Recién concluida la guerra civil y en medio de la consiguiente penuria económica, un mes antes de la Semana Santa las hermandades llevaron a cabo una jornada de postulación fondos para sufragar sus respectivas salidas, tarea que llevaron a cabo la Juventud Femenina de Acción Católica, la Sección Femenina, el Sindicato Universitario y damas de la localidad, ataviadas con mantillas.
Estampa penitencial de la época. Archivo Municipal de Ceuta.
Antiguo paso del Descendimiento a su paso por Deán Navarro. Archivo Municipal de Ceuta.
Por entonces, nuestra Semana Mayor comenzaba a movilizarse con dos solemnes traslados. Diez días antes, el Cristo del Puente era conducido en solemne procesión con el Cabildo Catedralicio en pleno hasta la Catedral, donde se celebraba un solemne triduo en su honor. Concluido el mismo, la imagen era devuelta a su hornacina con idéntico ceremonial. Una tradición perdida, por cierto, que se intentó recuperar, sin fortuna, a mediados de los años noventa. A renglón seguido, el otro traslado previo a las procesiones, también muy concurrido como el anterior, el del Santo Sepulcro, desde la Catedral hasta la iglesia de África de cuyo templo efectuaba su salida el Viernes Santo.
Olvidada y desaparecida desde hacía más de una década la ‘Pollinica’, cuya procesión se recuperaría cuatro años después, los desfiles procesionales comenzaban el Martes Santo, en el Príncipe, con los dos pasos de la Oración en el Huerto que, tras recorrer el barrio, se dirigían hasta Hadú, en cuya parroquia finalizaban su estación penitencial después de un largo recorrido con un nutrido cortejo de devotos integrados en la procesión.
El Miércoles Santo era el día de la estación penitencial del Nazareno, popularmente conocida entonces como la de los estudiantes, por haberla fundado el año anterior el Sindicato Español de Estudiantes (SEU). Unos cofrades que, fijándose en el Cristo del Gran Poder de Sevilla, encomendaron al artista ceutí Torvizco devolver a la imagen su primitiva posición, erguida e itinerante, a la vez que dotaron al paso de cuatro grandes faroles a imitación del hispalense.
El Jueves Santo tuvo lugar la procesión del Silencio con el Cristo de la Veracruz, el de la cofradía de los Empleados Municipales, con la guardia de honor del paso a cargo de efectivos del cuerpo de Bomberos, en rigurosa gala. Salía a las 12 de la noche y sobre la imagen del Cristo se proyectaba en determinados puntos de su recorrido un haz de luz que, proveniente de los potentes reflectores del ejército colocados estratégicamente, venía a poner en valor su histórica talla, recogiéndose en África cerca de las cuatro de la madrugada.
El Viernes Santo era el día por excelencia de aquella Semana Mayor con la salida de la que la tradición había dado en llamar la procesión del Santo Entierro, la hermandad que había organizado hasta el año anterior todos los desfiles penitenciales y, consiguientemente, la matriz de la que fueron surgiendo todas las cofradías.
Abría la piadosa comitiva el Cautivo, como popularmente se conocía entonces al Medinaceli. Ya bajo el patrocinio y especial atención por la Unidad de Automovilismo, el paso llamó la atención por la novedad que supuso su impresionante iluminación eléctrica marcando una llamativa diferencia con la austeridad de los demás.
El Cristo Yaciente con su antigua urna de cristal con la que procesionó hasta 1963. Archivo Municipal de Ceuta.
La Flagelación salió escoltada por pescadores y marineros con sus palas. Archivo Municipal de Ceuta.
Tras el Cautivo, la Flagelación con su antiguo grupo escultórico. A continuación el Nazareno, que volvía a procesionar de nuevo arropado por afiliados al sindicato de la Pesca con remos, redes y otras artes de su profesión. Le seguía el Cristo de la Expiración, acompañado por representantes del sindicato de la Construcción con sus picos y palas, tras él, el paso del Descendimiento, también con su primitivo conjunto de imágenes. Cerraba la procesión, el Santo Entierro con su impresionante urna de cristal, escoltado por miembros de la Guardia Civil en uniforme de gala, y la antigua Virgen de la Soledad, con la presidencia del Jefe de las Fuerzas de Marruecos y el grueso de las autoridades civiles y militares en pleno.
Un impresionante y majestuoso paso, por cierto, aquel de la urna con el Cristo Yaciente, sin duda uno de los más emblemáticos de la historia de nuestra Semana Mayor cuya imagen aún guardamos bien viva en la retina quienes la conocimos hasta que, incomprensiblemente, en 1963, se decidió retirar dicha urna. ¿Por qué no recuperarla?
Aquella era una semana de misas diarias rezadas, de los ‘santos oficios de tinieblas’ o de las visitas multitudinarias a los monumentos levantados en los templos. Jueves y Viernes Santo en los que los la totalidad de los cines, teatros y espectáculos sin excepción cerraban sus puertas. ‘Radio Ceuta’ dejaba de emitir y también ‘El Faro’ como toda la prensa nacional, tampoco salía en esas dos fechas en las que circulación quedaba totalmente prohibida por el centro de la ciudad y se vigilaba el más estricto silencio y recogimiento hasta las campanadas de mediodía del Sábado de Gloria
En 1940 las bandas de música de las procesiones eran pocas y modestas: la de la Falange y su filial de cornetas y tambores de su organización juvenil, junto a las militares de Artillería e Infantería nº 54.
Jefe militar mutilado de la reciente guerra. Archivo Municipal de Ceuta.
En la más dura exaltación del régimen, era estampa habitual la presencia en los desfiles procesionales de las centurias de cadetes y de flechas del todopoderoso aparato falangista junto con la de las chicas de la Sección Femenina. Y niños, muchos niños, representando a la Magdalena, a la Fe, la Esperanza y la Caridad, al Ángel de la Guarda, a San Rafael y toda suerte de ángeles. Escoltas de honor con grupos de soldados romanos, amplia presencia del clero revestido con sus capas de gran ceremonia, muchos monaguillos con incensarios, y, por supuesto, en todos los cortejos, la nutridísima representación de las fuerzas de la guarnición con sus jefes, oficiales, suboficiales y tropa. El recientísimo fin de la guerra teñía plenamente el ambiente.
Regimientos y cuerpos militares que por entonces habían comenzado a erigirse en patrocinadores de las hermandades: Automovilismo, Parque de Artillería, Infantería 54 y, desde ese año también, La Legión, a partir del cual se fueron vinculando otros más a lo largo de la primera mitad de aquella década de los cuarenta, hasta abarcar a la totalidad de las cofradías.
La renacida Expiración, con su modesto, paso camino del Paseo de Colón. Archivo Municipal de Ceuta.
El Nazareno tras su reciente remodelación y nuevos faroles. Archivo Municipal de Ceuta.
Por entonces la liturgia del Sábado Santo era de gran belleza espiritual y un profundo significado: la bendición del fuego, la exaltación del cirio pascual, las lecturas y los cánticos, simbolizando el triunfo del Cristo saliendo del Sepulcro. Terminaba la Cuaresma, y la iglesia se vestía de fiesta para celebrar la Resurrección del Señor. Una jornada, por fin, en la que existía una costumbre que movilizaba a toda la chiquillería de la ciudad, la de celebrar a su modo tan jubiloso día con el estruendoso ruido producido por el arrastre de latas y otro utensilios metálicos.
– Por Ricardo Lacasa