Opinión

13 de Julio de 1978-Penal del Puerto

Buenos días Don Francisco… ha visto usted ya el servicio que tiene asignado- preguntó en voz baja el interno corneta Novo, aquel buen chaval que velaba por nuestra seguridad de una manera convincente.
-No lo sé, ahora cuando firme el libro de Servicios, lo sabré. Pero como en los últimos meses, será en el Telón de Acero, en Corrección-.
Deben de tener cuidado porque el ambiente está muy caldeado. Además, le voy a decir que les quieren pegar y si pueden, ¡secuestrar!. Lo sé de buena fuente, ¡que tengan un buen día!. Cúbrase bien las espaldas. -Novo, todas las mañanas, cuando entro de servicio, usted se encarga de acojonarme el día. Que nos peguen cuando quieran, si pueden; ya nos defenderemos de su agresividad, ¡tranquilo!, pero muchas gracias por esa información. Nos vendrá bien-…
Disculpe por mi insistencia, yo no quiero que les pase nada a ustedes.
Los tres funcionarios asignados a ese departamento, lo hacían coqueteando con la risa pero con la cara desencajada. -Este tío nos amarga la vida cada vez que entramos… me tiene hasta los huevos-.
-Es buen chaval, intenta protegernos de esa calaña animal… contestó sin esperar alternativa a aquella ilusa respuesta. Los tres pensaban igual-.
Entre risas, clavaron sus ojos en aquella puerta de metal algo amarillenta, medianamente marrón, definitivamente gris con olor a muerte, con su aspecto ennegrecido y mugriento… era deprimente.
Llevaban varios meses haciendo el mismo servicio y conocían sin temor a equivocarse de que cualquier día pegaría el estallido final. Tras dejar sus bolsas en la oficina del módulo, Antonio, el Jefe de Módulo, controlaría la parte baja de las celdas, en espera de que Francisco y Fernando terminasen el recuento de internos y posteriormente abrir las celdas.
El recuento era prioritario y nuestro Jefe se ponía en funcionamiento para comunicárselo al Jefe superior… Después de un tiempo sin hora, firmaron, ¡cuarenta y seis internos en el Departamento de Corrección!.
En los fondos de las galerías, se ubicaban unas naves de dimensiones ajustadas a la capacidad del módulo. -Servían como talleres y se confeccionaban balones de fútbol. Para ello se les entregaba a los presos trabajadores unas agujas de unos quince centímetros y que, aunque suponían un peligro, lo era unicamente para el Funcionario que los controlaba. Con ellas cerraban aquellos balones que, según corrió la voz, su destino estaba en el Mundial de fútbol de Argentina del año de 1978-.
La mañana de aquel 13 de julio fue inolvidable e interminable. Se apreciaba el nerviosismo de los internos. Un funcionario con experiencia sabe en dos minutos que ambiente se respira en los patios, qué recluso es el que manda sobre los demás, quien de todos aquellos presos puede romper aquel nerviosismo cadencioso. La mayoría de los presos de aquel departamento, tenían muchos expedientes abiertos y otros partes sancionadores, por lo que cuando eso ocurría, la cuarta galería se disponía para a acoger a éstos y que, generalmente, eran de seis a diez internos. Era la peligrosidad extrema, el bastión de la maldad.
A las cinco de la tarde de aquel fatídico día, un interno de los aislados gritaba y rompía la puerta de madera de la celda que amparaba a otra de barrotes, con un candado pero mas difícil de romper. Antonio, como jefe de Módulo de ese día, subió los cientos de escalones que le transportarían a la cuarta planta.
(…) No esperaba Antonio la agresividad del individuo y por acercarse mucho a la puerta de barrotes, el interno llamado Manuel Reina Jiménez le agarró por un cordón de oro que alumbraba en el pecho de aquel funcionario, produciéndole heridas de consideración y sangrantes, contrastando el color de la abundante sangre con el azul-celeste de su camisa. Ante la sorpresa de sus compañeros y entrando en escena el Jefe de Servicios, fue aprovechado por Francisco para subir a la cuarta planta, para valorar in situ aquellos hechos generantes de una gran tensión. A Francisco no le dio tiempo a alcanzar la cuarta planta. Reina había roto el candado de su celda, esperándole en el rellano existente entre la tercera y cuarta planta. El interno, dos escalones mas arriba, le soltó una patada que medio pudo parar por las clases de judo que tenía todavía muy nuevas y que lo aprendió en la Academia, pero no pudo evitar el rodar por las escaleras quedándose a expensas de aquel indomable recluso, el cual portaba un cuchillo en una mano y la pata de una silla en la otra. Abanderado por la suerte que esa tarde fue su aliada, “falló en su primer navajazo, quedando muy cerca de su cabeza, en la parte izquierda. Con el otro brazo le agredió fallando nuevamente, dando aún mas cerca que la vez anterior. Quedó a su merced, le pudo haber matado, lo tuvo fácil”. Por suerte y en ese momento, el Jefe de Servicios se disponía a aislar por mal comportamiento al interno Hatiri Abderahim, siendo este preso quien actuó rapidamente para reducir la agresividad del interno que le iba a destrozar y que dio lugar a que él pudiera salir de aquel atolladero. Con varios internos en la escalera y cada vez más agresivos, el Jefe y Francisco buscaron una salida. -Su compañero resbaló dando lugar a que Reina Jiménez le apuñalara por dos veces en la baja espalda, un poco a la izquierda. No recuerdan de qué manera alcanzaron la planta baja porque ellos tiraban sillas y mesas… la carrera hacia la puerta de salida fue de record-. Salieron de cabeza uno detrás de otro, gracias a que cuatro funcionarios esperaban en aquella paupérrima puerta. Cuando se cerró la puerta, los pinchos y cuchillos hacían boquetes en la misma. Tiempo después se supo que el interno Reina, había consumido gran cantidad de detergente Be-tis con el que, consiguió, llegar a ese estado de agresividad tan aberrante que ocasionó tres heridos de distinta consideración. Y ese solo había sido el inicio de un principio del fin, ese fue el detonante de los incidentes posteriores- (…).
El morito de Nador, Hatiri Abderahim, era el hijo de un comisario de Policía Marroquí, bellísima persona y que desgraciadamente, llegó a sufrir mucho con este hijo. Fue muy comentado entre los entresijos del Penal que Hatiri, aquella tarde de inicio de motín, salvó de morir a un funcionario llamado Francisco, el cual con un fuerte traumatismo en los dos brazos y un ligero corte en la cabeza, junto a sus dos compañeros con heridas de consideración, fueron trasladados en ambulancia a la Clínica Frontela donde fueron curados de sus heridas.
De aquellos tiempos a hoy, nada o poco ha cambiado. Los Funcionarios siguen siendo agredidos sin que por parte de los superiores, se tomen medidas. Nadie debe ir a su trabajo para que lo maten o sufran agresiones impropias y denigrantes. Es de justicia pedir seguridad y respeto para estos abnegados servidores de la Ley, personas que custodian y sirven a aquellos insubordinados a los que la sociedad desprecia por su condición de seres que no respetan los designios que les propone la verdad, la humanidad y el respeto al prójimo.

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