Es muy probable que cuando se estudie la historia de Ceuta, el año dos mil diecisiete figure como un punto de inflexión definitivo en la agónica travesía hacia la extinción, que iniciamos justamente el día en que pudimos comprobar, con hechos, que para el Estado español Ceuta y Melilla no merecen un conflicto con la monarquía vecina, amiga y aliada.
Durante treinta años nos hemos autosugestionado con toda suerte de coartadas (falsas), excusas (vanas), proclamas (vacías) y un discurso oficial, hipócrita en grado sumo, que nos abria un apacible refugio, alejado de una realidad escabrosa cuya mera intuición nos provocaba un vértigo insoportable.
Los ceutíes nos repetíamos una y otra vez: “no puede ser que nuestro Gobierno, nuestro país, nuestro Estado, nos abandone, no puede ser….” (ingenua incredulidad). Así con nuestra socorrida venda bien colocada sobre los ojos, seguíamos caminando aunque nos supiéramos muy bien hacia donde. “Algo sucederá para que todo vuelva a ser como antes” (ciega nostalgia). “Ceuta siempre ha sabido adaptarse a las circunstancias, la historia lo demuestra…” (pueril desiderátum).
Mientras tanto, todo aquello que era fácilmente previsible, se iba transformando inexorablemente en hechos ciertos. La Ciudad se partía, se ahogaba, se deshilachaba, se deprimía. Pero la fortaleza de los generosos fondos del Estado y las nóminas de los empleados púbicos (más del cincuenta por ciento de la población ocupada), eran suficiente argumento para fingir normalidad. “Aunque con dificultades, las cosas van…”.
Así nos convencían los “liquidadores” de que asumiéramos nuestro dramático destino sin causar mucho alboroto. Con disciplina patriótica y sumisión institucional. El PP ha sido el partido elegido para ejecutar el sepelio. Nadie mejor. Lo hace (sin levantar sospechas) envuelto en la bandera Nacional y vociferando “Viva España” como una letanía con grandes similitudes con la melodía del flautista del afamado cuento.
Los ceutíes nos repetíamos una y otra vez: “no puede ser que nuestro Gobierno, nuestro país, nuestro Estado, nos abandone, no puede ser….”
Pero en el año dos mil diecisiete, el cuidado montaje (político y mediático) que mantenía a la mayoría de la población suspendida en una burbuja ficticia alimentada por la nostalgia y la esperanza, ha saltado hecho añicos. La historia está conducida por el azar. Todo cuanto sucede se puede explicar; pero nada (o casi nada) se puede predecir. Y ha resultado ser el conflicto de la frontera el que nos ha desnudado.
Durante todo el año la Ciudad ha vivido un tormento insufrible. Diariamente, la frontera y sus zonas aledañas, se funden en un formidable caos, cuyas consecuencias intoxican y contaminan todos los ámbitos de la vida de Ceuta. Actúa como una especie de metástasis económica, social y psicológica. Las autoridades se han mostrado absolutamente inoperantes (impotentes) ante una perplejidad generalizada devenida en ocasiones en indignación, en otras en frustración, y casi siempre en un profundo desánimo. De repente, el espejismo se desvaneció y la verdad, amarga y concluyente, inundó venenosamente nuestro espacio vital. Con la violencia de un huracán, atravesaba nuestras conciencias la consigna fatídica: “Ceuta no tiene arreglo”.
En dos mil diecisiete, Ceuta ha terminado por asumir lo que durante tantos años no quería ver: Nuestro destino está en manos de Marruecos; porque así lo ha decidido (con más o menos pesar) el Estado español. Ahora ya sólo nos queda que nos sigan “durmiendo con todos los cuentos…”; como ya denunciara el inolvidable León Todo cuanto sucede se puede explicar; pero nada (o casi nada) se puede predecir. Y ha resultado ser el conflicto de la frontera el que nos ha desnudado..
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