El foco de atención lo ponemos hoy en los niños. Como la dictadura del calendario manda, los partidos políticos, asociaciones y sindicatos remiten manifiestos centrándose en ellos, en sus derechos, en la necesidad de su protección. Mañana será otro día, habrá otra reivindicación y apostaremos por nuevos manifiestos. Porque somos así, porque nos gusta ser así, vividores del juego de las etiquetas, defensores de aquello que no nos cueste esfuerzo, progresistas y demócratas de medio pelo que a la primera de cambio mostramos nuestra vena más radical. Hoy toca día del niño, hoy toca rompernos la camisa por clamar por su protección.
Quizá sería un buen momento para mirarnos no a nuestro ombligo, sino al ombligo de los más pequeños. De todos aquellos que nos rodean, de nuestros hijos pero también de los que no son nuestros pero habitan el mismo espacio. ¿Realmente los estamos protegiendo?, ¿realmente estamos trabajando por una infancia en la que los valores primen sobre cualquier otro aspecto?, ¿estamos actuando como auténticos padres, haciéndonos cargo de nuestras obligaciones sin buscar excusas en la falta de implicación de las instituciones?, ¿acaso nuestros hijos los ha parido el Estado?
Ser padre es difícil, tremendamente difícil. Nada es tan ideal como nos lo pintan, nuestro papel es cada vez más fundamental en una sociedad agresiva e injusta en la que los peligros están a la orden del día, en donde cada detalle se convierte en una amenaza si uno no es capaz de estar ahí para detectarlo. Los derechos de la infancia no se plasman en comunicados oficiales que se repiten año tras año. Esos derechos junto a un compendio de deberes conforman la tarjeta que deberíamos llevar grabada a fuego antes de lamentarnos o antes de culpar a quien no tiene responsabilidad.
Quizá debiéramos empezar a dejar de buscar excusas para justificar la infancia desgraciada que algunos se empeñan en ‘regalar a sus pequeños’, a esos pequeños que no juegan, que no sienten, que no se educan, porque están siendo preparados única y exclusivamente para carecer de niñez, para ser los números 1 en todo, para asumir que la insolidaridad es norma de vida, para no apoyar al compañero, para enfrentarse al resto cual competición. El Gobierno tendrá culpa de muchas cosas, pero no olviden que somos nosotros los que pudiendo hacer más, nos empeñamos en hacer menos, pudiendo cambiar las normas con movimientos básicos, nos empeñamos en lo contrario. El derecho del niño es algo más que una reflexión de un 20 de noviembre.