Cristo murió el 7 de abril (otros se inclinan por el día 12), del año 30. Era el mes judío de Nisán. Le torturaron desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde. De todo esto el pueblo cristiano ha hecho un teatro de calle, excepcional catequesis, donde la estética suple las complejas elucubraciones de los teólogos, exponiéndose en cuadros plásticos, la trágica historia de un hombre que fue tachado por sus enemigos de ser príncipe de los demonios y de llamarse a sí mismo, hijo de Dios. Es un relato que tiene sus propios cronistas, Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Se dice que este último escribió que muchas cosas quedaron sin que se conocieran, pues si se hubiera hecho, no cabrían en el mundo los libros sobre ellas. Son los llamados “años oscuros” en la biografía de Jesús, un conjunto de lagunas que han querido rellenar, usando fuentes documentales que no son las canónicas -los Evangelios-, sino otros textos que la Iglesia se apresuró a calificar de heterodoxos, cuando no de heréticos. Nos referimos a los Apócrifos, contrapartida de los Evangelios “oficiales”, que son rechazados por estar alejados, en su redacción, del tiempo de los apóstoles; y en mostrar, a veces, cierta tendencia a lo novelesco e imaginativo. Por no hablar de nuevos personajes que se presentan de un modo inesperado, para desaparecer con la misma rapidez, dejándonos el misterio de quienes eran; qué vinculación tuvieron con el Mesías y qué fue de ellos. Uno de esos episodios, casi un cuentecito, lo he denominado “mágico” y es el que pretendo glosar, apoyándome en la información extraída de los estudios de Piñero y Morales Padrón. Vayamos, pues, al relato, retomando los acontecimientos que precedieron a este incidente que tuvo lugar en la Pretoria romana de Jerusalén. Es cuando se inicia la Pasión.
Jesús ya hacía tiempo que había decidido salir a lo público y empezar a manifestarse como un ideólogo, con una doctrina, sencilla en el modo de transmitirla, aunque llega a confundir a quienes la oyen. Sus discursos, disfrazados poéticamente de parábolas, no hablan de actos vengativos ni terroristas contra los romanos, que son los que están ocupando los territorios judíos. Quizás por ello, los nacionalistas que esperan del Nazareno una actitud más beligerante y comprometida, se sienten algo frustrados con la ambigüedad de sus palabras. Puede que hasta lo estuviera Barrabás, el que entró en el dilema propuesto por Pilatos, del que se aventura que fue uno de esos fanáticos patriotas y perseguidos por los dominadores extranjeros. De Barrabás se ha dicho de todo. Hasta su nombre es todo un enigma, pues parece que se llamó Jesús Barrabás, nombre suprimido en los textos; incluso se cuenta que pudo ser uno de los primeros discípulos del del Maestro.
El domingo de Ramos, Jesús ha hecho una entrada triunfal en Jerusalén. Ha sido la de un líder, tan apoteósica como lo de un héroe. Son muchos los que le siguen en el cortejo. No olvidemos que los jóvenes han abandonado a sus familias; los hombres, sus trabajos; las mujeres, a sus maridos y a sus hijos. Todos quieren oírlo en esos multitudinarios mítines donde habla de amor, de caridad y de paz, pero también fustiga la hipocresía de los poderosos, sobre todo la de aquello que, de puerta para adentro, no disimulan su odio a Roma, aunque, al exterior, se muestran serviles con el conquistador. Hasta el mismo jerarca hebreo, Herodes (el que mandó decapitar a Juan, el bautista), mantiene un concubinato político con las autoridades puestas por Tiberio, el emperador. Cristo criticará, igualmente, y con más dureza, la pleitesía de la clase sacerdotal judía. Por eso, para el Sanedrín, Jesús, se ha convertido en un sujeto peligroso, un estorbo al que se debe aniquilar. Y así lo hicieron.
La Cena había terminado. Era la noche del martes al miércoles. Jesús encamina sus pasos a Getsemaní. Durante el banquete ha intuido que sería traicionado. Judas también se muestra confundido por la pasividad política del maestro. Él es, de igual modo, partidario de que se una a la rebelión contra el yugo extranjero. Es la razón de que lo entregue por treinta monedas; eso, y porque ya había sido designado por el Padre- Autor para el rol de malo y desencadenante del final del drama. Mientras sucede todo lo que ya se sabe en el huerto, el Sanedrín ha logrado que el Gobernador reciba a sus miembros, para exponerles las razones por las cuales Cristo debe ser acusado de instigador a la sublevación, pues, próxima la Pascua y previéndose que cientos de personas llegarán a Jerusalén, es casi seguro que habrá levantamientos populares antirromanos. Además, argumentan, tiene que ser castigado por proclamarse rey y profanar, de continúo, las leyes hebráicas.
Poncio Pilatos recibe la embajada judía y ordena que el aludido sea llevado hasta su presencia. Es cuando lo que va a suceder se tiñe de historieta mágica. Jesús penetra en la sala y alquien se despoja de su capa, arrojándola a su pies para que pise sobre ella. La acción es criticada por los presentes; y mucho más cuando los abanderados que allí se encuentran, se inclinan como si los moviese una fuerza invisible, obligándoles a doblegar sus estandartes al paso del reo. Los judíos se ponen a gritar de manera desaforada:
-¡Castiga a estos hombres! – le dicen al Pretor, es incomprensible que así se comporten…
La recriminación de Pilatos es inmediata y los sacerdotes no dan crédito a las explicaciones de los soldados:
-¡Se inclinaron por sí mismos ante este hombre!… Nada tenemos que ver nosotros con lo sucedido…. Ya sabes que somos adoradores de los dioses…
Mas Pilatos, no muy convencido, determina que sea Caifás, allí presente, el que elija otra docena de hombres bien fuertes. Cuando llegan los nuevos portaestandartes, la amenaza del gobernador romano no se hace de esperar.
-¡Como dobleguéis las astas ante el judío, juro por César que os haré cortar las cabezas!
Y de nuevo, las banderas se inclinan a manera de reverencia.
Cuentan en los Apócrifos que todos, en especial, Pilato, comienza a sentir miedo ante el de Galilea. Mas ni el temor, ni la recomendación de su esposa, Procla, para que libere al justo, le hacen desistir. De ahí que opte enfrentar a Jesús con Barrabás, creyendo que sería la mejor manera de que el populacho se inclinara al indulto de Cristo. Lo que vino después, es harto conocido. Todo concluyó en su crucifixión, flanqueado por dos forajidos. uno, Dimas; el otro, Gestas, ser de malas entrañas, pues degollaba a quienes asaltaba; a las mujeres las colgaba por los tobillos y les cortaba los pechos y de los niños se bebía su sangre.
Jesús muere al mediodía. Una oscuridad anormal se extiende por toda Judea. A lo lejos, los truenos retumban y la tierra tiembla. Algunos judíos, pues fueron los que le crucificaron (los romanos apenas intervinieron), pusieron sobre el madero un letrero que pretendía ser un chiste: “Rey de Israel”. Los más viejos se lamentaban de todo lo que había ocurrido y pensaban que el castigo para Jerusalén ya estaba sellado. Los discípulos, temiendo recibir igual castigo, buscaron lugares donde ocultarse o huyeron de la ciudad, incluída María, su madre-
Fueron los sirvientes de José de Arimatea los que descendieron el cuerpo y lo llevaron hasta el sepulcro. Las mujeres cercanas a Cristo están ausentes de la escena, pues no se les permite a las judías; pero vayamos a otra incógnita: ¿Existió el de Arimatea o también fue una fabulación? He aquí uno más de los personajes que, como dijimos, se esfuma. Desaparece en los Evangelios; no obstante, en los Apócrifos entra en la leyenda de haber sido quien recogiera la sangre en el Cáliz, cuando en la última cena. Es el Santo Grial, el que busca Parsifal.
– Por Manuel Abad