No hace falta encuestas para concluir que el 99.99% de los vecinos que residen en el Príncipe -los legales- están asqueados de lo que sucede en la barriada. Si pudieran optar a una vivienda fuera de ella la abandonarían, hartos de una oleada de violencia que se está recrudeciendo en los últimos años y de la sensación de abandono en la que van creciendo generaciones al completo. “Diga lo que diga la Policía, quienes tiran piedras son los mismos de siempre y ellos lo saben, pero qué pasa, detienen a uno y al poco tiempo está en libertad. Si quisieran acabar con el problema, terminaban”, indica un vecino de la barriada. Vecino conocido, que conoce al dedillo la idiosincrasia del barrio pero que prefiere no dar su nombre harto ya de verse reflejado en declaraciones que no le han reportado beneficio alguno. “De cuatro años hacia acá esto ha cambiado mucho”, señala, “pero el problema no lo genera la gente de aquí sino la cada vez mayor población flotante que reside aquí pero que no es del Príncipe”. Señala a los marroquíes que residen ilegalmente en la barriada, a esos grupos que “nadie sabe de dónde han salido” pero que se han hecho con parte de un Príncipe que es el que termina envuelto en este tipo de algaradas. “Nosotros somos las primeras víctimas de todo esto, hay gente de toda la vida del Príncipe que ya no lo conoce, no sabe ni de dónde ha salido esa gente”, indica. El barrio se ha convertido en otro mundo en el que se entremezclan las familias de bien y esa población flotante que da vida a las mafias dedicadas a ocultar inmigrantes, a la droga o a esconder a las parturientas marroquíes hasta que les toque dar a luz. “Si muchas veces vamos a la plaza y vemos gente que nadie sabe de dónde ha salido, ni nosotros los conocemos”, apunta.
Esa población flotante adereza un caldo de cultivo en el que también participan los jóvenes completamente desarraigados, que son muchos: sin trabajo, sin apego social y viendo pasar la vida en una barriada que crece junto a un “caos urbanístico”. “Aquí sólo se hacen obras para callar la boca, pero en el fondo son chapuzas. La situación no mejora y cada vez hay más gente y menos espacio, el resultado es que estamos hacinados”, lamenta. El derribo de obras ilegales no contenta a los vecinos que, consideran, se está haciendo una “pantomima”: “Tienen que derribar otras zonas, meterse en los lugares en donde se han hecho viviendas a gran escala comiendo el terreno”. A esa sensación de hacinamiento se suma las deficiencias en las canalizaciones. “La red de saneamiento que tenemos está bien, el problema está en las acometidas, cada uno las hizo como bien pudo y ahora hay hasta 3 ó 4 familias que están enganchadas al mismo tubo... lo que pasa al final es que no llega el suministro y hay casas que no tienen agua”, dice.
Todas estas claves, conjugadas en un mismo ambiente, da lugar a una problemática que arroja diversas ramificaciones. Una de ellas es la delincuencial que termina generando emboscadas como las sufridas en las últimas 24 horas esta vez por la Policía Nacional.