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Un paseo por la calle Real VII Azcárate-Maestranza

Acababa de tomar un café en el Bar Nieto y salí al exterior, con la idea de reiniciar de nuevo mi paseo hasta la Plaza de Maestranza. Esta vez por la acera derecha. De inmediato una calle que creo recordar se llama Conrado Álvarez y en ella una rampa de subida al terraza de verano del cine Cervantes. Es sin duda la más grande de todas las terrazas cinematográficas de Ceuta; sin embargo, muestro grupo  de amigos  de la Plaza de África,  éramos más asiduos a las más cercanas  terrazas Apolo y  Cortijo.
A continuación hallábamos el colegio Lope de Vega, perimetrado en gran parte por una reja metálica que lo aísla del exterior.
Finalizado el colegio, llegábamos a la confluencia con la calle Canalejas. No podemos pasar por alto esta calle, sin dedicar un recuerdo a dos centros comerciales de los más famosos por aquella maravillosa década de los cincuenta; las bodegas de Verdú y Pagán. Esta última adquirió notable fama con sus sabrosos caracoles de Ketama.
Al final de la pendiente calle, justo a la derecha, hay una gran puerta que se utiliza como salida del cine de verano y junto a ésta, el viejo edificio de los juzgados, protegido todo el frontal por una verja.
Pasamos la calle Canalejas y en la esquina se ubica el inmueble propiedad de la familia Baeza. Todos los bajos de esta casa lo ocupa la tienda de muebles “El Hogar Moderno”, posiblemente la casa más antigua de Ceuta dedicada a esta rama. El jefe de venta es don Manuel Muñoz, gran aficionado a la caza. Cuando está libre de sus obligaciones laborales, le gusta pasear por las calles de la ciudad. Su andar es muy peculiar, dado que lo hace doblado un poco a la izquierda. No crean que lo haga porque sea de esa tendencia, el motivo es que durante una cacería de jabalíes, recibió un tiro de posta, que le hizo desviar un poco la columna vertebral que le obligó caminar de esa forma.
Esta casa tiene como vecinos; a Juanito Roso, indudablemente el mejor ciclista de la ciudad y de Marruecos, junto al tetuaní Turky. Otro notable vecino es Manuel  Rivera, componente de aquel equipo que se proclamó campeón del mundo de pesca submarina en el año 1954.
Durante estos años, este inmueble adquirió triste fama. En poco tiempo, dos personas se arrojaron desde la azotea al vacío. Ni que decir tiene que en Ceuta, si alguien decía estar harto, o cansado, o malhumorado  por algo que le hiciese estar fuera de sí, la respuesta popular -a medio camino entre  la broma y la ironía- que la gente  solía dar, era siempre  la misma: “ya sabes, te vas al piso de Baeza, te dejas caer y se acabarán tus males”.
Dejábamos atrás dicha casa y su macabra fama y llegamos a un portal donde hay ubicado un establecimiento que vende de todo: prensa, tabaco, chucherías, revistas, etcétera. En la planta baja vive Blas García, compañero de colegio y minusválido de una pierna.
De inmediato llegábamos a una carnicería y a continuación dábamos con la escalera de acceso a la calle Molino. Al final de esta escalera, a la derecha una casa da cobijo a dos familias. En una vive un policía nacional llamado Anselmo y su hija Estrellita, que años después contrajo matrimonio con Antonio Cruces, importante industrial de la ciudad. En la otra vivienda reside mi tío Miguel Castillo, su esposa Soledad y mis primos Joaquín, Marisol y Alicia.
Frente a casa de mis tíos, dos escalones dan acceso a una sala perteneciente al edificio del Hospital de la Cruz Roja. En esta sala se suele repartir a los loteros las participaciones que diariamente se sortean en la ciudad. El sorteo se celebra todas los días -creo recordar a las diez de la noche-, en este mismo lugar. A esta hora suele haber mucha afluencia de gente: unas, interesadas en saber el número premiado; y otras, para retirar las papeletas del sorteo próximo. El número premiado lo suelen exponer en la primera ventana del primer piso.
Como hago saber, estamos ante el edificio del Hospital de la Cruz Roja. Antes de llegar a la entrada principal, una puerta sirve de acceso a la sede de los “Hijos de María”. Esta es una organización similar al Centro de Acción Católica, sito en la Cripta de la Iglesia de Nuestra Señora de África, donde los chavales suelen jugar al parchís, dominó, damas y al ping pong o tenis de mesa. También poseen un equipo de fútbol al que nos hemos enfrentado alguna vez, pues  yo pertenecía al Estrella de África del Centro de Acción Católica que antes hemos mencionado.
Metros más adelante hallamos la entrada principal al Hospital de la Cruz Roja. Este centro hospitalario, además del personal sanitario, cuenta como casi todos los de la época, con el servicio de celadoras por medio de monjitas de “Hijas de María”. Acerca de estas religiosas puedo apuntar que eran sumamente abnegadas y sacrificadas, y   su amor en Cristo se tornaba en amor a raudales por los enfermos… Años después, Tere Sempere, que vivía en el Pasaje las Heras de la Calle Sevilla y, más tarde, en nuestro patio  del Callejón del Asilo -su madre Teresa, vecina de Santapola, y sus hermanos: Fina, Roque y Manolo, se allegaban a Ceuta por temporadas, cuando su marido, Manolico, se acercaba a este litoral africano, con la flota de altura alicantina, a pescar la caballa en Larache-, nos contaba que después del colegio, se recogían en una sala taller del Hospital y, las Hijas de María, les enseñaban a bordar y, sobretodo, a recortar flores en papel y en tela, que luego llevaban  para adornar sus casas o para llevar al camposanto a sus seres queridos.
Seguimos adelante, dejamos atrás el Hospital y hallamos la casa vivienda de la familia Blanco. El padre de familia, llamado Adolfo, es delineante del Ayuntamiento y un gran tirador de pichón y al plato. Su hijo “Fito” -a pesar de su juventud-, no le va a la saga y cada vez que se presenta la ocasión, demuestra que en él, Ceuta tiene un futuro campeón.
A continuación la calle Peligros. Al inicio de esta calle, se suele dar la misma circunstancia que hemos narrado en el patio de la Tahona. Las cajas de pescado son expuestas para su venta a todos los viandantes. Es muy probable que estos dos casos, además de la venta ambulante que existe en toda esta zona, hayan convencido a nuestras autoridades municipales, de la necesidad de instalar un mercado municipal, de manera que se mantenga un control, sobre todo sanitario, que garantice la salud de todos.
Sorteando las carretillas, cajas con pescado, compradores y vendedores, accedemos al patio de la Huerta. Otro patio de gran solera en la vida ceutí, en el que no me toca profundizar, dado que es un campo que siembra el amigo José Javier Rivera Ballestero y a él corresponde recoger la cosecha.
Dejamos atrás un par de viviendas en estado ruinoso, hasta llegar a la Farmacia Hidalgo.
Continuamos y llegamos hasta una tienda de comestible, para que  metros más adelante, entremos en la calle I. Martínez. A través de esta se accede al Pasaje Recreo. El Pasaje se divide en dos: “Alto y Bajo”. Son muchas las viviendas de carácter humilde que se hallan en este emblemático lugar.
En la esquina contraria, continuando por la Calle Real, una fachada de dos tonos verdes, el más claro por arriba y más oscuro en lo que conocemos en Ceuta como “zócalo”, nos indica que estamos ante el Café-Bar “Covadonga”. El bar posee una gran puerta de acceso y dos ventanas, una a cada lado. En su interior a la derecha, aislada del resto del bar por una mampara de madera y vidriera, un señor y una señora se encargan de fabricar unos riquísimos churros. Él en la sartén y elaborando la masa; y ella atendiendo a los camareros del bar que le solicitan el rico producto y a través de la ventana, a los clientes que prefieren tomar los churros en casa. ¡¡¡Tres de dos para la mesa cuatro!!!
La señora entiende que debe servir sobre el mostrados interior, tres platos con dos pesetas cada uno, de los crujientes y calentitos churros, para que el camarero de inmediato los sirva en la mesa cuatro.
Dejamos atrás el Covadonga topándonos seguidamente con un gran portalón que da acceso a un almacén donde en alguna ocasión, he visto algún camión en la puerta, unas veces cargando  grandes cajas y otras haciendo lo contrario. Creo que deben ser cajas de latas de conservas y el almacén propiedad de algún distribuidor.
A continuación un gran bar llamado “Las Tres Puertas”. Es un inmueble de fachada un poco rara. Efectivamente posee tres puertas, pero muy poco fondo interior. Tienen muy buen tapeo, a semejanza de Paco Bigote, pero con la ventaja de poseer una barra larguísima.
Un pequeño ensanche de la calle es lo que viene a continuación, hasta llegar al próximo inmueble, donde hay un estanco que para acceder a él hay que subir un par de escalones. Seguidamente y haciendo esquina con  la calle se sitúa una cafetería, que siento -a pesar de haber tomado algún que otro  café en ella- no recordar su nombre. Antes de llegar a la calle Brull, encontramos un gran portalón donde se vende material de construcción: ladrillos, arena, mezcla, sacos de cemento o yeso, etcétera. De inmediato una tienda de chucherías, para terminar cruzando la calle y situarnos en la entrada de la Maestranza de Obras Militares.
Y aquí culmina mi largo paseo por la Calle Real. Espero que os haya trasladado  mis recuerdos guardados durante muchos años en mi alma… Desde luego, ha cambiado bastante  el paisaje urbano de aquellos años, y ya otras personas jalonas las aceras, los comercios, las tertulias y los callejones, que como afluentes, llenos de ajetreo y de vida, desembocaban en el río principal  de nuestra ciudad, que como bien sabemos ha dado en llamarse, por nuestro pueblo, en la Calle Real…   
...Si bien, en Maestranza acaba la Calle Real, puede ser acertado continuar un poco más y  completar el recorrido de la “camioneta” que finaliza en Las Heras. Allí, en la parada que se ubica junto a los jardines de Pelegrina, pagaré mi tiket al cobrador,  y calle adelante de la Marina, columbraré  todo el paisaje del Puerto y del Estrecho hasta llegar al principio de mi paseo  en el  Puente Almina…

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