Opinión

1-0, Cataluña; 4-0 San Francisco

Ya está aquí, por fin, el temido 1-O –uno de octubre- del referéndum ilegal de Cataluña. Lo veo llegar con gran preocupación, pues puede convertirse en una batalla campal y porque, pase lo que pase, todos saldremos heridos de algo que jamás debería haberse producido. Los defensores del absurdo independentismo de un trozo de España que siempre ha formado parte de ella sabrán sacar tajada de cuanto suceda, sea lo que sea. Si no se pone remedio, ésta va a ser una batalla de desgaste. En cualquier caso, sobre los españoles que ahora vivimos recae la ineludible obligación de preservar el legado de unidad de nuestra Patria que nos dejaron generaciones y generaciones de antepasados a lo largo de muchos siglos. Catalina de Erauso, más conocida como “la monja alférez”, dijo en cierta ocasión a un Cardenal: “A mí me parece, señor, que no tengo otra cosa buena que ser español”. Ahí, en palabras de una vasca que, en el siglo XVII y tras escapar del convento, vivió muchos años disfrazada de hombre, está ese orgullo de ser español que jamás deberíamos perder.

Si me preguntaran ahora cuál sería mi deseo sobre el 1-O, lo tengo bien claro: como mínimo, UNIDAD DE ESPAÑA -1- SEPARATISMO CATALÁN –O-. Sí, exactamente 1-0, como ellos mismos, los “puigdemonios”, lo bautizaron. No quiero ni pensar en un resultado adverso, pero, lamentablemente, han sido muchos años de educación sesgada y de falsa interpretación de la historia; han sido muchos “Espanya ens roba” (España nos roba); han sido décadas de inyectar dosis masivas de odio a todo lo español… Las excesivas competencias que se fueron cediendo a Cataluña, así como la inacción ante los abusos de la Generalidad al aplicarlas, han producido esta grave consecuencia. Y además, siguen añadiendo nuevos presuntos delitos a sus espaldas. ¿Cómo es posible que hayan conseguido colar en España seis o siete mil urnas (más bien simples cajas de plástico sin transparencia) fabricadas en China, sin que en Aduanas se enteren? Esto tiene toda la pinta de constituir, cuando menos, un delito de contrabando de mercancías no comunitarias, sancionable con prisión de uno a cinco años y, encima, una elevadísima multa

Según las encuestas realizadas por una entidad dependiente de la propia Generalidad, un 41% de los catalanes se declara partidario de la secesión. Sí, ya sé que no son mayoría, pero también me consta que son los más decididos, los que han ganado la calle, los que siempre parecen ir un paso adelante, los que quieren votar y los que mantienen a los “españolistas” en mera actitud defensiva, sin capacidad para llevar la iniciativa y temerosos de ser discriminados. Todo eso no puede solucionarse con cándidas órdenes de precintar los colegios. Al menos de momento, mucho me temo que las medidas “proporcionadas” adoptadas por el Gobierno de la nación y por la justicia van a resultar claramente insuficientes para parar, como sería deseable, el referéndum.

Aunque todos los colegios electorales llegasen a ser precintados -lo que se presenta ya como muy complicado- nada impediría, ni siquiera una defensa numantina de Guardias Civiles, Policías nacionales, Guardia Urbana y Mossos d’Esquadra –los últimos con muchos remilgos- que las enfervorizadas oleadas de activistas pro-independencia, mas los temibles radicales llegados ex profeso a Cataluña para apoyarlos, acaben rompiendo los precintos y/o poniendo esas cajas de plástico en plena calle para que voten cuántos pasen por allí, sin censos, sin mesas debidamente constituidas, sin privacidad del voto y, en fin, sin el menor control, todo ello a fin de que, a las diez de la noche, tras una serie de imágenes que darán la sensación de que ha habido una votación formal y perfectamente reglada, aparezca en televisión el “Conseller” de rigor para decir, con mucha prosopopeya y en distintos idiomas –salvo el castellano, naturalmente- que más de dos millones de votos afirmativos, frente a unos pocos miles de noes, han demostrado la plena voluntad de los catalanes a favor de su independencia. Y es que, además, estamos ante una huida hacia adelante, en un desesperado intento de eludir la acción de la justicia española.

Ojalá no sea así; ojalá todo salga bien. El próximo miércoles, día cuatro de octubre (4-O), se celebra la festividad de San Francisco de Asís, uno de los santos más santos del santoral y, además, mi onomástica. A él le pido que lo mismo que habló y amansó a un sanguinario lobo que tenía aterrorizada a la comarca italiana de Gubbio, haciéndole la señal de la cruz y llamándolo “hermano”, lo haga también con los de la “Generalitat”, aunque éstos sean todavía más peligrosos que aquél, para que dejen de una vez de hacer locuras. Tonterías, como las ha llamado Trump, me parece un término que se queda muy corto.

En torno a mi santo, me permito un pequeño y, a la vez, relajante inciso ¿Se han preguntado por qué a los Franciscos nos llaman Pacos? Está claro que la voz Paco nada tiene que ver con Francisco. Hay una curiosa teoría acerca de la razón por la cual se nos conoce de ese modo. Francisco de Asís fue fundador de diversos conventos o comunidades de su Orden religiosa, conocida más tarde como la de los franciscanos. Para todas ellas, Francisco era el “Pater Comunitatis”, el Padre de la Comunidad, y, por abreviatura, sus frailes empezaron a nombrarlo por las primeras sílabas de tal denominación, es decir,“Pa” de “Pater y “co” de “Comunitatis”. “El Paco ha dicho…”; “Mañana viene el Paco”, “el Paco ha ido a Roma”… Es lo que, gramaticalmente, se denomina “hipocorístico”, un término de raíz griega nada común en el lenguaje vulgar. Y así pudo ser como comenzó a popularizarse esa forma de llamarnos a los Franciscos.

Pues bien; que el primer Paco, ese gran San Francisco de Asís, ese ejemplar “Pater Comuuitatis” que lo dio todo, absolutamente todo, por los necesitados y por la Iglesia, amanse a los “puigdemonios” e interceda allá arriba en favor de la multisecular unidad de España, una nación cuyos naturales –entre ellos, y desde siempre, los catalanes- llevaron, defendieron y engrandecieron el catolicismo por todo el orbe.

A ver si así se consigue convertir ese mínimo deseado del uno a cero (1-O), en un contundente y definitivo cuatro a cero (4-O). Porque en Ceuta y en Melilla, precisamente en Ceuta y en Melilla más que en cualquier otra parte de España, no podemos tolerar el peligroso precedente de que se comience a romper su unidad y su integridad territorial.

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