Opinión

14 de Julio de 1978 - Penal del puerto

Se encontraban reunidos en su despacho todos los mandos del Centro, lugar que habría escuchado y visto muchos pasajes de la historia de aquel Penal, con vicisitudes dispares y decisiones, unas veces acertadas y muchas más medio equivocadas, todas muy estudiadas.
El Director tomó la palabra final para comunicar cual era el camino a seguir. Aunque era un hombre aparentemente serio, con el rictus intercambiable e insobornable, aquel Señor ya presagiaba vivir los últimos días de aquel libro de cuentos que marcó la historia de un convento de monjas y que luego le llamaron Penal. Su decisión llevaba escondidas muchas energías y, paso a paso, las fuimos interpretando, reconociendo todos el significado de una decisión, la cual no tenía el sello de poder digerir pero, aquel Director, era la expresión de la valentía, de saber dónde estaba el límite que le otorgaba el cargo.
Aquel hombre tocado en el corazón, se dirigió a donde esperaban los Funcionarios, acercando a ellos su determinación. -Voy a hablar y deseo que todos me escuchen con mucha atención porque hoy, es posible que este Penal, haya comenzado a morir en el rebufo de la historia-.
(…) Gracias: -Quiero que hoy entiendan la situación a la que nos enfrentamos. Este penal ha sido durante años el espejo donde otros se miraban. Haber sido o ser Funcionario en esta casa, nos califica ante la sociedad como funcionarios de élite. Estamos todos y no falta nadie. Es posible que mi decisión les provoque dudas. Y yo lo entenderé pero nada puede cambiar esa decisión. Para ello, les pido ayuda, porque cuando surge el problema que trasmite un motín, todos debemos estar unidos. Este hecho podemos solucionarlo nosotros o quitar el problema de la circulación llamando a la Policía. Pero entonces quedaríamos encorsetados en una especie piramidal y en la que la idea que mas se escuchará, dirá que los funcionarios de esta prisión no fuímos capaces de arreglar un problema normal del establecimiento, donde solo se reveló un departamento de los varios existentes. ¡Me niego a doblarme sin luchar, a perder esta guerra sin haberla luchado, a hincar mi rodilla!. He hablado con el preso Bustillo y según parece, todos los internos van a pasar a sus celdas. Pero deben de saber que no hay luz, que están y estaremos a oscuras y que, en definitiva, ellos quieren paz sin represalias y nosotros la vamos a respetar. Voy a entrar yo como Director, el Jefe de Servicios y los tres funcionarios que estuvieron de servicio hoy. Sé que hay lesionados pero, si alguien tiene algo que decir, que lo diga ahora o cumpla con la obligación de cerrar a los internos. Pónganse las gorras y vamos para adentro, cuánto antes lo hagamos mejor, ¿no les parece?. Quiero que sepan que les agradezco su participación. Es el momento.
Ingresar al patio general para caminar cincuenta metros y llegar a la puerta que nos daría acceso al Telón de Acero, removió en un momento la ditonía de saber si era aquello lo que merecían o aquello que llevaban presagiando por espacio de meses o años. Las miradas eran delatoras, las risas lo eran nerviosas, el miedo se agarraba como lapas a las interioridades de sus cuerpos. Mientras caminaban lentamente, daba la impresión de que aquella sufrida puerta se alejaba.
-Julián Bustillo, voy a abrir los cerrojos y vamos a pasar al interior-.
El preso, con voz segura, contestó al Sr. Director sin alterarse:
-Estoy con el interno Álvarez Martínez y, entre los dos, vamos a ayudarles a cerrar el departamento. Los internos están tranquilos-.
Cerrar las puertas de seguridad parecía no tener fin. Era curioso que no había luz en el departamento excepto en algunas de las celdas de los internos. Con linternas, el Jefe de Servicios iba comprobando que las puertas quedaban totalmente cerradas. Algunos de los presos ansiaban, en aquel momento, una mirada de apoyo de aquel funcionario que le devolvía la mirada, una mirada cargada de miedo como la que ofrecía aquel interno desamparado. No parecía que lo que había pasado gustara a alguien… de un lado y del otro. -Álvarez y Bustillo, ustedes, si les parece bien, repartirán el desayuno de la mañana-, siempre que no se produzcan incidentes que impidan el reparto del desayuno (…).
Cerca de las dos y media de la mañana, todos desparecieron, vencidos por el cansancio. Los heridos estábamos dolorosos y jodidos. –
Y no fuimos relevados ni se nos dijo que, estando lesionados, pudiéramos al menos dormir algo más que otros-.
El Jefe de Módulo estableció como se harían los servicios de noche, ordenando a sus compañeros de guerra que él haría servicio desde entonces hasta las cuatro y treinta horas y a Francisco desde las cuatro y media a siete y media. -La antigüedad era un grado y se fue a descansar un poco. Y descansó sin dormir, no podía intimar con el sueño… y escuchaba algún lamento perdido de aquellos jóvenes funcionarios que dormían. O lo intentaban después cerca de la cama de Francisco-. Madre mía, que veremos al final, por qué estoy yo aquí?... sólo tengo veinticuatro años y me gustaría volar en las alas de un futuro.
La noche no tendría parangón con todas las que posteriormente tendrían la desgracia de vivir, aquellos gritos perdidos, -¡me he cortado las venas!... Funcionario, me estoy muriendo, me desangro, ¡era falso! -. Pero la puerta que separaba la oficina de las galerías, pesada y voluptuosa, no se abriría aquella noche por ningún motivo.
-Se dio comienzo a las ocho abriendo las puertas de seguridad, acompañados por Bustillo y Álvarez y contando con la presencia de los Sres. Jefe de Servicio y Jefe de Módulo. Al llegar a la celda de los internos Benito Porcel y Navarro, éstos empezaron a recriminar la actitud de los dos presos, iniciándose un intercambio de insultos que llevó, sin dilación, a que aquellos hombres dejaran de repartir el citado desayuno a sus demás compañeros, dejando en evidencia el estado de los encerrados-.
-Don Francisco, chápenos en el chabolo… estos son unos hijos de puta-.
No tardaron más de cinco minutos. Las puertas de las celdas rompían los silencios, colchones ardiendo, hierros y somieres, caían por las escaleras hasta llegar a la oficina de los Funcionarios. Los presos habían accedido a las azoteas, pasando al Módulo de Celular y liberando a etarras que habitaban en ese departamento, quemando y obstruyendo la entrada al mismo. Los esfuerzos por abrir las puertas fueron infructuosos.
Una compañía de Geos de la Policía Nacional se ubicaba en el rastrillo, en espera de la orden para entrar. Uno de los funcionarios agredidos, en su inocencia, informó a uno de los Policías que los presos se habían amotinado, a lo que éste contestó: -Lo sabemos pero queremos cargarnos de razón-. Todos los funcionarios, sentados en los bancos del patio general, tuvieron la oportunidad de observar la película de acción que, jamás, tendrían la ocasión de ver en una sala de cine. Los internos no caían al suelo, golpeados por las defensas de los Agentes, llegando los reclusos a formar una montaña de cuerpos, todos desnudos, con sus gemidos como expresión, pensando en aquella pesadilla que les aturdía.

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