Las altas temperaturas fundieron los fusibles de toda la ciudad. “La noche se prevé negra”, declaraba Javier Gallego, director técnico de Alumbrado Eléctrico en la subestación San Juan de Dios. “No creo que se arregle en cinco o seis horas”. Era de madrugada y en Ceuta se había hecho la oscuridad más intensa recordada. Del calor se quejaban los termómetros. El mercurio hacía tiempo que se había derretido en busca de otros líquidos.
En la zona cero se luchaba como se podía con el cero total. En la arqueta no había ventiladores que paliaran los sudores. Tres operarios se afanaban con los empalmes de alto calibre –15.000 voltios los contemplaban–. En el resto de la ciudad había hasta 30 operarios de la empresa distribuidora trabajando en busca de la luz. La pelea rememoraba a ese primer hombre en pos del fuego.
Agua, fuego... y flogisto. Juan Vivas, presidente de la Ciudad, se había personado en el lugar de los hechos interesándose por los desperfectos. El misterio adquirió calibres alquímicos. “Juan Vivas se ha desplazado a la central de Endesa”, decía un vecino de Llano de las Damas. “¿Cómo es posible que un solo transformador abastezca a toda una ciudad?”, se pregutaba el mismo vecino mientras tomaba ese aire desaparecido de sus casas a causa del apagón. Aire: el tercer elemento. Y el combustible, ese cuarto elemento de la modernidad.
En las inmediaciones de la central de Endesa patrullaban los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Ni Queipo de Llano lo hubiera hecho con tanta habilidad en la Sevilla golpista de 1936. Ajeno a la excepción, un operario municipal aprovechaba la noche para pintar el acerado frente al puerto. “A esta hora nadie molesta. Y se puede trabajar sin el sofocante bochorno del día”.
El viento había cambiado a Levante. Había neblina, aunque algunos sostenían que era agua evaporizándose. La luz de un hipermercado alumbraba el desayuno del Ramadán de un grupo de vecinos musulmanes en los aledaños de las gasolineras. Las refinerías no podían surtir sin luz. “¿Cinco o seis horas?”, pregunta una trabajadora de Shell. A falta de gasóleo, buenas eran las velas, los refrescos o las chocolatinas. “El problema es que no funciona la caja registradora”, aclaraba la operaria.
De vuelta a la zona cero proseguían las industrias de los hombres de Alumbrado Eléctrico. En ese momento trasladaban los restos del incendio, que en vez de cenizas eran cables del tamaño de un brazo. Se trata del corazón de la recolección y la distribución de la electricidad en Ceuta. Puertas del Campo. En el corazón se trabajaba a pecho descubierto. La enfermedad es grave, decían los diagnósticos, pero no irreparables. En el negro de la noche sólo los automóviles daban luz. La corriente sufría vaivenes. Sólo restaba ya la esperanza de la luz del sol, que daría fin a una noche en la que las temperaturas fundieron todos los fusibles. El negro es de película. El fin está muy visto.