Con el descubrimiento oficial del rótulo que da el nombre del general Agustín Muñoz Vázquez a la nueva calle que conecta Almirante Lobo con los grupos Alfau, Ceuta ha cumplido una asignatura pendiente, largamente olvidada en el tiempo con tan preclaro ceutí de adopción y corazón.
En noviembre de 2004, Carmen Echarri reivindicaba el homenaje que merecía el policía nacional, Mohamed Ahmed, 20 años después de su asesinato, una honra que apoyaba yo a renglón seguido, demandando lo propio para el general Muñoz, cuyo magnicidio había tenido lugar cuatro años antes.
Un recordatorio sobre el que volví a incidir en marzo de 2008, cuando la Ciudad descubrió sendas placas en otras tantas vías que, desde entonces, llevan los nombres de Francisco Pascual Andreu, Fernando Fernández Moreno y el del propio Mohamed Ahmed Abderrahaman, victimas ceutíes del terrorismo.
Nos seguía faltando Agustín. La familia, en su gran mayoría residente desde hace muchos años ya en Madrid, había perdido toda esperanza de lo que se les había prometido en su día, algo incomprensible tratándose de un gran ceutí como Muñoz Vázquez, cuya semblanza recogía yo en la edición del pasado jueves.
Por lo visto todo estaba pendiente de la apertura de una nueva calle lo más próxima a donde discurrió la mayor parte de su vida, hasta que unos asesinos del GRAPO acabaran con ella en 1979. Y así ha ocurrido cuando se han construido los nuevos edificios que han enmarcado la nueva vía.
Como se preveía, prácticamente toda la familia del homenajeado se desplazó al acto, encabezada por la viuda, Carola Iranzo, quien a sus 88 años nos sorprendió gratamente a todos por su envidiable salud y lucidez. Su emoción era inmensa, especialmente a la hora de agradecerle al presidente Vivas lo que para ella en esos momentos, me confesaba, era como si estuviera allí de nuevo con su marido y padre ejemplar, cuya pérdida no logra superar.
Y con ella, sus hijos. Agustín, coronel en la reserva, Carola, Sonsoles, Julia, Ignacio y Cristina, la única que reside todavía en Ceuta, junto a sus respectivos cónyuges, y algunos de sus nietos.
Sólo faltó Javier, tetrapléjico desde aquel triste accidente que, siendo muy joven, sufrió al golpearse con una roca cuando se bañaba en la desaparecida playa del CAS.
Conversando con algunos miembros de la familia, todos coincidían en la profunda y agradabilísima sorpresa que les causaba la Ceuta que habían redescubierto y de la que su padre tan orgulloso se sentiría si la pudiera haber recorrido, como ellos, 30 años después. “No perdíamos punto desde el barco, a medida que nos acercábamos con una sensación que no acertaríamos a explicarte”, me decían.
Sonsoles estaba encantadísima con la ubicación de la calle y de la placa. “Desde ella mi padre verá perfectamente la bocana, esa zona del puerto con la que a diario se extasiaba con sus prismáticos desde casa. Fíjate como adoraría el mar de su Ceuta que, en vida, nos encargó que en Santa Catalina su sepultura mirara hacia él”.
José Antonio Nieto, un entusiasta cofrade ceutí como lo fue el propio Muñoz, refiriéndome anécdotas del homenajeado, me hablaba de cuando siendo hermano mayor de la Expiración, el obispo de entonces, Dorado Soto, le comentó que él no era partidario de sacar en procesión las imágenes fuera de los templos. Agustín entonces, sabiendo que el prelado era navarro, le dijo sin rodeos que tampoco a él le hacía gracia el espectáculo de soltar y correr los toros por las calles en San Fermín.
Lo dicho, una asignatura pendiente felizmente superada y otra calle más que luce el nombre de un ceutí de pro. Por cierto que, como me adelantaba la diputada socialista Inmaculada Ramírez, a la que tanto me agrada ver como se prodiga en tantos actos de raigambre caballa, se avecinan nuevas nominaciones de calles. ¿Se dedicará alguna a Carlos Posac? Los homenajes en vida. Quede aquí, Inmaculada, la idea en la que ambos coincidíamos.