La democracia llegó a España para quedarse y para acabar con las malas costumbres de un sistema que revisaba meticulosamente todo lo que iba dirigido a los españoles con la inestimable ayuda de la Iglesia, con la que mantenía una estrecha relación. La Iglesia formaba parte del Estado y era utilizada como instrumento inquisidor, censurando hasta los ajustados trajes de los bailarines para proteger la moralidad de los españoles de la época. Esa etapa negra de este país quedó atrás y la censura se marchó para no volver. La democracia llegó para enseñarnos que se puede decir lo que pensamos siempre que esa reflexión no aliente el odio hacia nacionalidades, colectivos ciudadanos, profesionales o religiosos; tampoco para insultar o incitar a la violencia. El límite de la libertad de expresión tiene mucho que ver con ser respetuoso con el artículo 20.4 de la Constitución española, es decir: no atentar contra el honor, la intimidad personal, familiar y a la propia imagen. La censura se llama ahora “línea editorial” y tiene mucho que ver con la propiedad de los medios de comunicación; no criticar a las empresas que con su publicidad los subvencionan y con la hipoteca que pagan los profesionales de los medios. Digamos que la censura convive más con los medios de comunicación y sus profesionales que con los ciudadanos que pueden decir lo que piensan en las muchas plataformas sociales que existen o en los medios que quieren o pueden publicar lo que ellos piensan. La censura es al rapero Valtonyc como el sol a la noche, por mucho que se empeñe en criticar la democracia española, el sistema judicial y en reivindicar el derecho a la libertad de expresión. El pobre Miguel –recordando a los abuelos cantantes- el pobre José Miguel Arenas Beltrán, ‘Valtonyc’, se equivoca. Se equivoca porque no está reivindicando el derecho a la libertad de expresión, lo que está pidiendo es poder insultar, fomentar el odio y la violencia en un país democrático sin tener ninguna responsabilidad. El rapero ha salido haciendo “fu como el gato” para eludir el ingreso en prisión tras ser condenado por enaltecimiento del terrorismo e injurias graves a la Corona en las letras de sus canciones.
Su última aparición para denunciar “la falta de libertad de expresión y la injusticia en España” ha sido en un concierto animando desde el escenario a matar “un puto guardia civil” y a “ponerle una puta bomba al fiscal”. Esta último llamamiento es una clara incitación al odio y la violencia que nada tiene que ver con el derecho a la libertad de expresión y que pone en evidencia la catadura moral del personaje. Intento entender en qué estado de lucidez puede estar para hacer semejante llamamiento, incluso la necesidad de que una persona con tan escasa lucidez pueda ser condenada por alentar a matar a profesionales que tratan de proteger y garantizar la seguridad de los ciudadanos, incluso la del propio rapero. Intento hacer un esfuerzo para entender cómo es posible que ciudadanos acudan a los conciertos de un individuo que incita a la violencia y que su locura extremista lo lleve a pensar que la incitación al odio y la violencia es un derecho constitucional y, por tanto, no debe estar tipificado en el código penal. Sinceramente el pobre José Miguel Arenas Beltrán ‘Valtonyc’ no me preocupa; me preocupan los que tratan de justificarlo agarrando el argumento de la libertad de expresión; me preocupa la pérdida de lucidez colectiva, la incapacidad de entender que la violencia por mínima que sea hay que desecharla y mandarla al más recóndito de los escusados, porque el fanatismo es la mierda que abona la semilla de la intolerancia, el odio a los distintos, a los que piensan diferente para acabar con la democracia y con la libertad de expresión. Esa libertad de expresión que reclaman para incitar a la violencia.