Opinión

1º de mayo en el siglo XXI

Me preguntaba hace unos años en estas mismas páginas qué se celebraba en el 1º de mayo. La respuesta, entonces como ahora, sigue siendo la misma. Todo depende de para quién. Por ejemplo, para la Iglesia católica se trata de la festividad de San José Obrero, fiesta instituida por Pío XII el 1 de mayo de 1955. Para los pocos países comunistas que quedan, una oportunidad para demostrar su poderío militar. Para los sindicatos de los países en vías de desarrollo, un día de reivindicación y lucha. Para los sindicatos de algunos países desarrollados, un recordatorio del Día Internacional del Trabajo, que instituyó en 1889 la Segunda Internacional en memoria de los Mártires de Chicago.
Según los expertos, los 12 retos a los que se enfrentará la humanidad en los próximos 20 años son energía (accesible y sostenible para todos); medio ambiente (sostenible y  equitativo); alimentos (suficientes y nutritivos para toda la humanidad); hábitats seguros; acceso equitativo al  espacio; agua para todos; prevención de los desastres; gobernanza (participación equitativa de todas las personas en la gobernanza global); salud; enseñanza; prosperidad y seguridad. En ello están trabajando ya científicos, universidades y  centros de investigación.  Pero ¿qué papel juega en todo esto el mundo del trabajo y los sindicatos, como organizaciones genuinas del mismo?.
Para resolver la cuestión quizás sea útil recurrir al sentido profundo del Primero de Mayo, que no es otro que el de la dignidad de los trabajadores. Palabra que se recoge ya en la mayoría de legislaciones, pero que en la práctica sigue sin respetarse en una gran parte de países y colectivos. Surge aquí el eterno debate entre los que piensan que la libre empresa y la democracia llevarán necesariamente el bienestar y los derechos a los ciudadanos,  es decir, a la resolución de los 12 retos a los que nos enfrentamos, y los que entendemos que ninguno de los retos anteriores se podrán resolver si no se hace respetando la dignidad de los trabajadores y trabajadoras. Por ello siguen siendo necesarios los sindicatos y las organizaciones de trabajadores.  En definitiva, el debate seguiría estando en dilucidar si siguen existiendo clases sociales o si, por el contrario, el concepto de ciudadano ha difuminado estos conceptos y sus consecuencias, como la lucha de clases.
Efectivamente, en la actualidad ha surgido con fuerza el nuevo concepto social de ciudadano, con intereses comunes por encima de las clases sociales.  Incluso, como  sostiene Anthony  Giddens, hoy día existe una política más allá de la izquierda y la derecha (Podemos y Ciudadanos querían ser en España los representantes de esta tendencia), como las cuestiones ecológicas, la creación de puestos de trabajo o algunos asuntos económicos, que producen muchos solapamientos en partidos de ideologías diferentes. Pero, por otro lado, es indudable que sigue habiendo diferencias sociales importantes, entre países, y dentro de éstos.  Y problemas globales nuevos.
Contrariamente a lo esperado, junto a la globalización y ampliación del comercio internacional no ha ido de la mano la extensión de los derechos laborales a todos los trabajadores. La multiplicación de colectivos a nivel internacional que carecen de derechos, o que se les somete a una precarización en sus relaciones laborales insoportable, es un hecho cada vez más palpable. La competencia económica feroz desatada a nivel internacional está ocasionando, también, un retroceso tremendo en los derechos laborales de los países más desarrollados. Cuestiones como la jornada laboral, la estabilidad en el puesto de trabajo o los salarios dignos, que parecían derechos consolidados, cada vez más, son objeto de ataques y de reformas, con el único objetivo de aumentar el beneficio de las empresas.
Intereses contrapuestos y nuevas situaciones que el sindicalismo debe abordar. Problemas como los derivados de la conservación del medio ambiente, los del crecimiento sostenible, la deslocalización de empresas, los de la dependencia, los del coste del mantenimiento del estado del bienestar, los de la inmigración, el trabajo ilegal de los niños, la extensión de los derechos laborales a todos los trabajadores, la salud, la educación. Problemas nuevos y algunos viejos, que no son más que la expresión de un mundo en el que siguen existiendo una distribución injusta de la riqueza.
Pero el papel de los sindicatos en el desarrollo económico de la sociedad y en la defensa de los más desfavorecidos, en mi opinión, sigue siendo esencial. Para el desarrollo económico, porque difícilmente se consigue éste si los países no avanzan en la consolidación de la democracia y, por tanto, se permite la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones, a través de los sindicatos en el ámbito socioeconómico y laboral, y a través de los partidos políticos y otros colectivos sociales en el resto de asuntos. En definitiva es una forma de hablar de Gobernanza. Para la defensa de los más desfavorecidos, porque, a pesar de que cada vez existen más legislaciones en los países avanzados que garantizan los derechos sociales, dichas legislaciones no habrían sido posibles de no ser por el trabajo y la reivindicación continua de las organizaciones sindicales. Pero también porque, a pesar de los avances económicos, como antes decíamos, cada vez surgen más colectivos discriminados y situaciones injustas que deben ser atendidas por los sindicatos.
Como dice Stiglitz, en el mundo actual hay muchas cosas que no funcionan bien, pero otro mundo es posible. Con una mejor distribución de la riqueza, con un desarrollo sostenible y con una mayor cobertura de los derechos laborales por parte de todos los trabajadores. Todo esto no tiene por qué ser incompatible con el crecimiento económico. Y en esta labor, el papel de los sindicatos sigue siendo esencial. Profundizar y reflexionar en estos problemas es la tarea que se debe abordar desde los sindicatos para redefinir su papel en el mundo globalizado.
En definitiva, es la forma de contribuir a la resolución de esos 12 grandes retos a los que se enfrenta la humanidad, que no son más que la expresión de un mundo injusto, con un reparto no equitativo de su riqueza y recursos naturales.

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