Colaboraciones

El 23-F, un paréntesis de la democracia en la Historia de España

Transcurrían exactamente las 18 horas y 23 minutos de aquella jornada frenética llamada a convertirse en el 23-F, cuando en las mentes y corazones de los españoles el tiempo se contuvo con agitación.

Era refutable, lo que inesperadamente retransmitían aquellos televisores en blanco y negro: A la exclamación de “¡Quieto todo mundo! y a la orden de que todos se echasen al suelo, don Antonio Tejero Molina (1932-87 años) y doscientos guardias civiles, irrumpieron por la fuerza en el Congreso de los Diputados. Imágenes inenarrables que se conservan por la imprevisión de los insurrectos, que con anterioridad habían anulado todas las cámaras menos una, que captó lo acaecido hasta pormenorizar los antecedentes de un episodio sin precedentes.

La noticia corrió como la pólvora propagándose velozmente por el resto de la Nación. Nadie sabía e incluso, podía conjeturarse, lo que sería de España que había estado cautiva a la sombra de una dictadura de casi cuarenta años.

Un hecho de la Historia reciente, que en nuestros días permanece mostrando el veneno de sus entrañas, como un acontecimiento de violencia política extrema, para cuantos lo sobrevivimos en la ingenuidad de la democracia. Sin lugar a dudas, tras treinta y nueve años, se desconocen en su plenitud los entresijos de la acción, pero sí, las muchas secuelas políticas e institucionales que han subsistido y subsisten.

Perceptiblemente, los sublevados querían instaurar un gobierno militar de facto, redimir los principios del movimiento nacional y el espíritu del 18 de julio de 1936.

O séase, la estela de aquel horripilante Golpe de Estado, mediante una rebelión manejada contra el Gobierno de la Segunda República (14-IV-1931/1-IV-1939), emanado de las Elecciones de febrero que se perpetró en julio de dicho año y terminó con el crimen del principal dirigente de la oposición, don José Calvo Sotelo (1893-1936).

No obstante, aparte de las vicisitudes consabidas sobre el malogrado golpe, como el asalto de Tejero en el hemiciclo o la resistencia entre el General don Manuel Gutiérrez Mellado (1912-1995) y los insubordinados; o los tanques prestos en las vías de Valencia; o el discurso emitido por la primera cadena de TVE a la 1:14 minutos de la madrugada de Su Majestad el Rey Don Juan Carlos I (1938-82 años), existen otras evidencias que persisten enmascaradas y en los que la joven democracia estaba al borde del precipicio.

Una de esas páginas sumergidas bajo el peso incólume de cuatro décadas, es la confidencia que sostuvieron a altas horas de la noche el Expresidente del Gobierno don Adolfo Suárez González (1932-2014) y el Teniente Coronel Tejero.

Instantes después que los incondicionales conducidos por Tejero accedieran súbitamente en el Congreso, precisamente, en el momento de la votación de investidura de don Leopoldo Calvo-Sotelo y Bustelo (1926-2008), los guardias descargaron varias ráfagas de intimidación sobre el techo del hemiciclo. Todos los diputados, menos tres, don Santiago José Carrillo Solares (1915-2012), Gutiérrez Mellado y el propio Suárez, se arrojaron al suelo.

Antes, el curtido y experimentado Vicepresidente del Gobierno había pretendido contener a los conspiradores y como militar de mayor rango que era, no titubeó en enfrentarse a Tejero. Inmediatamente, Suárez, abandonó su asiento para apartar a Gutiérrez Mellado del intransigente Tejero y tras el estruendo de los disparos, se daría paso a una tensa vigilancia.

Entretanto, los ánimos se iban crispando.

Ya, desde el estrado, uno de los amotinados avisó a Sus Señorías que la reclusión no se dilataría demasiado, únicamente, debían esperar sentados a que apareciera la autoridad competente. Pero, Suárez, no aguantó impasible ante lo que sobrevenía y pidió dialogar con el cabecilla del atentado. Siendo apremiado en dos ocasiones a que regresase a su escaño, tal como él mismo lo describe.

Ante su total desaprobación, Tejero determinó apartar a varios diputados del hemiciclo para recluirlos en otras instancias adyacentes al edificio. Me refiero a don Felipe González Márquez (1942-77 años); don Alfonso Guerra González (1940-79 años); don Agustín Rodríguez Sahagún (1932-1991); además, de Santiago Carrillo y Gutiérrez Mellado que lo trasladaron juntos a la Sala del Reloj. Toda vez, que Suárez, acabaría incomunicado en la Sala de Ujieres.

Al expresidente lo supervisaban tres guardias que intermitentemente se reemplazaban, continuando vigilado dieciséis horas y media.

Según narra Suárez, conversó con quiénes le tenían aprisionado y no les quitaban los ojos de encima, tratando de hacerles ver lo irracional de los hechos. Pudiéndose constatar, que la mayoría de ellos no llegaron a reparar en la causa de las consignas recibidas.

Nada más entrar frenéticamente en el Congreso y prosiguiendo con el plan maquinado, en Valencia, se sublevó el Capitán General de la III Región Militar, don Jaime Milans del Bosch y Ussía (1915-1997).

Rápidamente, en su condición de alarde, desplegó a la División Motorizada “Maestrazgo” con dos millares de integrantes y cincuenta carros de combate. Los efectivos se desenvolvieron desde el puerto de esta Ciudad hasta el centro de la misma, donde los cañones encaraban a las edificaciones institucionales, como las Cortes valencianas o el Ayuntamiento.


En estas horas de ostracismo y soledad, se produjo la colisión cuerpo a cuerpo entre Suárez y Tejero. Aproximadamente, eran las cuatro de la madrugada, relata literalmente el Expresidente en una entrevista concedida al Diario 16, cuando el golpista se adentró en la estancia donde Suárez seguía detenido: “Los tres guardias civiles que me custodiaban se pusieron en pie. Tejero se aproximó a mí, que permanecí sentado y me colocó la pistola en el pecho. Yo le miré fijamente a los ojos al tiempo que le gritaba ¡Cuádrese! No sé si desconcertado o sorprendido, dio media vuelta y abandonó la habitación”.

Con estos indicios preliminares del 23-F que se libraba en la Historia Contemporánea de España, este pasaje nos acerca a uno de los momentos cruciales que, tal vez, pusieron en riesgo el ser o no ser, de los valores democráticos.

Como reconoce el catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, don Juan Francisco Fuentes Aragonés (1955-65 años), en aquel preciso intervalo, Suárez, “un hombre desarmado” que había sido “despojado del poder”, le dio a Tejero “una lección de valor y disciplina”.

Mismamente, este ilustre historiador revela, que el proceder del Expresidente era “la prueba incontestable que seguía encarnando la suprema autoridad” de la responsabilidad que aún ostentaba; porque, al impedirse la votación de investidura, el relevo a Calvo Sotelo no se había cristalizado.

Con lo expuesto, la inoculación del Golpe de Estado no puede comprenderse en su justa medida, sin establecer de manera sucinta el escenario existente en España, acentuado por una crisis global de carácter económico, político y de orden público, en paralelo a la punzante arremetida de las formaciones terroristas.

Pero, su génesis hay que ubicarla en una sucesión de movimientos previos, trazados por la élite política y económica conservadora, incompatible con el paradigma habilidoso de Suárez y seguidora de un sistema democrático condicionado.

Sin inmiscuirse de este entorno, el contexto mundial avivado por la intensificación de la Guerra Fría (1947-1991) y las dificultades inducidas a partir de 1973 por la subida del petróleo, que, por lógicas irrebatibles, apertura y dependencia externa de la economía de materias primas, acabó perturbando a España. No quedando en el tintero, la extenuación del régimen franquista y el inicio de la Transición, que impedía a grandes luces acometer las reformas oportunas.

De ello, no iba a ser menos, el talante de las Fuerzas Armadas, en adelante, FAS, cultivadas en el estilo autoritario, hicieron que la política exterior española se diferenciara por su escepticismo. Realmente, el fallecimiento de don Francisco Franco Bahamonde (1892-1975) y la llegada al trono de Don Juan Carlos I, exigían el esclarecimiento de un nuevo proyecto en el tablero del sistema internacional.

Partiendo de esta base, este trecho imperceptible está interrelacionado con las circunstancias pasadas en la Transición. Así, gradualmente cuatro elementos suscitaron tensiones persistentes que la Administración de Suárez no lograron atajar: Primero, los inconvenientes venidos del escollo económico; segundo, las estrecheces para modular una organización territorial del Estado; tercero, las operaciones terroristas efectuadas por Euskadi Ta Askatasuna, por sus siglas, ETA; y, cuarto, la intransigencia de partes del ejército en admitir un sistema democrático.

Predominando en esta miscelánea de augurios, las sintomatologías procedentes del descontento habido en las filas del Ejército, que en abril de 1977 se revelaron, como consecuencia de la legalización del Partido Comunista de España.

Recuérdese al respecto, que en noviembre de 1978, se materializó la desarticulación de la ‘Operación Galaxia’, una tentativa golpista que ideaba otro Golpe de Estado contra el Gobierno de Suárez. Su encargado central, Tejero, por entonces había sido procesado a siete meses de cárcel. Quién, más tarde, tras la travesía de veintisiete meses, llevaría a la práctica su empeño, pero, en esta ocasión, con acciones irrefutables.

Luego, cabría interpelarse: ¿Qué mentalidad aglutinaba el Ejército de la España sediciosa? Era incuestionable, que en 1981 la progresión comunista sobresaltaba a numerosos estados de la Europa Occidental. Pero, curiosamente, en ninguno de ellos aconteció lo que en España.

La tesis se justifica en que sus FAS no disponían de la peculiaridad que las españolas, fundamentalmente, en lo relativo a las pertenecientes al Ejército de Tierra.

Este grupo humano se diferenció y catalogó en ser el contrafuerte del régimen franquista y, en él, se multiplicaban los mecanismos adecuados de una organización institucional con los patrones propios de la Cultura Militar que dispone don Charles Constantine Moskos (1934-2008), sociólogo de las fuerzas estadounidenses y profesor de la Universidad Northwestern.

De forma, que en este arquetipo institucional, obtiene notable significación tanto los valores como las normas explícitas del ‘deber’ o la ‘Patria’. Concretamente, en las FAS de España, estos valores se hallaban perceptiblemente soliviantados, porque el Ejército arrastraba la estela cercana de una Guerra Civil, que había infundado el desvanecimiento de la cara más liberal del Cuerpo de Oficiales, convirtiéndolos en activos extremadamente conservadores.

Este espectro subjetivo se conservó e incrementó en el período de Franco. Los efectos desencadenados no podía ser otros: en 1975, las FAS se definían por su vocación interior, que les reportaba a considerarse como las últimas consignatarias del orden público.

Amén, de un ethos inconfundible por el afanoso nacionalismo patriótico, el integrismo católico, el belicismo, el antiliberalismo, el antirregionalismo, el despotismo, el anticomunismo y la susceptibilidad en el poder civil y las significaciones democráticas, en los que eran incontrastables, que Dios, configuraba la polifonía perfecta para el sentimiento entusiasta del amor a la Patria.

Y, es que, para ser militar no era indispensable la aplicación religiosa, a pesar que la inmensa totalidad de la oficialidad adecuaba su ética a la moral y reconocía como sagrados, los preceptos del Evangelio.

Un espíritu de cuerpo concebido como un modelo de vida cuyas virtudes intocables y engrandecidas eran la disciplina, el valor, el compañerismo, la tenacidad psicofísica y el consabido sacrificio, tenían que ponerse en ejercicio con acatamiento impertérrito al mando y constante desvelo por la Tropa, fundamento de la estructura orgánica y operativa de las FAS.

Ahora bien, el Golpe de Estado del 23-F aglutinó a cuatro militares: El General don Alfonso Armada y Comyn (1920-2013), jefe de la maniobra y futurible Presidente del Gobierno; el Teniente General Milans del Bosch, ejecutor en la verificación de las actuaciones perturbadoras y de asumirlas dentro de la artimaña de Armada; el Teniente Coronel Tejero, encomendado a poner in situ el golpe; y, por último, el Comandante don José Luís Cortina Prieto (1938-82 años), que contrajo el cometido de generar una atmósfera propicia en la ejecución, monopolizando los medios de comunicación de extrema derecha, como la de favorecer y posibilitar la función de Tejero.

Ciñéndome escuetamente en la afectación del 23-F denominado ‘Solución Armada’, que era un secreto a voces, se trazó en dos variantes guiadas por el General Armada.

La primera, con indicativo ‘constitucional’, radicaba en reportar a la Presidencia del Gobierno por medios avalados, o lo que es igual, esgrimiendo el dispositivo de la ‘moción de censura’. Tanteo que se deshizo el 29 de enero de 1981, con la renuncia de Suárez que naturalmente paralizó esta fórmula.

La segunda, con molde ‘pseudoconstitucional’, residió en producir un horizonte de excepcionalidad que boicotease a los dirigentes políticos a reelegir a otro Presidente; en este caso, la ocupación del Congreso de los Diputados, valga la redundancia, que es la que auspició la excepcionalidad del 23-F.

Cabe destacar, que Milans del Bosch, oficial de mayor graduación que Armada, se le encomendó que militarizara a las fuerzas de su circunscripción; que incitara al resto de los once Capitanes Generales para que obrasen idénticamente en sus regiones militares y que dispusiera la apropiación de Madrid con la División Acorazada Brunete N.º 1, por sus siglas, DAC, que era la unidad más eficaz del Ejército estacionada en las periferias de la capital.

Tanto Tejero como Milans del Bosch, consumaron su misión en la realización y tomó militarmente el espacio de su región militar, aunque no consiguió que la DAC hiciera lo mismo en Madrid, ni que otros Capitanes Generales diesen el visto bueno a su postulado.

Consecuentemente, lejos de la sacudida que compuso el 23-F en el sentir de los españoles, punteó el comienzo del final del protagonismo del Ejército en el quehacer político.

Dando pie a la instauración de un sistema democrático estable, conllevando un vuelco moderado en el encaje del Gobierno, hasta culminarlo con la admisión en la Organización del Tratado del Atlántico Norte, por sus siglas, OTAN.

Por lo demás, se sancionó la Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico, LOAPA, que solidificó las pretensiones de los grupos políticos autonomistas. Si bien, en 1983, sería suprimida por el Tribunal Constitucional.

Del mismo modo, el 23-F fue elemental para el triunfo decisivo en las Elecciones Legislativas del 28 de octubre de 1982 del Partido Socialista Obrero Español, PSOE; porque los españoles apostaron por una mayoría legislativa pujante, que soslayara la percepción de debilitamiento que había acompañado en los últimos años a la Unión de Centro Democrático, UCD. También, vaticinó la segunda legitimación democrática para la Corona, con el refrendo del texto legislativo de la Carta Magna: la Constitución Española de 1978.

Una Nación como España, camino de abanderarse como un Estado Social y Democrático de Derecho, que el 24 de febrero de 1981, marcó el punto de inflexión como garante de la democracia española, porque Su Máximo Representante, S.M. el Rey Don Juan Carlos I, había sido el baluarte firme contra el chantaje golpista y el que definitivamente lo aniquiló. Convirtiéndose en el Hacedor de los principios democráticos, apartando los falsos fantasmas en su legitimidad de origen franquista.

Por lo tanto, las larguísimas horas y minutos que siguieron a este túnel del tiempo traumático que contextualizaron el retrato bochornoso de una España convulsa por lo que estaba en juego, forma parte del imaginario colectivo de los españoles; independientemente, de la generación a la que pertenezcamos.

Reafirmándose a los ojos del mundo la figura sin fisuras del Monarca, adaptándose al pulso histórico y social que, memorísticamente, se retienen en la retina como el aliento democrático heredado de una realidad visiblemente política, cultural e histórica, forjada en el enriquecimiento mutuo al amparo de la diversidad en la que todos nos empeñamos.

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