Desde en un lejano 30 de junio en 1911, el Ministro de la Guerra Agustín Luque firmara el decreto fundacional Real Orden Circular 127 bajo los auspicios con su Majestad el Rey Alfonso XIII, han pasado más de 109 años de historia repletos de las mayores glorias que nadie pudiera imaginar, el carísimo precio de unas setenta mil bajas de nuestros antepasados Regulares.
Hoy nos unimos con todo el corazón al testimonio de tristeza de todos los ciudadanos que hemos sufrido con la Pandemia expresando nuestra satisfacción de poder ayudar en todo lo posible para solucionar los problemas que se presentaban durante estos meses.
Lógicamente, este grandísimo legado que tiene Regulares pudiera sobrecoger a cualquier digno heredero, en el caso de los regulares es motivo de estímulo constante y ejemplo para todos aquellos que actualmente tienen el honor de vestir el uniforme regular.
Y para evitar el que sería para Don Quijote uno de los mayores pecados que el hombre puede cometer, el desagradecimiento, celebramos de forma anual el aniversario fundacional de las Fuerzas Regulares, con el compromiso de revivir en nuestra memoria el recuerdo de su brillante historial durante los ciento nueve años desde su fundación, pero hoy dada la dura situación provocada por la pandemia del Covid 19, en esta ocasión las Fuerzas Armadas se han dedicado a salvar vidas y ayudar en todo lo posible a los ciudadanos españoles con éxito, expresando su triste sentimiento ante tanta tragedia.
¡Honor y gloria a los Regulares!
Piense el lector de este artículo en la gran cantidad de esfuerzo físico y moral, cuánto sudor, cuánto sufrimiento y cuántos muertos y heridos están detrás y presentes en los ciento nueve años de gloriosa historia, y cuántos oyeron muertos o en vida la sagrada fórmula de imposición de la más preciada condecoración militar en tiempo de guerra que se concede tras un juicio contradictorio y que dice:
“El Rey, en nombre de la Patria y con arreglo a la ley os hace caballeros de la Cruz Laureada de San Fernando como premio a vuestro valor y comportamiento militar”.
La bravura de los hombres se ve reconocida en los laureles con que se adorna nuestra Bandera, empapada con su sangre y sacrificio.
Las hazañas realizadas por el Grupo de Regulares de Ceuta en los combates que tuvieron lugar en la ciudad de Melilla donde se trasladó el Grupo para tomar parte en la campaña.
Tales hazañas exigían un premio proporcional y su Majestad el Rey, interpretando, como siempre, el sentir nacional, concedió por vez primera a fuerzas indígenas de este Grupo la Bandera de España, cuyos colores habían ya bordado estos bravos soldados con el rojo encendido de su sangre generosamente vertida.
El lunes 28 de mayo de 1923 el Grupo de Regulares de Ceuta recibe la gran alegría de que se le conceda la sagrada Bandera de España, realizando el acto en el amplio y famoso parque del Retiro de Madrid, asistieron a la entrega los Reyes, altos mando militares y mucho público que llenó las tribunas.
Pero era preciso que no solo en sus colores fuese nacional esta Bandera, y así no vaciló en atender S. M. el Rey al heroico Teniente Coronel González Tablas cuando, convaleciente aún de sus heridas, le requirió para que pidiera al pueblo español que la costease, disposición que su muerte convirtió en testamentaria.
En estos actos análogos, los donantes ponen en regias manos la Bandera para avalorarla y engrandecer la merced recibida. En el presente, S. M. el Rey, sin duda reconociendo que no os ha dado nada que no tuvierais derecho ganado con sangre y que os reconoce cuándo os ha permitido cobijaros bajo la misma Bandera que cubre todas las fuerzas de nuestro Ejército.
Y entregó la Bandera al Teniente Coronel Álvarez Arenas, el cual, dirigiéndose al Rey, pronunció las siguiente palabras: “Conozco la fidelidad y la bravura de estas Fuerzas, ofrezco a Vuestra majestad esta bandera que tremolará siempre victoriosa en los campos africanos, y que nunca será abandonada a los enemigos. Majestad, tengo la seguridad de que del honor que ahora nos concede V. M. no os arrepentiréis nunca porque las tropas de mi mando corresponderán siempre”. Y dicho esto el Jefe de los Regulares puso la Bandera en manos del Capitán Ayudante y a partir de este momento se realizaron los actos programados, como fue una misa y el desfile de todas las Fuerzas que tomaron parte en tan bonito y emocionante acto.
Para terminar, a nuestros soldados españoles, a todos ellos, que supieron vadear el río de la vida con valor, entrega, rectitud y elegancia, les dedicamos estas palabras para que allí donde estén, a la derecha de la mano de Dios, sepan que les recordamos con cariño y orgullo.
En nuestra querida Ceuta tiene una especial relevancia este acto pues la Bandera del Grupo luce la Medalla de Oro de la Ciudad, concedida a petición del Sr. Presidente.
Para despedirnos, diremos que nuestro corazón expresa una profunda oración y un emocionado recuerdo a los que ya se fueron.
A todos ustedes muchas gracias por su atención y un caluroso recuerdo al Coronel Jefe del Grupo y a sus Regulares destacados en Irak.
Todos somos conscientes de los merecimientos de la Fuerzas Regulares españolas, que se hicieron acreedores de los mayores galardones.
Con un legendario pasado, con una increíble historia de valor, sacrificio y heroísmo, con una pléyade de héroes, crisol de valientes con sus banderas y guiones repletos de las máximas condecoraciones, ejerció un protagonismo de valor y arrojo desde el primer momento de su creación el 30 de junio de 1911, combatiendo cuerpo a cuerpo con la bayoneta calada, y han sido la admiración de varias generaciones y de los estudiosos del arte de la guerra.
“Los soldados de España
van y vienen
adonde se les manda
y luchan aquí y mueren allá
y no preguntan por qué mueren
saben que mueren por España
y no quieren saber nada más”
La conducta gloriosa de los tabores, con su arrojo, lograron lo imposible en los días interminables sobre un trágico itinerario de barro y piedras marcado con sangre sobre la tierra del Rif, manteniendo la lucha cuerpo a cuerpo con la bayoneta calada baja el rojo verano de África, donde transcurrió un tiempo muy duro en el que la muerte acechaba en pleno día al revuelo de un rayo de luz en las noches claras o surgía de la oscuridad densa y maciza de las noches sin luna, que se enrojecía de sangre y de sed y se esmaltaba de heroicidad por el valor y sacrificio de aquellos valiente soldados indígenas de España.
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