconocimiento y libertad a nuestras iguales. Que las diferentes sociedades, cada una desde sus culturas y contextos particulares, pero con el patrón machista como eje vertebral, deben hacerse responsables de cortar la cadena patriarcal heredada desde hace siglos y empezar a trabajarse sus machismos en pos de una cultura nueva, que respete, comparta, apoye y acompañe la libertad de las mujeres aunque ello suponga enfrentarse a la pérdida de privilegios, enfrentarse a los miedos internos del saber que ya no tenemos que tener el control sobre ellas, a aprender a gestionar las emociones que siempre escondimos como forma de masculinidad y hombrìa que tanto daño nos ha generado y construir una sociedad más igualitaria, más justa, menos enferma.

Ello supondrá sin lugar a dudas, a parte de que es de justicia universal, un mundo mucho más respetuoso, más feliz y en paz.

Por ello, desde nuestra responsabilidad como hombres e intrínseco en nuestro eje vertebral desde hace siglos, también en quienes predicamos un discurso progresista y profeminista, tenemos que querer aprender a deconstruirnos para erradicar la violencia de género, señalar sin titubeos el terrorismo machista y participar de la conciencia colectiva como forma de construcción de un mundo mejor, animando a cuántas personas detectemos, sobre todo en nuestros iguales, en nuestros círculos y nuestro día a día, cualquier indicio de cualquier tipo de violencia sobre la mujer, a denunciarlo y a ser y transmitir más sensibilidad ante esta lacra que nos hace peores como humanidad.