Opinión

DesAMOR

Entre lunas he ido galopando más con el desamor que con el propio amor; por ello, creo que sin ti, desamor, yo no soy nada. ¡Ay! ¡aprendo tanto contigo!, me cobijas en cada momento de desenlace fatal; mi miras y aplaudes en los rincones del éxito y me rescatas en la penumbra de los espacios marchitos; los soles van y vienen y tu quedas postrada infinitamente en cada asunción de piedra callejera de mi trimilenaria ciudad. Sinceramente, no se si tienes rostro de mujer u hombre pero te besaría con las mismas ganas ya que no me enamoro de los genitales reproductores sino de la persona. ¡Ay! ¡desamor! Eres tan hermosa que no te puedo pedir la mano debido que los dioses se pondrían tan celoso que la primavera nos robaría; y siendo honesto prefiero conservar tal estación puesto que su tempo, con el florecimiento de sus cerezos, hace estallar el delirio de los besos inalcanzables y, quizás, éstos embelesos sean la ultima esperanza para caminar en un planeta con menor desigualdad.

Gaditana de cuna y trotamundos por trabas laborales que te interpuso la vida. La tragedia familiar y amorosa profanaron la verborrea del miedo con un cañonazo dirigido hacia las entraña que te deja casi moribundo. Lo se amor, un día llamaron a la puerta de mi casa preguntando por mi: era el duelo, y sin querer conocerla, se abalanzo sobre mi apretándome su cuerpo contera el mío donde un brazo era el desamor y el otro la muerte. Desamor y muerte con un denominador común tan potente como el adiós definitivo pero con la belleza de la lucha interminable hasta que el aliento balea cenizas. No obstante, tienen una gran diferencia que la muerte no tiene resurrección pero el desamor si.

Alcanzado el día de hoy, caminé en el refugio latinoamericano de su pobreza extrema, y conviví con una de sus familias: los campesinos; gente sin nada en los bolsillos, pero de hospitalidad inmensa y rica, adornados de sombrero de paja para remediar las altas temperaturas de sus clavos solares: y, pintorreadas sus manos y sus atuendos de tierra para aprovisionar, en cualquiera de sus haceres agropecuarios, su humilde pueblo. Por ello, puedo afirmar, que siendo una de mis mayores experiencias también puedo consagrar que no es más dura su realidad que el ataúd de un ser querido. El desenlace impotente de la persona que te propicio la vida te pone en el umbral de volver a gatear; ya que en la eterna orfandad que vislumbras a partir de ahora, empiezas aprender a vivir sin el, y eso es un episodio que no puedes comprender hasta que no sucede y crees que nunca pasará, porque la consideras inmortal; sin embargo, hazme caso, ya que como sabemos si acontece, y el golpe es casi mortal. Por ello, amor, sabemos de lo que hablamos.

Al principio, el duelo del ser que te dio la vida es llevadero, ya que te crees más fuerte que él, pero un día, cuando menos te lo esperas, asoma su rostro compungido y te abraza hasta que tus emociones se extenúan. De pronto, el tono de tu campo de visión, emprende un fondo lúgubre de escala grises; ni nadie, ni tu te reconoces; tu mirada se pierde, se esfuma; dormir ya sólo es un sueño, los sueños son pesadillas y las pesadillas tu día a día; y un esbozo de persona con faz demudada, asoma, y se queda contigo, de la mano, desde el albor de las jornadas hasta el crepúsculo de los días. A partir de ahí, el duelo de nuestro escudo galáctico es la entrada de un túnel donde se apagaron las estaciones del año ya que el sol no da calor, el frío no hiela, el viento no tizna el rostro y las gotas de las nubes no empapa; quieres estar siempre en cualquier lugar menos dóndes estas in situ, es decir, no apruebas ningún rincón habitable; por que las aulas de clases se marchitan por tu proceder afligido, una quedada con tu amigos y amigas atisba una conversación compungida y la entrada a tu hogar, diariamente, naufraga en un salón y en una cocina mohína. Así, el duelo de la persona que te colgaba en sus hombros cuando eras una benjamina es el momento más racional, del que siempre se huye, ya que sabes que no volverás a verle, que no volverás hablar con el, que no volverás a tocarle y se convierte en la esclavitud desgarradora de tus días mustios en el que consigues sobrevivir mediante de sus recuerdos.

En este sentido, no pretendo ser sabedor de la verdad absoluta; pero, igualmente, aunque el duelo del desamor se avecina con la misma intensidad la comparación es ridícula. La muerte es una persona sin juventud y el desamor es una juventud sin persona, así que llegamos a este punto amor mío no se si lo nuestro murió pero que sepas que siempre estaré dispuesto en volver a compartir los coqueteos adolescente y las caricias inefables que nos dábamos en la casapuerta de una calle inhóspita del barrio de la Viña.

Playa de Santibáñez, crepúsculo de los primeros besos; Arco de la Caleta, premura del estallido iridiscente de cada uno de mis sentido al recogerte con mi carroza furgonetera y a la vez lugar entristecido cuando alcanzaba la hora de vuestra marcha; cualquier parque de perro, momento que me servía para ver un proyecto de vida los tres. ¡ Ay! Como echo de menos a un enano canino con las orejas de papel pinocho y tan fiel como los piropos que me dedican las viejecitas de mi barrio cada vez que me enfrento a los días desde el amanecer. No obstante, tres lugares que anidaban en mi el buceo de una bioluminescencia de sensaciones demasiados hermosas pero que hoy provocan, al ver tales destinos, los retales más tristes amor.

Mujer de curvas interminables como las montañas de Verne que se divisan desde su globo aerostático, que sabes dónde principia pero nunca dónde ultima; en el sur de su etérea y pronunciada nariz aparece el color madera del frijol cuyos granos dibujan los labios más lindos; ojos que de par en par cautivan más que líridas bailando en la cúpula nocturna; su cabello moreno aflora como una red marinera de pesca de incontables hilos y tejidos pero su pelo no captura peces si no mis dedos en cada instante que me regala junto a ella; su perfil es más bonita que una garita de la Alameda de Apodaca; su personalidad tiene franela de gitana, alegría primaveral e inmensa y salada como el mar; así su boca, es como un faro de Alejandría donde cada destello que arroja, cada vez que sonríe, desata mi litoral enajenado, convirtiéndose su sonrisa embriagadora en el mejor patrimonio inmarcesible que posee.

No cambio pasear al enano por nada; no cambios las conversaciones nocturnas acompañada de una cerveza fresca por nada; no cambio un viaje contigo a Narnia por nada, porque la carretera era lo de menos ya que lo que me importaba de verdad era la constelación de tus abrazos; no cambio las noches de furgoneta a la penumbra por nada, ya que me citaba con la vulnerabilidad del propio ser humano; no cambio sacarte una sonrisa por nada de ahí el calambre indescifrable; no cambio las noches de insomnio ya que observarte era el mayor de mis regalos. No cambio nada de lo vivido contigo y ojalá hubiera sido menos pasional; pero cariño es ahí mi gran virtud ya que lo vivo de la misma manera en cada faceta de mi vida: trabajo, amistad o familia. No me compares con la intensidad porque la persona intensa nace y muere en el mismo acto del capricho mentiroso mientras que el pasional te regala la verdad de no quererte tanto hoy para amarte mañana.

Lo siento amor, anhelo decir tu nombre, pero mejor que no. A través del número cinco se explica todo, debido que ese número de letras son las que contiene la frase «te amo» como, precisamente, tú nombre.

Al viento de los cinco continentes de nuestro amado mundo, quiero llevarte conmigo para resolver todas nuestras inquietudes, y construir proyectos con tu masajes de calidad y mis escritos para ver si así logramos que ambos hemisferios cambien; y si la sociedad universal se empeña en que no le apetece modificar sus conductas, pues sin rencores y sin recelos, viajemos hacia otro planeta, eso sí, cuando nos apetezca.

Urda los cincos dedos de tu mano para que toques mi cara y deje volar así cada uno de mis sentidos y, cuando dispongas de las dos, pues adquieras mi corazón cada vez que lo necesites porque sabes desde hace tiempo que es tuyo…

Resuelve tu situación y descansa mi amor de lo contrario enfermarás y nuestra ciudad que ya demasiada miserias exprime no podría sobrevivir a más desgracias como no poder contemplar tus melifluas hechuras.

A través del número cinco, me repito, acontece tu nombre. Y adivina, adivinanza ya lo mencione.

¡Ay! ¡Cómo te llamarás! pues la única pista que mando al lector es que eres descalza como la victoria y que mejor adorno de representación que el laurel. Asimismo, aludo al tiempo, única religión de la que soy apóstol, para siga jugando con nosotros ya que ella hizo que nos separásemos, nos uniésemos y ella misma decidirá. Ese mismo tiempo veleidoso que me obsequio con el duelo atronador, en ese camino que inicio la persona que más quería en su viaje hacía el más allá; y, también, me está robando el frenesí de los besos más deseados, que son aquellos que más necesito; es decir, los tuyos, laurel.

Hay gente que declara para que nadar tanto y después de todo morir en la orilla; y yo les respondo a todos ellos que si se trata de pasiones no hay declaración de amor más coqueto que expirar de esa manera; porque quizás si renaces ya no será en una orilla, sino en una playa llena de vida con el telón de sus atardeceres engalanada con coloretes que pintan cárdeno.

Quizás mi mama y tu papa se hayan conocido en la otra dimensión y hoy estén sentados allá en un banco del anillo de Saturno viéndonos y haciendo lo posible para volver a encontrarnos. No tuve la suerte de conocerlo pero según me cuentas tuvo que ser alguien especial que vivía el día arreglando el mundo a golpe de reivindicaciones y fue tan rebelde que se fue sin permiso y sin previo aviso. Sinceramente, no se que es peor amor si el adiós precipitado o el adiós prolongado pero lo que esta claro que eran dos seres tan verdaderos como querer verte, de ahí nuestro vacío eterno y sin consuelo.

Amor mío, te mentí. La persona que creía que mi mama se iba a salvar, inclusive, el día antes de su muerte; no fue mi padre si no el que ha escrito cada una de las palabras de éste texto. Será mi condición utópica de mente dispersa la que me hizo creer hasta el final aún teniendo más que conocimiento del desastre maternal pero amor era tanto el miedo que solo lograba paliarlo creando una película de ficción con final feliz.

En este sentido, caiga los miedos porque reconozco que ya nunca tendré un consejo suyo; retumben las caretas porque sus manos ya no tocarán mi cara cuando veían mis ojos naufragar; destrono coronas porque sin ella ya no soy tan importante, ya que no soy hijo de nadie; desangro las venas de mi alma porque a mi corazón ya no le hace falta que bombé con la misma fuerza que lo hacia cuando vivía; y, que se despeñe la cruz de un Nazareno que permite que viva en un continuo desamor.

Y si, soy huérfano amor pero no un cobarde debido a que desde que te vi te comenté mis planes con ustedes dos, y no me arrepiento sino todo lo contrario ya que, incluso, te propongo el mismo plan con el añadido de en un futuro, si todo va bien, el alumbramiento de golondrinas.

El amor es el único continente, sin patria ni bandera ni himnos, que tiene el poder de morir y la magia de resucitar; y su siervo, que no verdugo, es el desamor, preámbulo de pasiones. Asimismo, la pasión tiene argumentos que la razón jamás podrá comprender. Por ello, las victorias desde la profundidad de tus inquietudes son las más preciosas, de ahí que el laurel de tu frente coloré un cielo con menos pobres universales..

Por todo lo escrito, sin ocultar, y con la entretela palpitando de la misma manera que tiritan los astros a lo lejos de nuestras cabezas; siendo hijo de la revolución como me subrayaba mi mamita nicaragüense, me permito subrayar: “Tanto tiempo buscando la revolución y, al final, la encontré en ti…”

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