Han pasado unos diez años si no me falla la memoria. Fue una mañana cuando dos compañeros de esta casa, Quino y Nacho, acudieron a la barriada del Príncipe para hacer un amplio reportaje de la infravivienda. Fotografiaron, de la mano de la asociación vecinal, cada una de las chabolas en las que vivían familias en la más absoluta indignidad. Después de aquello hubo un compromiso explícito del Gobierno de desarrollar y ejecutar un plan contra esa infravivienda, sustituyendo las chabolas por casas, devolviendo una situación mínimamente digna a cientos de familias. Aquel trabajo de campo que se hizo durante meses y meses quedó dormido en un cajón. El verbo ‘ejecutar’ nunca se puso en práctica, constituyó una burla a las promesas trasladadas a los que creían que había llegado el momento de aparcar esa forma de vivir.
Hoy, el presidente vecinal vuelve a recordarnos que el 95% de las casas del barrio sigue en situación de ilegalidad y que son muchas las que siguen atrapadas en esa falta de mínimos para ser considerada un lugar habitable. Aún así, ahí viven familias al completo, sin que se les dé una solución racional que huya de las cuatro manifestaciones de aquellos que no saben más que expresar y escribir barbaridades. De éstos, mejor los menos.
Es precisamente esa situación irregular la que lleva a una degeneración de la barriada, a su exposición a la construcción ilegal, a un devenir que no lo quieren ni los propios vecinos a los que se les obliga a tener que convivir con algo que ellos mismos rechazan. Hay casas en las que han vivido generaciones enteras sin que se les haya considerado documentalmente válidas. Estos son unos de los ejemplos; otros los representan aquellos que residen en auténticas chabolas imposibles de regularizar, carentes de servicios básicos, a los que no se les da solución ni salida alguna, a pesar del tiempo perdido y las promesas políticas comprometidas que nunca se cumplieron.
Desconozco las razones que llevan a esta situación, a esta dejación absoluta hacia una de las barriadas que termina siendo la más castigada en piropos electorales que nunca se ejecutan. Debía ser la mejor de todas, si tenemos en cuenta la cantidad de planes urbanísticos o de regularización prometidos y no cumplidos. Es, en cambio, todo lo contrario. El vivo ejemplo del lado más oscuro de la política: el del engaño.