Opinión

Cádiz, una sirena eternamente embarazada

Hace más de tres mil años, una sirena buceando por los siete mares de nuestro amado mundo, pasado un tiempo, tenía el anhelo de afincarse en un territorio. Después de divisar innumerables lares, un día, se sentó en una roca del océano Atlántico, allá por el sur de nuestra tierra, y quedándose prendada de las luces con las que la naturaleza le obsequiaba, decidió instalarse aquí para siempre y, a partir de ahí pintar, una ciudad. Ella, al regarse de tales luces, entendió de inmediato que la candela para alumbrar la región es la bóveda de suspiros luminiscentes que exhiben los amaneceres de la bola amarilla que coronan la foto diurna; la escala infinita del color cárdeno en los atardeceres; y los claroscuros que dispara la luna en su inmenso cielo negro, nocturno.

En su cuerpo brota un divino vientre en continua gestación para que su municipio nunca quede huérfano de habitantes. Su barriga grávida y sus voluminosos senos están simbolizados por la cúpula dorada junto a sus torretas blancas de la majestuosa catedral. El rostro queda derramado en el mismo patio de la seo siendo reflejo del alma puesto que si hay gente, está feliz, y si está vacía, vislumbra cara de pena. Además, su faz otea una expresión inefable; y, sinceramente, no puede ser más bonita. En esa carita linda, con tono de voz melifluo, le aparecen dos coloretes enrojecidos cada vez que la piropean, independientemente de si es hombre o mujer, disfrazándose así de musa porque para ella la vida es un carnaval. Por supuesto, su sonrisa son las interacciones sociales de su gente que no pueden verse mejor representadas que a través de la “alegría”. Esas “alegrías” que le dan, a su personalidad canastera, un acento de gitana y un pellizco canallesco.

Ojos que son azoteas de la multitud de casas que pertenecen a la metrópoli, empuñando así el sentido de la vista, y desde sus esquinas mira cualquier punto cardinal sobresaliendo en el panorama: Torre Tavira, Pirulí, Puente de la Pepa y la rosada Torre de la bella escondida. El iris de sus pupilas pigmenta verde, azul, marrón, rojo o morado en función de las prendas que tienden las vecinas y vecinos, en sus ilimitados cordeles acompañados de esas pinzas que presumen de agarrarlo todo; o en vez de tenacillas, ¿serán golondrinas?. El contorno de sus ojos lo rematan unas pestañas que son macetas que engalanan las plateas con sus geranios, romeros, jazmines y hierbabuena sembradas. ¡Ay! Esas solanas encaladas que guardan tantos escondites como carantoñas desatadas, entre ella y él, anunciando los primeros besos a las estrellas.

Ella tiñe un cabello infinitamente denso y largo en el que cada pelo es una de sus calles y avenidas de tilde fenicio, romano, antillano, colonial, y árabe. Asimismo, su cabellera, rizada y morena, son las rúas y callejones que representan la vida de sus ciudadanos y ciudadanas. Y es aquí, entre sus adoquines, donde se instala el comercio; los niños y las niñas juegan en sus parques; los y las adolescentes, y no tan adolescentes, se enamoran y se besan a capricho de Cupido que se sienta, lanzando flechas, en las garitas con suelos de cerámica vidriada y jardines de ensueño, cercano a las farolas de hierro que presenta cualquier rincón de la Alameda de Apodaca; y los y las mayores, antes de buscar al nieto y a la nieta en la salida del colegio con la misma intensidad del primer amor, acuden al mercado de su barrio para suministrarse lo necesario.

Además, entre sus trenzas callejeras transluce toda variante de manifestación cultural: una música en una esquina, una frase en un muro, un baile en una plazuela, un lienzo en un paseo, un cuplé chirigotero en una escalera, una biblioteca en un barrio, una universidad mimando la playa, o, incluso, un alboroto ante una injusticia. De esta manera, “con las bombas que tiran los fanfarrones se hacen las mujeres y sus hijos e hijas de esta región tirabuzones culturales” que son el latir de la sirena.

Tres mil años de historia, tres mil años de cultura, tres mil años de empujar la palabra desde el zozobro emocional hasta la creación cultural en todas sus afluentes académicas. Así que aquellas comarcas que quieran darnos lecciones de cómo tenemos que hablar y se chance de nuestra habla, además de tildarnos de vagos, deberían de cuidar su lenguaje ya que muchos de ellos ni decoraban ciudades en su entorno cuando nosotros ya disponíamos de catedrales, y para más inri, completamente terminadas.

Ella se decora el pelo con broches, pinzas, clips, pasadores, horquillas y anillos que representan cada una de los lugares icónicos de la ciudad resaltando Barrio Santa María, Plaza España, La Viña, la Torre Tavira, Barrio del Pópulo, Candelaria, Plaza de Mina, Plaza San Antonio, Plaza del Mentidero, Plaza España y Plaza las Flores, entre otros.

Sin embargo, es tal el volumen de su guedeja que necesitó de una diadema y se fabricó unas puertas de tierra, adornadas con un torreón, para separar el Casco Antiguo ( los de cadi cadi) y la zona moderna del municipio ( los de cadi). Una vez que supera las murallas de mármol de su cinta del pelo se pronuncia una imparable melena que por un lado avista la bahía, y por el otro lado, acontece una playa interminable que se prolonga más allá de los confines de Santibáñez donde aparcan autocaravanas y furgonetas hippies en ese deseo embelesado de avizorar la mejor estampa salvaje de la pareja duna y mar unidos con los tres tiempos: mañana, tarde y noche.

Insistiendo en su densa pelambrera, cuando ella la mueve al son de la gravedad lunera, es tal su ímpetu que origina la bajamar, regalándonos garabatos de balcones en su arena mojada, para que presenciemos al sol abandonado en su beso de arrebol con el horizonte oceánico. Aquí, en esas inmarcesibles terrazas, fraguan princesitas y principitos en la edificación de sus castillos con puertas de piedra y sal; conviven familias enteras en su etérea merienda con el aroma del café calentito consentido en el termo; da paso al deporte sano sin competición; el amor cabalga a raudales en su paseo por la orilla y cuando toca dar la vuelta porque el recorrido pasa el ecuador, probablemente, se haya producido el primer beso y, si no ha sucedido todavía, ¡ daos prisa que perece el viaje!; y la amistad ensordece en una galaxia de conversaciones profundas con los pies descalzos, la cerveza fría y la iridiscencia de un asiento que ya decidís por mayoría absoluta dónde y cómo acomodarse en todas las butacas, sin enumerar, que os brinda la playa.

Esa playa urbana, que alardea de ser la mejor de Europa y con sucesivas “victorias” de banderas azules. Posee en su camino un paseo marítimo de lámparas rojas, sillones con dirección hacia el non plus ultra y de guiños indescifrables. Allí me deleitaron con el primer guiño siendo una de las maneras más románticas de confesarle a alguien: “quiero conocerte”. Esos guiños que son chispazos capaz de agrietar las paredes de cada uno de tus sentidos. De ahí, su gesto, que estalla en la mirada, y no entiende de edades ya que son el preámbulo del amor en cada rincón de sus verdades.

Las extremidades de la sirena vienen vestidas con unas escamas que son los bloques de piedras del Campo del Sur que pintan en el final, pasando por el arco de la Caleta, unas aletas que son el faro del Castillo de San Sebastián guiando a las naves que quieran visitarla, con sus destellos luminosos, de las posibles inclemencias climatológicas que pudieran suceder: como la niebla o algún tipo de temporal. Y en caso, que un navegante claveteé su ancla en la playa de la Caleta respeto y silencio que están los y las poetas rimando versos con dirección al Teatro Falla para mostrarle los mejores repertorios carnavalescos al pueblo. Aunque hay que escuchar más allá del templo colorado y detenernos con las agrupaciones “ilegales” para empacharnos de sus letras criticas, desenfadas y libre de normativas.

Aquí, en tu falda, sentado sobre canto ostionero, cinturón de la mujer marina con una estrella de mar como hebilla, justo delante de las casitas de colores que arriban hasta el son cubano del Malecón me cantas nanas, con música de olas rompiendo contra los pedruscos cubos y de gaviotas alborotadas con sus espirales vuelos, que me amparan en mis aturdidos y bohemios pensamientos. Mama, acaecidos en las llanuras de tu halda mineral, enumerando incontables nubes, cuántos diálogos habremos tenido que dirían son de pasiones o quizás no, quién sabe…

En esta tierra los vientos de la zona pasan a ser los brazos de la nereida que te abrazan y con su brisa, como si dedos fuesen, te acarician tu cara y sientes o bien el frio del poniente o bien la locura del levante. En este caso, la sirena con cada soplo que nos atiza nos va aturdiendo la mente hasta quedar completamente enajenados y es ahí cuando la locura, como el polen para las flores, se convierte en nuestro mejor aliado para esquivar nuestras miserias y saber vivir sin apenas recursos, cargando así nuestra cruz del Nazareno. De esta manera, el levante es nuestra mejor medicina para vivir como millonarios sin tener nada ya que esta región, con su gente y geografía, lo atesora todo. Por ello, no queremos que nuestra locura tenga cura.

Y cuando la náyade irrumpe con su vientre para el florecimiento de gaditanos y gaditanas estos aparecen en barquillas, como si cunas fuesen, dando sus primeros llantos en las escolleras del bravo mar de Santa María, gateando en la orilla y aprendiendo a andar en sus mayúsculas playas incorporándole el carácter marinero y marinera que nos da el ser pueblo de pescadores y estación de puerto marítimo. Todo ello, supeditado por un golfo que le da nombre a esta misma tierra.

Pues bien, la sirena se llama Cádiz y hace algún lustro que tiene una mirada mohína ya que tiene la tristeza que sus hijos e hijas deben abandonar la ciudad a causa de la falta de trabajo y de viviendas no asequibles a sus bolsillos; y, paralelamente, tiene la añoranza de que algún día, regresen.

En este sentido, Cádiz es el municipio español que más habitantes ha perdido en este siglo XXI y ésta tendencia negativa no parece que vaya cambiar, al menos en el medio y largo plazo. Contra la desoladora despoblación de la capital gaditana no podemos quedarnos con una mentalidad local y debemos abrir las puertas más allá de Cortadura para empezar a crear proyectos estratégico socioeconómicos comunes (turismo sostenible, energías renovables y parque de viviendas sociales, entre otros sectores) con las localidades de la Bahía, ya que por sí solos no seremos capaces de superar esta realidad . De lo contrario, la sirena en el hartazgo de esta situación de tener que soportar cómo ve salir a sus hijos e hijas sea ella quien decida emigrar a otro lugar, con mayores oportunidades para sus primogénitos, y nos quedemos sin ciudad.

A pesar de la tragedia despoblacional que padece la región, la sirena asume el verde esperanza de la frondosa vegetación y rosaleda del parque Genovés, esperando que todo cambie posando eternamente embarazada en su roca. Pero desprecia típicos aires de chovinismo que conviven en la ciudad y como gran feminista no soporta los “espejitos mágicos” que le repiten con asiduidad que es la más guapa de entre todas las mujeres. Ella, con su mensaje de sororidad, afirma con rotundidad que habitan otras sirenas tan bonitas como ella, como la perla del Mediterráneo con sus cuatro culturas de mi querida Ceuta, ejemplo en el planeta de la convivencia multicultural.

También, la sirena no pertenece a nadie, ni siquiera a sus hijos e hijas, cualquier persona puede visitarla y decreta quién le saca una risita o quién se convierte en patrimonio de su vida. De igual manera, si ella lo considera, otro habitante que no provenga de su vientre puede nacionalizarse gaditano o gaditana, y habitar en su regazo, ya que ella es universal, independiente y revolucionaria ante lo establecido como la propia mujer que es; y no permite ninguna frontera de mentalidad arcaica localista que pueda contribuir a la fuga de una gran persona que la pueda amar, aunque no haya sido parido desde su cordón umbilical.

En todos estos años, la mujer de las aguas con espumas de sal conoció a Gades encomendándole la tarea de vigilar nuestra costa desde la Punta de San Felipe hasta la playa Victoria, esculpidas en estatuas de bronce, por si acaso aparecen piratas que pretendan quebrantar nuestra libertad. Hablando de libertad, más tarde, alternó palabras con una tal Pepa y era su mente tan adelantada y libertaria que adquirió su espada con su zurda y el libro de leyes en la diestra para establecer la primera Constitución de 1812, con permiso de Baiona, quedando su obra perpetuada en uno de los monumentos más emblemáticos de la ciudad frente al muelle. Actualmente, no es suficiente con modificar el ordenamiento jurídico, sino hacer que se cumpla (trabajo, digno, sanidad y educación pública y de calidad, un sector pública importante de energía y banca, entre otros) y en ese sentido ojalá la sociedad despierte de su letargo conformista.

Sirena, cuna de la libertad, por ello, la primera constitución no podía tener otra silueta que la de una mujer rebelde. No obstante, eso no significa que hagamos lo que nos dé la gana sin respetar al del al lado, ya que eso es libertinaje y no es exactamente lo que significa tal poderosa palabra de libertad. Cádiz es libre por ambos mares ya que somos iguales ante la ley y aquí el pueblo, desde los tiempos del blanco y negro, se enamora de la persona y no del sexo porque somos seres sexuales sin tapujos y sin clasificaciones sexuales para conquistar su unidad. De ahí, quizás, nuestra leyenda de “mariquitas” y que así sea puesto que es un orgullo lanzar arcoíris en vez de caminar con un cerebro en la edad de la piedra.

Sirena, cuna de la libertad, que acepta al inmigrante, con o sin papeles, para acogerlo entre tus escamas. Sin embargo, cómo no hacerlo si nosotros, igualmente, padecemos en el presente el fenómeno de la migración, con la única diferencia que a día de hoy, aún nos queda saldo en nuestras cuentas bancarias para poder permitirnos un vuelo low-cost, mientras que ellos deben de utilizar una patera en condiciones miserables para emprender una nueva vida.

Sirena, dime que tiene tus mares, que trocas tu luz sobre el mar como plata tilita en los ríos; Sirena, dime que tienes tus mares que sin ser marinero me transformaste como tal, debido a tus golfas corrientes; Sirena, dime que tienes tus mares que en tus embriagadores paisajes encuentro el refugio de mi inquietud; Sirena, dime qué tienes tus mares que desde la lejanía latinoamericana comprendí que quiero estar contigo tan cerca como el calambre serendipia que surge en las entrañas, con el corazón rendido, al ver, por primera vez, a esa persona que amas; Sirena, dime qué tienes tus mares que en los altares y miradores que me regala tu cuerpo, las noches en vela paso mirándote a ti y esperando que se acerquen tus ocasos y crepúsculos perdidos allá en el infinito; Sirena, dime qué tienes tus mares…

Sirena, de costumbres sencillas y a la vez de carisma transcendente, por eso eres la más antigua de Occidente; que tu ser mitológico se haga realidad en ese sueño imposible de ver a todos mis hermanos y mis hermanas, que están fuera por necesidad, amamantándose de ti, junto a tu alcoba gaditana, de la misma manera que yo lo vivo para que así la juventud de esta ciudad no perezca.

Madre, una vez que leí innumerables libros sin índices; sirena, una vez que escribí tantas palabras para responder mis interrogantes; y, tacita, una vez que anduve por los retales paisajísticos de este lugar que se llama mundo, en ese ansia por buscar la revolución. Al final, Cádiz, lo encontré en ti.

X la revolución de los desiguales

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